Fin del año litúrgico 2022.
Llegamos al final del año litúrgico 2022. Es una ocasión especial para recapitular todo a la luz del Evangelio.
Creer es vivir lo que se cree.
No queda mucho tiempo, cada uno de nosotros tiene medidos sus días y sus posibilidades. El peculiar imperio de Cristo, sobre quienes creen en Él, otorga todos los derechos y el valor principal que los expresa: la libertad.
Sólo Cristo es el garante, reconocido por el Padre en el Monte Tabor: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo» (Lucas 9, 35).
Escucharlo es reconocer que -en Él- manifiesta su voluntad el Padre. No existe mayor garantía de Verdad que Cristo mismo, ejerciendo su ministerio mesiánico. Su palabra plasmada en el Evangelio, y en la enseñanza de su Iglesia, es lo que se debe creer para conocer la voluntad del Padre y obtener la salvación: «Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Juan 14, 10-11).
- La presencia de Cristo resucitado debe ser informada.
El mundo actual debe recibir un saludable y oportuno golpe de timón.
La presencia de Cristo resucitado, reclama una leal información, mediante el «pobre» instrumento de la predicación. Sin caer en la mojigatería sectaria de algunas expresiones religiosas, será preciso volver a la simplicidad del lenguaje misionero de Jesús y de los Apóstoles. Incluye el valor testimonial de la santidad de los cristianos.
Reitero la afirmación de San Juan Pablo II: «El mundo necesita de los cristianos el testimonio de la santidad» (2001).
No hay otra alternativa: o Cristo, o nada.
Es preciso superar el miedo a los poderosos -intelectual y políticamente- y apoderados hoy de los comandos de la sociedad. El poder está en la Palabra, anunciada y testimoniada por la Iglesia, no en la ciencia y tecnología de quienes creen poseer todo, por ser dueños circunstanciales de las mismas.
Cristo es Rey, porque es Pastor. Su autoridad se expresa en el don de su vida en la Cruz. Misteriosa manera de gobernar.
El verdadero Rey reúne a un pueblo y lo consolida. El mercenario empobrece al pueblo que, si fuera su rey, debiera servir hasta dar la vida: «El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye…» (Juan 10, 12).
El panorama actual es desolador.
- Naturaleza peculiar del Reino de Cristo.
La escena dolorosa de la Cruz, indica la verdadera naturaleza del reinado de Cristo. Vino a dar su vida por los ciudadanos. Presenta un estilo de gobierno que es servicio incondicional, y cultivo de virtudes que capacitan para la auténtica amistad cívica.
El buen ladrón personifica la aceptación de las condiciones para ser parte del Reino de Cristo. Se manifiesta en el arrepentimiento y en la disposición a ser parte del mismo. Lamentable es la egoísta actitud del otro ajusticiado.
Se produce, de esa manera, una marcada diferencia, que nos alcanza hoy.
Es muy triste que se pierdan muchos hombres y mujeres que, si hubieran llegado al conocimiento de Cristo, el perdón y la misericordia de Dios los habría redimido. Es el momento de llamar la atención de tantas personas que viven como si Dios no existiera, contrariando sus mandamientos y rechazando su ofrecimiento de amistad.
La deformación de la conciencia -causada por el pecado y sus derivados- como, también, la supina ignorancia de los contenidos de la fe cristiana, se confabulan para hacer imposible la edificación del Reino de Cristo. A pesar de la universalidad del llamado, muchos se autoexcluyen irresponsablemente de él.
- Que la opción final sea por Dios, no contra Dios.
Es la oportunidad de un examen sincero y humilde.
Nadie se pierde contra su voluntad, ya que todos están llamados -en el momento de la muerte – al buen uso de su libertad.
La opción de Dimas, el «buen ladrón», se constituye en modelo; no importa el abismo de miseria moral al que haya descendido durante su vida delictiva. Suplica misericordia y es perdonado: «Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino. Él le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas 23, 41-43).
Son temas esenciales, que debiéramos tratar con más frecuencia con quienes comparten nuestra fe.
* Homilía del
domingo 20 de noviembre.
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