Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
Con sólo 19 años, Matías Sosa pasó por mucho. De un día para el otro una enfermedad autoinmune comenzó a dejarlo ciego, pasó 17 veces por el quirófano, perdió la vista en un ojo y una válvula le permitió salvar y devolverle parte de la visión en el otro. En medio de esas «tormentas», como él dice, hubo tres cosas que le permitieron salir adelante: su fe inquebrantable, el amor de sus seres queridos y su pasión por la pintura. Hoy, agradece porque asegura que todo lo que vivió le sirvió para aprender y transmitir con sus obras un mensaje de esperanza ante la adversidad.
«Siempre que pasa algo malo va a venir algo bueno después. Yo creo en Dios y sé que de todo lo malo siempre sale algo bueno. Es como que hay una enseñanza, pero primero está el camino por el que hay que pasar para aprender y poder enseñar después», dice a EL LIBERTADOR y cuenta su historia.
Matías es un artista extraordinario en sentido literal. Es autodidacta, comenzó a pintar a los ocho años y se ayudaba con aplicaciones y cosas que veía en internet. Pero justo cuando empezó a tener en claro lo que quería ser, comenzaron las dificultades. «A los doce me encuentran una enfermedad en los ojos. En ese momento no sabían qué era. Yo no veía de un lado y del otro tenía baja visión. Todo iba como yendo para un mismo camino que era el de perder completamente la vista», recuerda.
Las operaciones comenzaron cuando tenía quince. En Corrientes visitó el quirófano trece veces, pero su situación no mejoraba. «Entonces nos fuimos a Buenos Aires a un lugar en el que tampoco nos habían dado una solución porque cobraban muchísimo y nosotros somos gente humilde», cuenta, pero inmediatamente agrega: «Gracias a Dios nos fuimos al hospital Santa Lucía donde nos trataron muy bien. Y también, gracias a que mi mamá y mi papá hicieron un montón de cosas para dar a conocer nuestro caso, muchas puertas se nos abrieron y comenzaron a ayudarnos».
«En total, hoy en día cuento con 17 operaciones. Tengo una válvula en el ojo derecho y del lado izquierdo no veo. Tengo disminución visual en el lado derecho y por eso uso el bastoncito verde que no es para personas con ceguera, pero sí para personas con baja visión», resume de todo ese proceso que se extendió hasta principios de este año, cuando salió del hospital porteño para volver a Corrientes.
SOSTÉN
Sobre su pasión, Matías no duda. «Me gusta mucho la pintura porque los colores me encantan. Poder verlos es algo muy hermoso, es vida. Cuando se mezclan es un milagro. Tocás algo acá, tocás otra cosa allá y lo unís y sale algo nuevo y es maravilloso. Es algo que no se puede explicar». Y de cómo se aferró al arte pese a todo, contesta que hubo personas que fueron claves. Primero, sus padres que lo acompañaron siempre. Después, Marcos, un amigo que conoció en la secundaria y a quien admira mucho.
«Él dibuja muy bien y a mí me encantaba y competíamos entre nosotros. Un día, cuando yo estaba mal por todo lo que me pasaba, él me dijo algo que fue medio brusco, pero me ayudó muchísimo. Me había pedido que dibuje algo y yo le dije que no podía, que no tenía tiempo. Me respondió: ‘Vos no vas a tener tiempo si nunca te hacés un tiempo’. Y gracias a eso que me dijo, seguí. Ese mismo día pedí un libro prestado y comencé con dibujos con lápices y después con bastidores».
También su prima, Lorena, que es prácticamente la responsable de que él haya podido pintar el cuadro más importante de su vida. «En un momento estaba en Buenos Aires y había tomado la decisión de dejar de pintar. Prácticamente estaba ciego. Ya no quería seguir. No sabía qué hacer y viene mi prima y me dice: ‘Vení que quiero que me pintes algo’. Yo estaba muy mal, prácticamente ciego, tenía conjuntivitis, infecciones en los ojos, ya no veía nada. Pero ella insistió me trajo unas hojas. Le dije que no, porque no me gustaban y le propuse hacer un paisaje. Ella me dijo que no, que eso era muy difícil, pero yo le dije que lo iba a hacer y pude. Y con este cuadro tomé la decisión de seguir pintando. Sentí que de verdad ese era mi camino».
Pero además de las personas, para este joven, su fe fue el otro impulso vital que ayudó a seguir adelante. «Tenía cataratas y cuando tenés eso, la luz es lo peor. Me encandilaba, me tropezaba, me caía. Era peor que un vampiro (se ríe). Hacía puñito en el único ojo que veía, hacía eso y así podía seguir pintando. De pincelada en pincelada me encomendaba a Dios y me mandaba. Él siempre me estuvo guiando. Era como que me decía cada vez que lo necesitaba: ‘Mirá, yo estoy acá y te estoy levantando'».
LA SORPRESA
Matías sigue pasando pruebas difíciles. Hace unos meses, descubrieron que además de una hernia de disco, también tenía un problema que le provocaba muchos dolores de cabeza. Pero al mismo tiempo, otra vez llegó una sorpresa.
