Una rivalidad entre dos caciques guaraníes habría dividido a las familias que huían de bandoleros desde las misiones jesuíticas, asentándose en dos comunidades separadas y enfrentadas a través de generaciones, según el mito que se transmite de boca en boca en Loreto y San Miguel, como explicaron lugareños a EL LIBERTADOR.
Sin embargo, con el éxodo jesuítico guaraní como mismo origen, estas reducciones que sirvieron de refugio a quienes huyeron, se consolidaron a la par. Debido al miedo a sus persecutores, carecen de las impresionantes construcciones que caracterizan hasta el día de hoy al territorio misionero.
Escaparon, con sus familias y sus imágenes religiosas como talismanes de protección, abandonando lo que el tiempo convertiría en ruinas y más cerca de los esteros, se escondieron.
El escritor y poeta Pedro de Armengol Alegre se expresó sobre la fundación de Loreto «como testimonio de un triunfo de la fe, que edificó un pueblo con las reliquias de otro», destino que comparte con San Miguel, su pueblo hermano más allá de los recuerdos de una vieja rivalidad.
SAQUEOS Y
DESTRUCCIÓN
El relato oficial que se comparte con los turistas que visitan estas reliquias escondidas del pasado jesuítico guaraní de Corrientes – y que la prestadora turística Gladys Álvarez compartió con este medio, cuenta que solamente las reducciones de San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto permanecían en pie rondando el año 1631.
Las demás habían sido destruidas o directamente abandonadas por sus habitantes. En 1631, habían sufrido el acecho de bandoleros de la región brasileña, lo que implicó un primer éxodo.
En 1817, la invasión de Portugal obligó al superior de las misiones de la región de Guayra, Antonio Ruiz de Montoya, a tomar la difícil decisión de abandonar las misiones ante la proximidad de las bandeiras.
LA HUIDA
Según cuentan, durante varias semanas, 12.000 indígenas se prepararon para el éxodo. Se prepararon 700 balsas y las provisiones necesarias para el viaje.
En los otros pueblos que fueron saqueados y destruidos por lo portugueses, muchas familias asesinadas o prisioneras, también quedaron algunas dispersas y fugitivas que poco a poco se fueron reuniendo con los emigrantes que se desplazaban.
DOS PUEBLOS
«Pasaron al Sur de la Tranquera de Loreto, ejidos del actual municipio de Ituzaingó, iniciando en masa de dos columnas, completamente independiente una de otra, la penetración de la zona que antes sólo utilizaban como guardería o estancias de sus ganados», narran los registros históricos.
«Corriéndose por la costa del alto Paraná y bajando luego por las partes altas de las ricas formaciones aluviales que se encuentran entre los afluentes del Iberá y los del río Santa Lucía. Una de las columnas quedó en Loma Yatebú, donde se funda el poblado de Loreto; la otra sigue más al Sur estableciendo el pueblo de San Miguel», concluye.
PROTECCIÓN
RELIGIOSA
El documentalista de misiones jesuitas Sergio Raczko destacó que la imaginería religiosa en miniatura eran los bienes más preciados de estos guaraníes. «Es el fundamento y la base de estos pueblos jesuíticos guaraníes. San Miguel y Loreto son dos pueblos que tienen la misma identidad actualmente», resaltó.
Su presentación hecha en las Jornadas de Patrimonio y Comunidad organizadas por el Instituto Julio E Payró de la Universidad de Buenos Aires y el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (Cicop) está disponible en Youtube.
El documental también se proyecta en el Museo de Arte Sacro de Loreto que, tal como su semejante en San Miguel, tiene como fin recuperar, resguardar y poner en valor las imágenes religiosas que acompañaron a los guaraníes en su éxodo hacia la zona de los humedales.
Por otro lado, el Museo Cacique Blas Chapay en Loreto que resguarda la historia local, así como el balneario Cacique Irá en San Miguel, donde la laguna conserva el azul brillante y esperanzador en sus aguas, son lugares que honran a los caciques que lo lideraron.
«Estos dos pueblos, tanto Loreto como San Miguel, mantienen la sangre guaraní. Los que vienen son los caciques de las misiones, que estuvieron con los jesuitas», explicó Raczko, quien remarcó la relación que existe entre la imaginería religiosa que se conserva en los altares devocionales de los hogares y las raíces guaraníes.
«A los padres jesuitas, primeros fundadores, 1628. A los nobles indígenas que emigraron a estas tierras, 1817. A los que nos insertaron en la unidad nacional, 1827. Gracias perenne», reza la piedra fundacional de San Miguel.
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