Por Maria José Alcaraz Meza
EL LIBERTADOR
Con alas de papel y vestidos con túnicas blancas, las coplas que recitan estas tempranas visitas en algunos pueblos, dan inicio a una mañana que es distinta a otras que despuntan sobre tierra correntina. Versos que seguirán escuchándose sobre el atardecer en otras zonas, cuando se retiren con los últimos vestigios de luz de día, para volver al año siguiente.
En Mburucuyá, cuna del auténtico chamamé, el cántico de tan jóvenes ángeles se escucha entre las calles. «Es una tradición muy antigua, todos los mburucuyanos hemos vivido y celebrado el Día de Todos los Santos, sí bien nosotros le decimos Ángeles Somos. La costumbre es que desde muy temprano -y cuando digo muy temprano me refiero a las seis y media de la mañana-, niños a veces acompañados por sus padres y hermanos mayores van a visitar las casas del pueblo, llevando flores y alguna copla o canto», explicó a EL LIBERTADOR la coordinadora de Catequesis de la parroquia San Antonio, Diana Miqueri.
Se anuncian al llegar diciendo «ángeles somos, ángeles somos/ la colación, la colación» o «ángeles somos, del cielo venimos/ pidiendo limosna y una colación/ la bendición, la bendición».
«El pueblo se prepara para esta cita de honor, que tiene lugar todos los 1° de noviembre. Toda la gente, sin distinción, incluso quienes profesan otros credos, se preparan lo mismo porque saben que los angelitos van a pasar, a cantar y dejar sus flores. Ya preparan desde el día anterior con qué le van a convidar, sin hacer distinción de condición social o económica. La fiesta es para todos. Los niños visitan todas las casas, de los ricos, de los pobres, y los no tan pobres», destacó Miqueri.
Esta práctica fue parte de su propia infancia. «Los niños ricos y los niños pobres, todos salimos en algún momento de nuestras vidas a celebrar Ángeles Somos. Llevan sus bolsitas para cargar las golosinas, las tortas, los caramelos o los chupetines, que la gente les va dando. La gente dos días antes va de compras a los lugares donde venden golosinas o preparan en sus casas pastafrolas o pastelitos», contó.
Una vez que se anuncian con sus versos al llegar, alguien de la casa sale a su encuentro para entregarle las golosinas y, generalmente, el altar familiar está armado sobre la vereda. Los «angelitos» responden con nuevas coplas a la generosidad de sus anfitrionas: «Esta casa es de tacuarita / donde vive la señorita»; «Esta casa es de Rosa/ donde viven las más hermosas»; «Esta casa de palo santo/ donde habita el espíritu santo». Y sí no reciben nada o muy poco, exclaman al unísono: «Esta casa es de caño/ donde viven los tacaños».
«La fiesta es para todos y es una tradición que se cuida mucho, que se apuntala desde todos los parangones que se puede: la escuela, la catequesis, la iglesia. En la escuela, las maestras fomentan que se siga esta tradición porque es sana y nos identifica como pueblo creyente y desde la cultura popular. Desde el catecismo reforzamos la importancia de alabar la santidad, que es para todos, no para unos pocos», precisó.
TRADICIÓN CASI EXTINTA
En la isla Apipé, un paisaje similar se aprecia sobre el atardecer, cuando los niños con sus alas y coronas de flores hechas de papel recorren las casas, nuevos portadores de una tradición que casi se extinguió como en otros pueblos.
El gestor cultural, Damián Encinas contó a EL LIBERTADOR que esta celebración consta de dos momentos. «La serenata de los adultos que se realiza la noche del 31 y madrugada del 1°, quienes visitan las casas con guitarras y otros instrumentos, tocan algunas canciones de chamamé y también acompañan con ciertos versos, si en casa le dan o no dan limosnas. Con el tiempo, esta práctica fue desapareciendo o mermando», contó.
«Y la otra es la caminata de los niños vestidos de angelitos durante el día 1° de noviembre. Esta práctica también tuvo un tiempo de desaparecer y luego por iniciativa de algunas docentes y miembros de la comunidad, volvió a activarse a partir del año 2015. Desde entonces se realiza de forma ininterrumpida hasta este año», apuntó.
Desde la Dirección de Cultura, explicó que se trabaja todos los años en conjunto con la comunidad organizando la promoción del evento a través de las redes sociales, el armado del itinerario para que los chicos puedan visitar a todas las personas posibles, organizarlos por grupos así pueden cubrir la mayor parte de territorio entre el breve tiempo, desde las 18 y las 20. También se habilita un espacio común para que los chicos puedan poner en común las colaciones que recibieron y los padres ayudan a repartir en partes iguales a todos.
