A principios de 1980, una pareja de maestros rurales comenzó a trabajar en una escuela del paraje El Pollo, en la 2ª sección de Empedrado, y a la espera del nacimiento de su primera hija, decidieron nombrarla en honor a la Virgen de la Medalla Milagrosa, venerada en una capilla construida en el corazón del paraje, al lado de un arroyo. La devoción se extendió a toda la familia y, muchos años después, también a un pueblo.
María Milagro, la mayor de los hijos de María Dolores Meza y Alejandro Alcaraz, es quien compartió con EL LIBERTADOR esta historia de fe sobre la advocación de la Virgen María que, entronizada en la gruta familiar en San Luis del Palmar, convoca a lo largo del año a personas que reciben un diagnóstico de riesgo de vida, deben atravesar un largo y difícil tratamiento de recuperación, o afrontar esta condición durante toda su vida.
Tras años de consultas médicas y diagnósticos errados, María Dolores se enteró que tenía cáncer. La detección tardía hizo imperante la cirugía y un tratamiento de quimioterapia y radioterapia de un año. Al pensar en sus hijos, entendió que se trataba de una lucha por su vida que debía enfrentar por ellos. Para su primera batalla, pidió desde la camilla y antes de entrar al quirófano que le permitieran sostener la medalla de la Virgen Milagrosa.
«No está entronizada en el patio, sino en el frente de la casa. Todos los vecinos pasan, se persignan pese a no ser una ermita pública. La gente llega, pide pasar, y como la gruta no tiene vidrio, la pueden tocar», comentó Milagro.
A las manos extendidas de la sagrada imagen se aferran los visitantes. «Es por los rayos de luz que emite, encendidos y apagados. Los primeros son las gracias que pedimos y los otros son aquellos que no pedimos. La Virgen lo que dice es: Pídanme, yo les concederé», resaltó.
Ante la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa en una capilla rural rezó de rodillas al lado de su padre, y luego en el hogar, su abuela rezó el rosario durante un año a esta advocación como promesa para que María Dolores se recuperara del cáncer. Explicó que esta práctica se conoce como iglesia doméstica, la transmisión de fe se hace al compartirla entre los miembros de una familia.
«Familia que reza unida, se mantiene unida», compartió Milagro la premisa que rige esta práctica que, en su casa, se estableció en torno a esta advocación de la Virgen María.
En una ocasión una amiga destacó su fe mariana. «Le dije que lo sentía como una especie de dote que me habían dado mi madre y mi abuela», recordó, y agregó que «marcó mi camino cristiano esta fe inclaudicable hacia la Madre de Dios, que también es nuestra».
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