Por el Padre Horacio Da Silva*
Aasesor de Medios de Comunicación del Arzobispado.
Hermanos:
«El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor» (Proverbios 16, 9).
«Siempre tengo presente al Señor, con Él a mi derecha, nada me hará caer» (Salmo 16, 8).
«El Señor es mi Pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce» (Salmo 23, 1-2).
«Desde mi angustia clamé al Señor y Él respondió dándome libertad» (Salmo 118, 5).
He aquí que cuando la vida se siente fuera de control, puede ser reconfortante recordar que nunca estamos fuera de la vista de nuestro Creador, y que Él nunca pierde el control.
La soberanía de Dios es uno de los principios más importantes de la Teología cristiana, así como uno de los más debatidos. La soberanía de Dios es una consecuencia natural de su omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia.
No hay absolutamente nada que ocurra en el Universo que esté fuera de la influencia y autoridad de Dios. Como Rey de reyes y Señor de señores, Dios no tiene limitaciones. Eso es lo que significa ser soberano. Significa ser la fuente última de todo poder, autoridad y de todo lo que existe. Sólo Dios puede hacer esas afirmaciones; por lo tanto, es la soberanía de Dios la que lo hace superior a todos los demás dioses y lo hace a Él, y sólo a Él, digno de adoración.
Aunque la supremacía de Dios no tiene restricciones, hasta la soberanía de Dios tiene sus parámetros. «En última instancia, Dios tiene completo control sobre todas las cosas, aunque Él puede escoger permitir que ocurran ciertos acontecimientos según las leyes naturales que Él ha ordenado.»
(Acompañar con el instrumento sagrado: la Biblia).
Dios no puede hacer nada que vaya en contra de Su propio carácter. Debido a que Dios es inmutable, Sus palabras deben reflejar Su integridad (Números 23, 19). Dios no puede mentir (Hebreos 6,18). En todos los casos, Dios no sólo continúa siendo veraz, sino que cumple todas las promesas que hace.
Dios no puede ser tentado por el mal. No existe ningún elemento en Su naturaleza que pueda ser tentado por el mal (Santiago 1,13). Aunque Dios a menudo nos prueba, Él no tienta a nadie. De hecho, Dios utiliza Su poder ilimitado para permitirnos resistir y escapar del mal (1° de Corintios 10, 13).
Dios no puede negarse a Sí mismo ni contradecirse. Dios permanece fiel a las promesas de Sus pactos (Malaquías 3, 6). Una promesa es tan verdadera como la persona que la hace. Al igual que Dios, Su Palabra es inmutable (1° Samuel 15, 29). Dios no revoca lo que ha dado ni desecha a quien ha escogido (Romanos 11, 29).
Dios no puede perdonar el pecado mientras no haya sido pagado. Debido a que Dios es justo, no puede simplemente «hacer borrón y cuenta nueva» (Romanos 6, 23). Cristo clamó en el Jardín de Getsemaní: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa. . .» (Mateo 26, 39). Cristo tuvo que soportar una terrible agonía física y espiritual, la Justicia perfecta de Dios pronunciada sobre el pecado.
Dios no puede forzar a nadie a amarlo ni a recibir Su regalo de salvación eterna mediante Jesucristo. Es un acto de libre albedrío del hombre (Juan 1, 11-13). Cuando un individuo escoge responder con fe, recibiendo a Jesús en su vida, se convierte en una nueva criatura.
Aunque la soberanía de Dios es infinita, el uso de Su poder está delimitado por Sus otros atributos. Características tales como veracidad, bondad, fidelidad, justicia y amor definen cada una de las acciones de Dios. Si un atributo estuviera desproporcionado o exagerado, esto resultaría en un caos a nivel universal.
Imagínese a un Dios que favoreciera a una persona más que a otra. Dios no favorece a un individuo por su estatus social, nacionalidad o bienes materiales (Hechos 10, 34-35). En cambio, Dios los acepta, recibiéndoles en una relación justa, mediante la fe en Jesucristo.
Por la soberanía de Dios se tiene libre albedrío y son capaces de elegir y tomar decisiones que moldean sus vidas. Aunque no se posee el poder infinito de Dios, se puede someter los corazones, almas y mentes de manera que concuerden con Su santa Voluntad. De esta manera, se honra al Creador y Sustentador de todas las cosas, reconociendo que Dios es verdaderamente soberano (Colosenses 1, 16-17).
Entonces, con todo lo que se conoce y sabiendo que el Dios Todopoderoso libertó a su Pueblo en varias ocasiones, porqué el hombre toma potestad y tuerce la calidad y cualidad de libertad en un pueblo.
En la Argentina, un país independiente libre y con soberanía absoluta, hay quienes ultrajan esos valores y beneficios que Dios impartió y dio a los terrenales. Ejemplo de ello, la constante lucha por la Patria y lo fue el «Día de la Soberanía Nacional» cuando se conmemora la Batalla de la Vuelta de Obligado que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1845, en un recodo del río Paraná, al Norte de la provincia de Buenos Aires. La fecha recuerda la gesta heroica de los soldados de la Confederación Argentina, liderada por Juan Manuel de Rosas, quienes en inferioridad de condiciones resistieron la invasión del ejército anglo francés que pretendía colonizar los territorios de nuestro país.
El acontecimiento sirvió para ratificar y garantizar nuestra soberanía y es símbolo de independencia, libertad y unidad nacional. Estos postulados ya fueron soñados y ejecutados en el Acta de Independencia en el año 1816: «Una Nación libre e independiente de los Reyes de España y su Metrópoli y de toda dominación extranjera».
¿Será que se seguirá soñando con las utopías?, ¿Si el Altísimo iluminó las razones y abrió los corazones, qué os falta para entender?, ¿Qué falta para comprender que ÉL es el único camino, fuente de verdad, justicia y libertad? Es hora de despertar; no duerman el sueño eterno de la muerte en vida.
Entonces reconsideren las santas escrituras: «Restáuranos Señor Todopoderoso; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y sálvanos» (Salmo 80, 19).
«Desde mi angustia clamé al Señor, y Él respondió dándome libertad» (Salmo 118, 5).
* Párroco de la localidad
de San Roque.
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