«Los padres los acompañan y confeccionan sus trajes. Se hizo durante varios años un taller para armado de alitas de cartón y papel o las coronas de flores de papel. Es una cuestión importante la vestimenta, porque no es un disfraz. Es una vestimenta, casi con un carácter sacro dentro del imaginario, estamos hablando a un nivel muy inconsciente porque uno desde afuera se puede abstraer. Y las alas se confeccionan de papel, al igual que las flores, por la cuestión de lo efímero de la vida humana«, explicó.
También comentó que como medida de salvaguardia, la celebración se declaró de interés y luego como parte del patrimonio de la comunidad. «De hecho, Ángeles Somos está reconocida dentro de la lista representativa de los elementos del Patrimonio Inmaterial de la Provincia, junto al chamamé, el Gauchito Gil, la Pilarcita, entre otros», señaló.
AL RESCATE
En la Sucursal del Cielo, los ángeles recorren la calle principal de la ciudad para saludar a vecinos y comercios, pedir la colación y dar la bendición.
La directora de Cultura, Virginia Aguirre Talamona explicó a EL LIBERTADOR que la idea surgió a partir de la iniciativa de un instituto de inglés que, en vez de festejar Halloween, celebraban Ángeles Somos y salían por el barrio periférico al edificio a buscar golosinas.
«A mí me gustó mucho esta iniciativa, así que desde la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Curuzú Cuatiá lanzamos una convocatoria y lo empezamos a hacer desde 2019, con la pandemia paró. La fiesta fue creciendo, al principio tuvimos 400 chicos, hoy ya ese monto de inscripción se superó notablemente», relató. Este año, el principal pedido de los vecinos es que se amplíe el trayecto y los ángeles lleguen a los barrios.
«Esta es una fiesta muy cara a los sentimientos nuestros y siempre tuvimos una respuesta muy favorable por parte de los vecinos. Estamos muy contentos de que crezca, porque es una fiesta tradicional correntina, de raíz hispanoamericana, así que estamos trabajando para agrandar el recorrido hablando con las parroquias», adelantó.
«Estamos muy contentos con la semillita que hemos sembrado estos años y las repercusiones del público, estamos muy satisfechos de eso. Durante la pandemia cesamos esta actividad y el año pasado volvimos a realizarla, y las expectativas son buenas. Esperamos que siga creciendo y que cuando nosotros ya no estemos, estaría bueno que se siga haciendo», deseó.
BITÁCORA DE SERENATAS Y NOSTALGIAS
«En San Luis del Palmar, las serenatas se hacían para amanecer el 1° de noviembre, pero varía de pueblo. Yo también cantaba en San Cosme, Itatí o General Paz y, por ejemplo, en General Paz e Itatí es para amanecer el 2 de noviembre», relató ‘Moncho’ Chaz, un músico con un repertorio de anécdotas que San Luis en Fotos compartió con EL LIBERTADOR.
«En otras épocas, teníamos que sacar permiso en la Policía y salíamos de serenata, pero el que salía primero ganaba las rejas donde siempre nos daban la bebida o nos servían pastelitos. Sí estaba alguien teníamos que esperar que cante todo y ahí llegábamos», explicó.
La particularidad de estos serenateros era que la limosna recaudada generalmente consistía en botellas de vino. «Al otro día nos juntábamos en el cumpleaños de todos los amigos que se llamaran Ángel y ahí hacíamos una asadeada espectacular. ¡Ya teníamos la bebida!», exclamó entre risas.
«El problema en las serenatas era cuando se emborrachaba el maletero. Ahí se olvidaba todas las botellas y ya perdía el control, el alcohol le hacía olvidar donde guardó la bebida. Al otro día teníamos que salir a buscar entre las malezas y las zanjas, por ahí encontrábamos los vinos y llevábamos otra vez», siguió, entusiasmado por los recuerdos.
«¡Que linda época esa de serenatas! Eran diferentes. La serenata de los Ángeles no era la misma que la del Día del Maestro, de la Madre o del Padre», explicó. Y relató que un año, en ocasión del Día de la Madre, apareció un muchacho que propuso una idea. «Fue una de las mejores serenatas que tuve: trajo un ramillete de pimpollos y a cada casa a dónde íbamos y cantábamos, entregábamos una rosa», evocó conmovido.
«En el Día de los Ángeles teníamos un refrán que decía ‘En el jardín de tu casa, una rama florecida,/ somos los ángeles del Cielo, despierta si estás dormida». Y ahí cantábamos», precisó. También parafraseó cómo era la conversación habitual en esa noche con los anfitriones de cada hogar. «Si no es molestia, le vamos a hacer escuchar otro tema», decían, a lo que estos contestan con agradecimientos. «Nos daban una botellita o algo para comer, y ya salíamos contentos la muchachada, era cosa de la juventud», aclaró.
