Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Sentido de la Transfiguración.
No es fácil este anticipo de la Resurrección. No obstante, el Señor, al escoger a Pedro, Santiago y Juan, manifiesta la solicitud y delicadeza que le inspiran.
Aquellos discípulos, calificados «columnas», son depositarios de un hecho misterioso: la revelación de la divinidad de su Maestro. Les servirá de contraparte del terrible acontecimiento de la Cruz. La oscuridad del hecho de la crucifixión, pondrá a prueba la fidelidad de aquellos atribulados hombres.
Los datos precisos, de esa sorprendente escena evangélica, constituyen una invitación al ejercicio de la fe.
Lo que ven aquellos atónitos discípulos, nosotros, por moción del Espíritu, lo creemos a ciegas. La racionalidad de nuestra actitud se encuentra en la Palabra de Dios.
El agnosticismo de moda pone en duda la humilde actitud de los creyentes. Les parece mentira que haya personas ilustradas, hasta geniales, que no consideren la inteligencia humana como única garante en la adquisición de la verdad.
- La Ley y los Profetas.
Jesús, habiendo ascendido al Monte Tabor con aquellos discípulos, se dispone a demostrarles su divinidad. Es recorrido el velo del tiempo con la presencia de Moisés y de Elías. La Ley y los Profetas, a cuya autoridad acudirá el Señor, con mucha frecuencia, para identificarse ante el pueblo.
El hecho espectacular de la Transfiguración previene para superar el escándalo de la Cruz. El Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios encarnado, deslumbra misteriosamente a aquellos hombres. Los conmueve hasta inspirar en Pedro el deseo de seguir así: «Pedro dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mateo 17, 4).
De inmediato, el Señor disipa el engolosinamiento de aquellos principales discípulos: «Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: Levántense, no tengan miedo. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mateo 17, 7-8). El velo de la encarnación oculta, momentáneamente, la condición divina de Cristo. Por algunos momentos es descorrido aquel denso velo. Pedro, Santiago y Juan se postran ante el Señor transfigurado y manifiestan su estado de ánimo: «Al oír esto (la voz del Padre), los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor» (Mateo 17, 6).
- Cristo, el único y necesario Maestro.
Más allá de la sorpresa y conmoción, los discípulos serían testigos de una manifiesta intervención del Padre. Jesús es el testigo y transmisor de la Verdad de Dios, como Palabra, que el Padre pronuncia al crear, incluido el hombre.
La voz del Padre, acompaña aquel misterioso descorrido del velo de la carne de Cristo, declarándolo su Hijo e instituyéndolo como único Maestro: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección, escúchenlo». (Mateo 17, 5). El mismo evangelista ofrece su interpretación de la voz del Padre: «En cuanto a ustedes, no se hagan llamar ‘maestro’, porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos» (Mateo 23, 8).
El mundo vive de apariencias, de títulos y doctorados, que no hacen a la esencia cualitativa de la persona. Se nos contagia ese espíritu mundano, aún dentro de la estructura de la Iglesia.
El deber de los discípulos de Cristo es transmitir lo que el único Maestro nos enseña, desde una conciencia viva de ser «hermanos» y discípulos suyos. Fácilmente alardeamos de «doctores», cuando «no se dejen llamar tampoco ‘doctores’ porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías» (Mateo 23, 10).
- Para que el mundo crea y se salve.
Gracias a los Apóstoles, testigos y misioneros de la Buena Nueva, hoy es posible la fe. Fueron escogidos, como Pedro, Santiago y Juan, para ver y tocar al Señor Resucitado y, de esa manera, lograr que el mundo crea y pueda vivir de la fe.
El poder de la fe, capacita a quienes creen -y únicamente porque creen- a ser salvados por Jesucristo. Es grave y peligroso cerrar los oídos al testimonio de aquellos Apóstoles.
La Iglesia debe a sus coetáneos la transmisión de aquel testimonio, para que nadie carezca de la ocasión para el encuentro con su Salvador.
* Homilía del
domingo 6 de agosto.
.