- Celebramos la Encarnación del Verbo.
Al cabo de una semana, celebraremos la Navidad.
El texto evangélico de Mateo nos relata hoy cómo sucedió la concepción prodigiosa de Jesús: «María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mateo 1, 18).
Con la simplicidad del lenguaje evangélico es formulado el gran misterio de la Encarnación del Verbo.
Todo es simple y transparente, hasta San José, otro humilde protagonista del Adviento. María se sorprende, ante el Arcángel San Gabriel, hasta la consternación, más aún cuando recibe el «Ave María» de parte de Dios, con expresiones tan dulces y directas.
María espera, como todo el pueblo de Israel, sin pensar que Ella sería la elegida para que termine la prolongada espera. En Ella se produce el acontecimiento más importante de la historia humana. Su extraordinaria humildad, o ejemplar pobreza de corazón, la predispone para que el Espíritu Santo la convierta en Madre Virgen del Salvador.
- La fe de María.
Ella acepta, sin pretender comprender un Misterio que desborda su fe. Le basta saber que es de Dios, para consentir sin vacilaciones.
La misteriosa explicación del Ángel le exige fe, no un acuerdo intelectual.
Dios, a Quien San Gabriel representa, es el garante incuestionable de que «se cumplirá» lo que se le promete.
En su encuentro con Isabel, recibe otro saludo misterioso que revela su situación de Madre Virgen del Dios encarnado: «Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lucas 1, 45).
Es considerada feliz por creer en el Misterio que se ha encarnado en Ella. Su fe supera cualquier exitosa labor intelectual. El Niño, ahora prodigiosamente gestante y luego nacido, es Dios. Es el Hijo, eterno como el Padre y el Santo Espíritu, coautor todopoderoso de la Creación.
Nuestros intelectuales, en su mayoría, hubieran desestimado el anuncio angélico. María cree porque es humilde. Desde entonces se mueve en la fe. Por la palabra del Arcángel, sabe que su pequeño Niño es Dios. Lo cuida como a tal y lo adora como a tal. Incluso cuando ve los milagros que su Hijo realiza. No se contenta con ellos, cree, sin titubear, que Jesús es el Hijo de Dios.
- Exclusión iconoclasta del Pesebre.
La Navidad es el más bello poema que Dios ha compuesto para los hombres. Un poema es una declaración de amor. Amor eterno invadiendo el tiempo de quienes han pecado y lo han malgastado.
Dios se hace hombre para enseñar a los hombres cómo respetar su naturaleza y convertirse en síntesis del Universo creado (GS 14).
Dios es un romántico que se conmueve ante los más pequeños seres personales de su Creación. Es a ellos a quienes se revela y a ellos constituye en imágenes suyas.
La Navidad es celebrada por los humildes como María y José.
Es muy lamentable que hoy se festeje sin relación con su principal protagonista: Jesús. El mundo actual, marcado aún por el rito bautismal, ha perdido su capacidad de hacerse niño para adorar a Dios, hecho Niño. La gota de la disolución ha horadado la piedra y, en amplios sectores de cristianos se ha excluido el Pesebre de Belén para reemplazarlo por un «Santa Claus» nada santo, exhibido en suntuosos escaparates.
Dicen que los hombres son el sueño de Dios. San José nos enseña a realizar ese sueño, dándole casa a Jesús y a María: «…El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (Mateo 1, 20).
- El sueño del hombre justo.
José es un hombre santo, capaz de morir por quien ama. Se dispone a abandonar a María en secreto, para cargar con toda la culpa y no dejarla expuesta a la implacable ley mosaica. El Ángel se le aparece, no como a María, sino en sueños. Su fe tendrá que atravesar un espeso velo, poniendo a prueba su fidelidad a Dios y su impresionante humildad. ¡Qué bien lo logra! Su figura, a la sombra de Jesús y de María, se agiganta como ninguna otra. Otro modelo del Adviento, para todos.
Dios lo ha llevado a la santidad porque su rol providencial lo requería. Custodio de la virginidad de María y de su maternidad virginal; y de Jesús, como auténtico padre adoptivo. Su grandeza estriba en ser un silencioso y humilde custodio de la Sagrada Familia.
- Homilía del domingo 18 de diciembre
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