«Una vez, un amigo nos dijo ‘Vamos a llevar la serenata a casa’ y él era nuestro maletero. Entró y salió por la ventana con el pañuelo de la mamá que se puso por la cabeza. Nos pasaba la bebida diciendo ‘Gracias, hijito, muy linda la serenata’. ¡Y era nuestro amigo que se disfrazó y nos dio nuestro vino!», recordó con carcajadas que contradicen la creencia de que las nostalgias van de la mano con la tristeza, las suyas obsequian al presente toda la alegría de otra época.
«Como joven sanluiseño me pone muy orgulloso que se sigan manifestando estas tradiciones centenarias que venimos heredando de nuestros antepasados y que sigan vivas hasta el día de hoy», expresó Nahuel Ramírez de San Luis en Fotos al dialogar con este medio.
«La serenata del 31 a la noche es una experiencia única que la vivo desde chico, cuando nos poníamos de acuerdo con amigos de la Secundaria para salir a golpear las ventanas de nuestros familiares, amistades y personas que queremos. Nos juntamos guitarra con acordeón y llevando nuestra voz, vamos ventana por ventana, reja por reja, con un chamamé», rememoró.
El fotógrafo destacó el sentimiento de alegría con el que se vivencia esta fecha. «Mucha gente no nos está esperando, están durmiendo, pero nos reciben con una sonrisa en la cara. Al recibir esa serenata, le estamos dando una alegría. Y, por la mañana, es hermoso ver a las criaturas caminando por todo el pueblo, visitando las casas. Sus bolsas se van llenando de ilusión y alegría, porque es algo que los hace felices».
«San Luis es un pueblo con 200 años de historia, con mucho folklore y mucha mística, y son estos eventos culturales que surgen de manera espontánea y se va repitiendo con el tiempo, los que sin duda hacen a la identidad de este pueblo peregrino», afirmó.
POR QUÉ ÁNGELES
El gestor cultural Damián Encinas, de isla Apipé, explicó a EL LIBERTADOR el origen y significado de esta práctica que está considerada dentro del Patrimonio Inmaterial Cultural de Corrientes y catalogada como una forma de religiosidad popular.
«Sí bien es una práctica, parece tener relación con el catolicismo, en realidad es una forma de religiosidad que surge de las periferias. No es convocada por las instituciones religiosas, no hay una celebración litúrgica en torno a esto, y participan personas católicas y quienes no lo son, algunas son protestantes o no profesan una religión», comentó. «Es una actividad comunitaria y espiritual, que no está inscripta en un credo particular, aunque coincide con el calendario católico con el 1 de noviembre que es el Día de Todos los Santos», precisó.
La práctica tiene sus particularidades en cada lugar donde se celebra, que tienen relación con la «comunidad portadora», pero «el objetivo es la rememoración de los niños difuntos que han muerto antes de nacer, durante el parto o hasta los siete años».
«Si se rastrea sus orígenes, se pierden un poco en el tiempo. Al tener como componentes la figura de los ángeles, la transición de las almas, y el hecho por sí de que existe un alma que pasa por un proceso ascensional, habla de que hay una presencia de la cosmovisión o de las ideas cristianas», señaló.
«Se presume que sus orígenes se remontan a las reducciones jesuíticas, como una especie de sincretismo entre las creencias católicas y otras costumbres que había en la región. Es una actividad que aparece en toda la zona del norte de Corrientes, parte de Paraguay con otras configuraciones, y también con sus singularidades en otros países de Latinoamérica. Por eso, es muy difícil para los estudiosos rastrear el origen real de estas prácticas», aclaró.
«Como proceso de rememorización se habla de que es una práctica de resignificación de la memoria que permite la elaboración colectiva del duelo por la pérdida de un infante, que es considerado dentro del imaginario popular como un angelito», explicó el gestor cultural.
«Un alma que -digamos- al estar pura o libre de pecado, asciende al Cielo cristiano, o en épocas anteriores se creía una especie de limbo, un espacio intermedio para estas almas que no fueron bautizadas y lo mismo fueron llevadas a la presencia de Dios, y que desde ese lugar, actúan como intercesores», contó el gestor cultural.
«¿Por qué ángeles?», planteó Encinas. «Son formas protectoras, son otra forma de existencia de un mundo que quizás no tiene las mismas reglas que el nuestro, pero es cercano, y eso nos permite también romper las barreras que separa el mundo de los vivos y de los muertos, en un momento volver a encontrarnos entre todos», contestó.
«Reconocer de forma casi inconsciente que la gente que amamos, cuando las rememoramos no se va, simplemente asumen otros modos de ser y estar con nosotros«, concluyó.