Pragmatismo y unidad nacional
Este viraje hacia Bunge y Born no fue gratuito. Cavallo sintió incumplido el compromiso y le remitió a Menem una acalorada carta de reproche. Como respuesta, Menem lo designó Ministro de Relaciones Exteriores, con la misión especial de fortalecer ante todo las deterioradas relaciones de la Argentina con Estados Unidos, tensionadas por los desencuentros públicos protagonizados por Alfonsín y Ronald Reagan, lo que constituía una tarea políticamente indispensable para pavimentar el camino para un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El tiempo reveló que Cavallo tuvo suerte. El episodio puede ser un presagio para Emilio Ocampo y los defensores de la dolarización.
Con un plan económico de emergencia que lo habilitaba para asumir la Presidencia antes de tiempo, Menem encaró el desafío de la viabilidad política de su implementación. A tal efecto, instruyó a sus emisarios para negociar un pacto de gobernabilidad: el adelantamiento de la entrega del Gobierno sería a cambio del compromiso del radicalismo de facilitar la inmediata sanción parlamentaria de dos llamadas «leyes ómnibus», una de Emergencia Económica y otra de Reforma del Estado, que conferían al Poder Ejecutivo las facultades indispensables para materializar un «ajuste estructural» que, entre otros puntos, incluía la privatización de la totalidad de las empresas públicas.
Alfonsín aprobó la propuesta y habilitó a César «Chacho» Jaroslavsky, jefe de la bancada de la Unión Cívica Radical (UCR) en la Cámara de Diputados, para que acordara con el presidente del bloque justicialista, José Luis «Chupete» Manzano, un mecanismo inédito que hizo escuela después en la tradición parlamentaria: los radicales prestarían el número mínimo de sus diputados suficiente para facilitar el quórum, pero votarían en contra de ambas leyes y, a la vez, garantizarían las ausencias necesarias en el recinto para permitir su aprobación. Menem consiguió lo que buscaba y los radicales durmieron con la conciencia tranquila. Con el paso del tiempo esas contraprestaciones fueron mucho más onerosas.
Con Milei ocurre hoy casi lo contrario de lo que sucedió con Menem en 1989. Ambos se sentaron sobre una montaña de votos, aunque Menem los cosechó en la primera vuelta, sin necesidad recurrir al «Pacto de Acassuso» para ganar el balotaje. Pero para garantizar la gobernabilidad en medio de una gigantesca crisis hiperinflacionaria, un presidente surgido del peronismo precisaba el respaldo del «establishment» económico, que lo miraba con desconfianza y temía por el cumplimiento de algunas de sus promesas electorales, que juzgaba contrarias a sus intereses.
Al contrario, el autoproclamado «primer presidente liberal-libertario de la historia de la Humanidad» tiene que responder a la pregunta inversa, formulada por sus propios amigos: ¿cómo podrá hacerlo? Milei contabiliza 38 diputados nacionales entre 257 y con 7 senadores entre 72. No cuenta con ninguno de los 23 gobernadores. De los más de 2.000 municipios existentes en la Argentina controla apenas tres y en pueblos de menos de 5.000 habitantes. Si con el respaldo del peronismo la prioridad para Menem era ganarse la confianza del poder económico para no tener que abandonar el Gobierno a los pocos meses de asumir, Milei está hoy obligado a buscar en el peronismo, con sus diversas expresiones políticas y sindicales, los consensos necesarios para un acuerdo de gobernabilidad que le provea un ancla para poder canalizar la conflictividad social y eludir «la espada de Damocles» de la Asamblea Legislativa. En ese contexto, una política de unidad nacional no es un slogan de campaña sino una necesidad de supervivencia.
Más o menos a los tumbos, Milei comenzó a transitar la senda del realismo político ya en la misma noche del lunes 23 de octubre, al día siguiente de la primera vuelta electoral, cuando en la casa de Mauricio Macri se disculpó con Patricia Bullrich, su futura Ministra de Seguridad, a quien semanas antes había caracterizado como «montonera asesina que ponía bombas en los jardines de infantes». Ese cambio de actitud fue decisivo para posibilitar una recomposición política orientada a garantizar su victoria en el balotaje.
