Por Daniel Artana
Romper la inercia requiere de un programa de estabilización contundente en lo fiscal y más reservas netas en el Banco Central de la República Argentina (Bcra). Aún no están dadas las condiciones para poder bajar la tasa a 4 por ciento por mes.
Desde comienzos de agosto, el Gobierno ha tratado de encauzar los números fiscales, monetarios y de reservas para cumplir los objetivos trazados en el acuerdo con el FMI. Con una mezcla de medidas transitorias y permanentes, se estaría cerca de cumplir con las metas.
En paralelo, se dispuso una nueva ronda de controles de precios (o de su tasa de variación) para tratar de aterrizar la tasa de inflación en el 4 por ciento mensual a finales del verano y sostenerla ahí (o, incluso, un escalón más abajo) en el tránsito hacia las elecciones.
Sin embargo, lo anunciado no permite ser optimista respecto de lograr varios meses con inflación de esa magnitud. Los problemas son varios.
En el frente fiscal, parece haber mucho de ajuste de caja, ayudado por la aceleración de la inflación. Correcciones de este tipo son más difíciles de sostener en el tiempo. Además, surgen dudas acerca de la voluntad del Gobierno de continuar transitando ese camino en un año electoral.
Pero los problemas mayores aparecen por el lado de los vencimientos de deuda en pesos. Para cumplir con los objetivos monetarios, hace falta colocar la deuda por encima de los vencimientos.
El Gobierno ha encontrado dificultades para hacerlo, que se ponen de manifiesto cada vez que el Bcra compra títulos con emisión. En ese contexto, la emisión total para el fisco (incluyendo la compra de títulos) es superior a lo admitido en el programa y fuerza a una colocación adicional de Leliqs para absorber el excedente de pesos, aumentando el déficit cuasifiscal futuro. Esto no ayuda a generar expectativas de menor inflación, sino todo lo contrario.
Además, esta absorción enfrenta algún límite en la reducción de la demanda real de pesos, que no muestra señales de pánico, pero que sí limita la capacidad de maniobra del Bcra.
En el frente externo, también se han utilizado mecanismos transitorios, como las dos versiones del dólar soja, que generan un alivio en las escasas reservas netas de la autoridad monetaria, que luego se va perdiendo en la medida en que los productores adelantaron ventas que iban a concretar de todas maneras.
La escasez de reservas genera problemas de credibilidad al crawling peg, al menos no permite utilizar como ancla nominal a una depreciación mensual a un ritmo de la mitad del actual, que sería consistente con el objetivo de inflación.
Además, obliga a restringir importaciones, poniendo en jaque a la actividad o presionando sobre los precios que pasan a estar más contaminados por los dólares alternativos que en la transición 2014/2015, cuando había muchas más reservas para perder.
El anuncio de una activación del swap con el Banco Central de China carece todavía de precisiones respecto a cuánto y cuándo se podrá acceder a esa liquidez, pero, en el mejor de los casos, puede proporcionar un alivio transitorio.
La inercia inflacionaria tampoco ayuda. Luego de atrasar el tipo de cambio real durante 2021, cuando el tipo de cambio se depreció a un ritmo inferior al 2 por ciento mensual mientras que precios y salarios formales navegaban a 3,5 por ciento, siguieron cuatro meses de comienzos de 2022 en que la inconsistencia continuó, pero a una nominalidad más alta. Desde mayo en adelante, los tres indicadores transitan a una velocidad del orden del 6 por ciento mensual.
Romper esa inercia requiere de un programa de estabilización más contundente en lo fiscal y con más reservas netas en el Bcra.
En resumen, no parece que estén dadas las condiciones para lograr una baja sustancial en la tasa de inflación.
Esta columna fue publicada en Indicadores de Coyuntura de Fiel 648, diciembre 2022
El autor es Director y Economista Jefe de Fiel.
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