La historia de la familia Solanet comienza con el flechazo de amor a primera vista de Ángeles y Diego. Hoy llevan 32 años de casados y son padres de tres hijos que comparten el mismo amor por el proyecto que construyeron desde los cimientos.
En 2001 la pareja tuvo un accidente de auto mientras iba a una fiesta para celebrar su aniversario, y el susto que vivieron los hizo reflexionar sobre la rutina que habían construido. Sintieron que era de un cambio y se mudaron a un campo en Esquina, provincia de Corrientes.
Construyeron su casa desde cero, sin imaginar que se convertirían en anfitriones de turistas de distintos países. “Desde hace 17 años compartimos todos los días con personas que vienen a visitarnos”, cuentan en diálogo con Infobae.
“Estábamos siempre a full, vivíamos en Open Door -localidad bonaerense del partido de Luján-, pero los chicos iban a la escuela en San Antonio de Areco, que nos encanta, y nos las pasábamos yendo y viniendo”, explica. Cuando sus hijos tenían 6, 8 y 10 años, empezaron a plantearse dónde querían echar raíces de forma definitiva, y empezaron a buscar su lugar en el mundo.
“Queríamos algo diferente, y cuando tuvimos el accidente en la ruta -aquel día viajaban ellos dos solos- fue el detonante para confirmar que algo no estaba como correspondía, y que no nos estaba haciendo bien vivir a las apuradas”, expresa. Aclara que sufrieron heridas leves, pero fue una muestra más que suficiente para replantearse cómo seguir.
“En plena época de recesión vendimos todo al costo, el negocio incluido, y nos vinimos a Esquina, al principio a la casa de mis abuelos”, cuenta. La idea inicial eran unas vacaciones, no había un plan fijado previamente, más que ir barajando opciones y tomar una decisión antes de que los chicos volvieran a la escuela.
“Un día antes de volvernos a Buenos Aires le dije a Diego: ‘¿Y si nos venimos a vivir al campo?’; él no durmió en toda la noche y la mañana siguiente me dijo: ‘Dale, nos venimos’”, relata risueña. Esa misma tarde tuvieron una charla a corazón abierto con sus hijos, Ramón, Diego y Josefina, donde les preguntaron qué les parecía la idea, y la respuesta fue unánime. “Nos dijeron: ‘Si ustedes son felices acá, nosotros también’”, rememora.
En 2007, cuando todavía no tenía ni página web, recibieron a su primer huésped. Fue más bien por iniciativa de una tía que les habló de una turista alemana que estaba buscando dónde quedarse unos días en Esquina. La familia completa le brindó su vocación de servicio, la invitaron a sumarse a las actividades al aire libre, le hicieron un tour gastronómico con platos caseros, y la experiencia fue tan inolvidable para aquella visitante que los recomendó a muchos de sus conocidos. El boca a boca se tradujo en otros 20 viajeros interesados en pasar algunas noches allí, y fue el comienzo de una rueda que sigue girando.
Belgas, australianos, y británicos, empezaron a llegar, y más de una vez tuvieron que mudarse de cuarto para ofrecer su habitación porque ya no había más capacidad disponible. Actualmente pueden recibir hasta 30 personas, y sus momentos preferidos ocurren en la larguísima mesa donde se sientan todos juntos a disfrutar del menú. “Hace 16 años que compartimos todas las comidas con toda la gente que viene, tuvimos la oportunidad de conocer, de viajar por tantos países en nuestras charlas, que encontramos una vida más feliz, mostrándoles nuestra cultura argentina, las tradiciones del campo, y la naturaleza”, asegura.
Sus hijos hoy tienen 30, 28 y 26 años, y los tres eligen Esquina como su lugar en el mundo. “Cada uno hizo su carrera, los dos varones se fueron a Buenos Aires y Delfina, acá en Corrientes; estudiaron Economía, Administración de empresas y Veterinaria, pero los tres volvieron porque les gusta estar acá”, revela, y cuenta que ya tiene un nieto de cuatro años que sigue los pasos de la familia.
“Construimos este sueño desde el deseo de progresar y compartir nuestra pasión, tratando de no descuidar los afectos personales ni los espacios individuales, tarea que se afronta día tras día; nos animamos, nos reinventamos y de nuevo volvimos a elaborar proyectos, reinventándonos una y mil veces”, sintetizan sobre el proceso que comenzó hace más de 20 años cuando se mudaron al campo para crear un hogar donde pudieran echar raíces fuertes y duraderas, una misión que cumplieron con creces.