Con la misa que presidió el arzobispo, Andrés Stanovnik en la parroquia San Francisco Solano y luego la procesión con el Santísimo Sacramento hasta la iglesia Jesús Nazareno, se celebró la Solemnidad de Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre de Jesús bajo la apariencia del pan y el vino.
Por ese motivo recordó la misa que presidió hace 10 años en la fiesta patronal de la Ascensión de Jesús al Cielo de localidad de 9 de Julio, en cuya homilía al preguntar dónde está el Cielo, una persona de entre los fieles respondió que «donde hay pan, está el Cielo».
«Todavía hoy recuerdo con emoción la respuesta que escuché», dijo el Arzobispo, esta vez en la homilía de ayer, por lo trascendente y significante de la definición, sobre la cual luego avanzó en el contenido de su mensaje para desprender de allí y de la lectura del Evangelio sobre la multiplicación de los panes y las palabras de Jesús: «Dénles ustedes mismos de comer», la necesidad de compartir con los demás y caminar juntos además de advertir sobre el engaño de la ambición y su consecuencia «cruel» como es la guerra, no sólo de Rusia con Ucrania, sino toda guerra interpersonal, familiar, social y en la misma comunidad eclesial.
UNA RESPUESTA, UN
PROGRAMA DE VIDA
Luego de referirse a la celebración de la jornada, comentó sobre aquel hecho en esa localidad del Interior que pertenece a la Arquidiócesis de Corrientes, y dijo que «cuando pregunté a una multitud que se había reunido en la plaza del pueblo para participar de la Misa, dónde se imaginaban que estaba el Cielo, una persona, desde la primera fila, respondió con voz fuerte: ‘Hay Cielo donde hay pan’. La respuesta me conmovió profundamente y me cambió el contenido de lo que había preparado para decirles», admitió.
«Es verdad, el Cielo está donde aprendemos a compartir y a caminar juntos todos. Y no hay Cielo donde reina el odio y la discordia», comenzó a explicar para agregar que «caminamos en comunión, como nos instruye el lema de nuestra fiesta» y que «caminar en comunión con todos es posible si esa comunión está fundada en Cristo, que es el camino que a todos nos conduce por el Espíritu Santo a Dios Padre y Creador».
CRISTO, LA FUENTE
Precisamente, fundamentó esa afirmación porque «en Cristo nos descubrimos que todos estamos llamados a ser hijos y hermanos, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de todas las culturas, confesiones religiosas y diversos modos de pensar y de vivir. Nosotros, creyentes en Jesús, Camino, Verdad y Vida, tenemos la misión de tejer esos vínculos de comunión en la riqueza de humanidad que aportan todos y cada uno».
CAUSA DE PAZ
Esa condición, destacó, «nos da paz, nos llena el corazón de alegría y renueva nuestra esperanza. Dios lo sabe, por eso en el Evangelio que escuchamos hoy, el evangelista Lucas nos relata la multiplicación de los panes (cf 9,11-17). Miremos a Jesús cómo multiplicó los panes: ante todo, tomó en sus manos todo lo que la pobre condición humana podía entregarle en ese momento, cinco panes y dos pescados; luego, levantó los ojos al Cielo y los bendijo, es decir, entró en íntima comunión con su Padre, dándonos a entender que todo es don y bendición de Dios, y con Él entramos en comunión; a continuación, partió los panes y los entregó a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. El texto evangélico concluye constatando que todos comieron hasta saciarse y hasta sobró una cantidad enorme. El encuentro con Dios es abundancia de vida para todos. El desencuentro con Él provoca tristeza, hambre y aislamiento.
Lo que sucedió aquella tarde de la multiplicación de los panes, encuentra su sentido más profundo la noche del jueves en la Última Cena, que continúa luego con la pasión y muerte de Jesús viernes por la tarde; y, finalmente, en la resurrección de la madrugada del domingo. San Pablo, en la segunda lectura (1Cor 11,23-26) da testimonio del testamento que recibió del Señor Jesús y que a su vez lo transmite, y es el siguiente: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: Esta es la copa de la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía».
PAN PARTIDO
Y COMPARTIDO
Sostuvo entonces que «así podemos ver la continuidad que hay entre el pan partido y compartido del milagro de multiplicación que sació el hambre de la multitud, y el Pan que es el Cuerpo de Cristo, también partido y compartido que da sentido y esperanza a los anhelos más profundos de paz, de unidad y de felicidad, para lo cual que hemos sido creados. Pero para que ese milagro continúe desarrollando su fuerza transformadora, es necesario entregar todo, es decir, no apropiarse de nada, sino compartirlo todo, tal como lo comprendieron las primeras comunidades cristianas, y luego tantos hombres, mujeres, jóvenes y niños a lo largo de la historia, entre los cuales, algunos de ellos son puestos como ejemplos dignos de ser imitados.»
LA DESGRACIA,
LA AMBICIÓN
Al ahondar en sus consideraciones, y entre otras, aseguró que «la desgracia nos viene cuando el miedo a quedarnos sin nada, o cuando la ambición nos asalta y queremos quedarnos con todo, nos enceguece con sus luces falsas, haciéndonos creer que cuanto más tenemos más satisfechos y felices seremos. Ese es el principio que desencadena el conflicto entre las personas, comunidades y pueblos. La guerra es la expresión más espantosa y cruel de esa ceguera, de la que el hombre por sus propios medios no puede librarse. La prueba está en que, desde el ejemplificador relato del Génesis, donde se nos describe cuál es el móvil que desordena la mente y el corazón de la pareja humana: la tentación de quedarse con todo y dejar a Dios afuera. Las consecuencias no se dejaron esperar: nace el conflicto por el que se acusan el uno al otro de su desgracia. Allí podemos descubrir cuál es el origen de la guerra y, por el contrario, cuál se el rumbo que debemos tomar para caminar juntos, respondiendo a la vocación a la que Dios no ha llamado».
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