Por Franco Moccia
Hoy, las democracias liberales están siendo atacadas ya no sólo desde afuera, por la competencia de autocracias como Rusia, sino también, y más peligroso aún, desde adentro. Esto está sucediendo incluso en democracias consolidadas como las de los Estados Unidos y Europa.
¿Qué está pasando en el mundo y qué nos está pasando en la Argentina? La frustración con los resultados de la democracia y el reflejo del voto catarsis hacia el vacío y el antisistema son un problema incluso en democracias que han tenido performances de progreso social y económico aceptables, ni hablar en casos como el nuestro, donde estamos muy lejos de eso.
A medida que las personas advierten que los gobernantes no rinden cuentas, o que privilegian sus intereses por sobre los de la población, el reclamo popular de una democracia que respete los derechos de las personas y que genere mejoras sigue siendo fuerte.
La democracia es la forma menos mala de gobierno, como lo señalaba Winston Churchill. En las democracias los electores pueden quitar su apoyo a un gobierno a través del voto; pero a pesar de ello, muchos líderes democráticos de la actualidad no están respondiendo a los desafíos que tienen frente a sus electores.
Esto está generando un caldo de cultivo hacia el salto al vacío. Ese salto nos recuerda lo sucedido en Europa luego de la Primera Guerra Mundial en democracias adultas que cayeron en el fascismo.
El salto al vacío y al antisistema no es nuevo en la Argentina. Sin perjuicio de ello, da mucha tristeza, a casi 40 años de democracia, escuchar de nuevo las críticas a este sistema de gobierno que podrá no ser perfecto, pero es el mejor que hemos construido. Que los más necesitados votan mal, que los que tienen planes no deberían votar son frases que tendrían que estar extinguidas en la Argentina, pero que hoy, dolorosamente, las volvemos a escuchar. Pensamos que este tema se había resuelto en 1983, pero vemos, tristemente, hoy una nueva corriente antidemocrática resurgiendo en nuestro país.
Se escucha también que con un liderazgo fuerte y algunos gritos se pueden hacer las reformas estructurales que la Argentina necesita, aunque no se tengan los votos necesarios en el Congreso. También escuchamos que desde la Presidencia, con un liderazgo fuerte, se debe meter preso a alguien independientemente del proceso judicial o aún peor, pasar por encima de la Justicia y burlar uno de los poderes independientes del Estado para sacar ventaja de una situación puntual como es el nombramiento en el Consejo de la Magistratura. Esto no es otra cosa que un ataque directo a las instituciones republicanas y a la división de poderes que tienen todas las repúblicas democráticas a las que nos queremos parecer.
No es necesario ser Funes el memorioso, para recordar que esta historia de que la democracia no funciona en la Argentina, que necesitamos un líder fuerte que haga lo que «hay que hacer» sustituyendo a la Justicia y al Parlamento y que hay que eliminar la política porque son todos malos ya la escuchamos varias veces en nuestra atribulada Patria. Y cada vez que nos dejamos llevar por ella, siempre los resultados fueron terribles.
Es lo que escuchamos antes de todos los golpes militares del siglo XX. Fue el justificativo social que terminó tocando el timbre de los cuarteles, no una, sino seis veces en 46 años -1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976-.
No hace falta ni describir a dónde nos llevó este camino. Sin democracia, con liderazgos monárquicos, sin república y prohibiendo la política, fracasamos siempre, incansable y violentamente.
Que la Argentina necesita un cambio es evidente, y tiene que ser urgente. Debemos volver a un sendero de progreso económico y social, que requiere orden macroeconómico y un crecimiento fuerte y vigoroso de la inversión privada que genere mucho empleo privado, formal, por mucho tiempo, mientras reconstruimos nuestro sistema de educación pública de calidad.
Pero el nuevo camino de progreso económico y social que necesitamos sólo se logrará con más democracia, no sin ella; con más república, no sin ella, y con buena política y no sin ella, así como lo lograron, despacio y persistentemente, todos los países a los que nos queremos parecer y donde nuestros hijos hoy se van a buscar su futuro, tal como lo hicieron sus abuelos, que vinieron a buscar a la Argentina libertad, trabajo y educación de calidad.
La democracia está lejos de ser perfecta, pero es responsabilidad de cada uno de nosotros cuidarla, fortalecerla y mejorarla. Atémonos al mástil de la democracia para no escuchar los cantos de sirena de los que la atacan. A nuestro país le costó mucho recuperar la democracia y la república, no la demos por sentada.
El autor es ex Ministro de
Desarrollo Urbano y Transporte de la Ciudad de Buenos Aires.
.