Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
Peregrinos a la Verdad.
Aquellos desalentados discípulos, que buscaban la tranquilidad de la aldea de Emaús, no imaginaron que el desconocido caminante que se les había unido, fuera el mismo Señor resucitado.
Es incomprensible el velo denso que cierra sus mentes para entender que Cristo ha resucitado.
Necesitaron, como nosotros hoy, captar su presencia en el signo, ocurrirá al cabo del largo peregrinaje, en la fracción del pan. Los signos, que Jesús pone, constituyen el lenguaje de la Verdad. Es entonces cuando se produce lo significado. Mediante los mismos, el creyente se relaciona con la realidad significada. Sin fe es imposible que se produzca la necesaria relación con el Maestro divino, ya resucitado.
El gran obstáculo a la presentación del Evangelio es la sistemática oposición, causada por la incredulidad actual. Por ello, la Iglesia está desafiada a suscitar la fe y, en quienes la poseen, renovarla. El testimonio de santidad de los actuales creyentes, acompaña la exposición de las enseñanzas de la Iglesia. No basta la predicación y la catequesis.
- Las oscuras tinieblas de la Crucifixión.
El dolor cubría los ojos de aquellos hombres. No lograban disipar las oscuras tinieblas de la crucifixión y muerte del Señor. Lo creían bien muerto, a pesar de las noticias, transmitidas por María Magdalena y las santas mujeres, que fueron a visitar el sepulcro: «Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron» (Lucas 24, 22-24).
Necesitaban hacer la experiencia de la fe, como los otros discípulos, para descubrir a Quien ya no era captable por los pobres sentidos humanos, pero que, gracias al signo, elegido de antemano por el mismo Señor, llegarán al conocimiento de su Verdad. En adelante, no necesitarán más que la Palabra, formulada por los Apóstoles y sus sucesores.
Hoy, aprendiendo lo que ellos aprendieron, podemos mantenernos orientados en el sendero que conduce a la eternidad. La fe es un dejarse sorprender por Cristo, con signos simples, y capaces de establecer una relación personal con Dios, en su intimidad Trinitaria.
- El aprendizaje de la fe pascual.
Durante los días previos a Pentecostés, Jesús ya resucitado, se empeña en que sus discípulos aprendan a creer.
El propósito del Señor reviste una importancia primordial para ese grupo pequeño, ya que recibirá la misión de transmitir a las generaciones venideras la única forma de verlo presente y de vivir en su seguimiento.
Nuestra Iglesia, heredera de aquel grupo minúsculo, atraviesa los desafíos más sofisticados al flamante misterio de la fe pascual.
La lista interminable de santos, demuestra que la vida cristiana se apoya necesariamente en aquella fe pascual. Es ineludible aprender, del mismo Señor, entre las pruebas del presente siglo.
Nos conmueven los cristianos que sufren la persecución y el martirio, por ser fieles a Cristo y a su Iglesia.
Un doloroso ejemplo es el que nos ofrecen las autoridades políticas del país hermano de Nicaragua. Cuánto sufrimiento, causado por las incomprensibles restricciones a la libertad de culto: la cárcel, la marginación y el exilio injustificados de sus principales ministros. La fidelidad al Evangelio no es traición a la Patria, al contrario.
- El reposo de la Verdad.
Después de haber despertado el interés de los confundidos discípulos, durante el prolongado trayecto, Jesús arriba a Emaús, distante unos diez kilómetros de Jerusalén. Es allí donde buscarán el reposo reparador: «Cuando llegaron al pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante: ‘Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba'» (Lucas 24, 28-29).
Jesús camina a nuestro par, empeñándose en que entendamos su Misterio, a la luz de las Escrituras. El aún desconocido compañero de viaje intenta escapar humildemente de quienes, por causa del fervor que había causado en ellos sus comentarios, en base a los Profetas, les inspira prolongar la velada.
En la fracción del pan, pronunciada la bendición para la cena, el velo desaparece para indicar que es Jesús quien se hace presente en su carne inmolada en la Cruz y glorificada. Escena asombrosa que conduce al aprendizaje de la fe pascual. Así ocurrirá con las apariciones del Señor resucitado durante aquellos 40 días.
- Homilía del domingo 23 de abril.
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