«Nosotros estábamos hechos percha por la noticia, pero ese mismo día, me avisan que me dieron un lugar para hacer una muestra. Otra vez, Él, que me ayudaba a levantar», dice y hace un gesto hacía el cielo.
Corriendo contrarreloj para completar las obras que necesitaba, pudo exponer durante dos semanas en el Museo Adolfo Mors del parque Cambá Cuá. «Fue una locura y se hizo todo en menos de un mes. Yo tenía planeado mi primera muestra para cuando tuviera 25 años y se me dio ahora. Lo pienso y no lo puedo creer».
De todas las cosas que este joven artista cuenta sobre su vida, siempre destaca la fuerza que tiene su fe. «Para mí es un milagro haber podido pintar estando casi ciego. Es Dios que me ayuda en todo momento. En cada uno de mis cuadros está él. En cada una de mis pinturas, dejo un mensaje de él, para ayudar a otros a salir adelante», completa sin dejar de sonreír.
En las películas, los superhéroes aparecen generalmente como seres con poderes extraordinarios. En la vida real, son personas comunes las que salvan el mundo todos los días. Gente que tiene la capacidad de transmitir y despertar en los demás el potencial que llevan dentro. Matías, por ejemplo es uno de ellos.
«Por más que haya toda la predisposición, para las personas con discapacidad todo es más difícil»
A los doce años, cuando comenzó a perder la visión, Matías empezó a darse cuenta de una cosa muy importante: a las personas con discapacidad todo les cuesta el doble. «En los colegios, en los institutos hay muchas personas que están dispuestas a ayudar. Gente muy instruida y con un corazón gigante, pero el tema es que no tienen los instrumentos. El tema de la inclusión está faltando mucho, pero no sólo ahí sino en muchos lugares».
Su experiencia más reciente fue la que tuvo al dejar la carrera de Arte que había comenzado a estudiar este año. «Me costaba mucho porque recién comenzaba a ver de nuevo y me costaba adaptarme. Las cosas copiadas, las lecturas, por ahí no tenía los materiales necesarios. Los profesores trataron de ayudarme, pero no pudieron. El tema es que si no saben, no pueden ayudar», recordó.
«Los mismos profesores nos decían que había personas hipoacúsicas que iban y al tiempo dejaban la carrera y a ellos les dolía un montón porque no sabían cómo ayudarles», dijo y recordó que esta es una de las razones por las que ahora también quiere estudiar profesorado para personas con discapacidad.
«Por más que haya toda la predisposición, para las personas con discapacidad todo es más difícil. Y es algo que pasa en general. Si bien hay escuelas adaptadas y espacios para enseñarnos, cuando salimos de esos lugares nos encontramos otra vez con un montón de trabas. Por eso hace falta una verdadera inclusión y cuesta, pero hay que empezar por algo para poder cambiar las cosas», reflexionó.
La necesidad de formar a los más pequeños
En el taller que tiene en su casa del barrio Punta Taitalo, hay varias pinturas en las que Matías trabaja. Una es la que está haciendo para donarle al jardín en el que dicta un taller para los chicos.
La obra muestra a una niña en la puerta de una casa sosteniendo en brazos una gallina. El detalle, tiene una piernita ortopédica. «Hay chicos con problemas y es muy importante que desde pequeños ellos entiendan que tienen que aceptar, que es un nuevo paso y que todos somos iguales. A todos nos falta algo, siempre estamos viendo lo que le falta al otro, pero en realidad nadie está completo realmente, y cuando nos unimos ahí parece que nos completamos y podemos hacer algo grande», explicó de esa pintura.
Levantar la cabeza y mirar alrededor
Pasar por la experiencia de casi haber perdido la visión le enseñó muchas cosas a Matías. Pero una de las más importantes y la que quiere transmitir es la de que las personas aprendan a apreciar lo que tienen alrededor.
«El celular hoy en día es una herramienta indispensable, yo mismo trabajo con eso. Pero también tienen que disfrutar lo que está a su alrededor. Parece tan simple que todos los días se ve, cuando puede ser que un día ya no. Ver cada parte, cada rasgo es algo maravilloso. También, irse acordándose día a día es que falte lo que falte, tenemos que celebrar que estamos vivos, que podemos seguir luchando», aconsejó.
Siempre agradecido
Cada vez que tiene la oportunidad, Matías agradece. Es muy agradecido porque dice que solo no hubiera podido hacer todo lo que hoy hace.
«Le quiero agradecer a mi familia, a mi prima, Lorena, de Buenos Aires. Ella dice que es mi fan y tiene el cuadro que tanto me gusta. También a todo el pueblo correntino, gente de todo el país y hasta un papá y su hijo que están en Países Bajos y nos ayudaron mucho. Y fuera de lo político, a Juan Enrique Braillard Poccard. Cuando estuvimos muy mal, él vino un día y nos trajo medicamentos y nos ayudó mucho con pasajes y otras cosas que nos hacían falta. Es una gran persona», dijo.
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