Pero ese giro pragmático fue mucho más notorio tras su consagración en la segunda vuelta y tuvo una expresión elocuente en materia de política internacional. En ese sentido, el viaje de la futura canciller Diana Mondino a Brasilia, gestionado con la colaboración del embajador Daniel Scioli, para invitar especialmente a la ceremonia de asunción al presidente Lula, antes calificado de «comunista y corrupto», precedido por una invitación similar al presidente chino Xi Jinping, cabeza de un régimen con quien había puntualizado que no quería mantener relaciones políticas, y por su cordial conversación telefónica con el Papa Francisco, anteriormente anatemizado como «el representante del maligno en la Tierra», a quien también invitó a visitar la Argentina, fueron tres hechos muy importantes para tratar de reencauzar los vínculos del nuevo Gobierno con tres actores centrales para la inserción de la Argentina en el escenario mundial: Brasil, China y el Vaticano. Estos gestos de apaciguamiento suponen, en los hechos, una revisión de una declamada política exterior basada en una supuesta alianza con Estados Unidos e Israel que resultaba a todas luces incompatible con los intereses estratégicos de la Argentina.
El viraje empezó a manifestarse también en algunas de las asignaciones de funciones dentro del equipo íntimo de Milei en el Gabinete nacional. El ministro del Interior, Guillermo Francos, ex presidente del Banco Provincia durante el gobierno de Daniel Scioli, es un «castólogo» que conoce los lugares más recónditos del sistema político. El ministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro, es un técnico cuya única experiencia de gobierno fue como funcionario en la administración de Antonio Cafiero, otro gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires.
La discrepancia entre Milei y Macri no se limita a una disputa por cargos, sino que tiene implicancias estratégicas. Macri trató de transformar al «Pacto de Acassuso» en un «Gobierno de coalición» entre La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio. Milei rehusó esa propuesta y afirmó su autoridad designando por su cuenta a Luis Caputo en el Ministerio de Economía, a Bullrich en Seguridad, a Luis Petri en Defensa y a otros funcionarios de Propuesta Republicana (PRO), lo que implica un reconocimiento de su jefatura política, pero desarrollando paralelamente una apertura hacia el peronismo.
Ese acercamiento, simbolizado en la presencia de Francos en la reunión de los gobernadores peronistas realizada en la sede del Consejo Federal de Inversiones, se refleja en la designación de tres funcionarios del gobierno de Schiaretti: el ministro de Finanzas, Osvaldo Giordano, puesto al frente de la Anses, el secretario de Transportes, Franco Mogetta, en el mismo cargo a nivel nacional, y el presidente del Banco de la Provincia de Córdoba, Dante Tillard, en la presidencia del Banco Nación. En esa misma línea se inscribe la ratificación del rol de Scioli como enlace con el Gobierno de Lula y el nombramiento de la actual secretaria de Energía, Flavia Royón, como secretaria de Minería, a propuesta del gobernador de Salta, Gustavo Saénz, y acordado con los otros dos gobernadores de las provincias involucradas en la producción de litio.
Ese aperturismo se expresó en la elección de la presidencia de la Cámara de Diputados, donde Milei descartó la propuesta de Macri de nominar a Cristian Ritondo, no por ninguna objeción personal hacia el candidato que reunía sobradas condiciones para la función, sino por la necesidad política de un acuerdo más amplio con sectores del peronismo, insinuado primero con la nominación de Florencio Randazzo, en línea con el diálogo abierto con Schiaretti y el peronismo de Córdoba, y finalmente concretado con la designación de Martín Menem, un apellido que constituye toda una señal política.
No es casual que esta reivindicación histórica de Menem, reiteradamente realizada por Milei durante su campaña electoral, y ratificada durante su encuentro con Fernández en Olivos, coincida con el fin del ciclo de 20 años de «kirchnerismo» iniciado precisamente con el ascenso de Kirchner en mayo de 2003. Tampoco lo es que el pasado viernes 8, en la Catedral metropolitana, el nuevo arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, ofició una misa con motivo de la apertura de la sala Carlos Menem del Museo Histórico de la misma.
Para gobernar, la realidad demanda a Milei un pragmatismo que en la tradición del liberalismo vernáculo tiene como antecedente histórico a nada menos que a Juan Bautista Alberdi, el mayor pensador político argentino del siglo XIX, quien en 1853 planteaba que la organización de la República tenía que basarse en un acuerdo político con los caudillos federales que habían sostenido en el poder a Juan Manuel de Rosas. Esa misma exigencia de pragmatismo aparece hoy también en el peronismo como un requisito ineludible para encarar la nueva etapa del «post kirchnerismo». Para ello, en este caso alcanza con acudir como fuente al propio Perón, un pragmático por naturaleza.
En 1983, hace justamente 40 años, cuando por primera vez en su historia resultó derrotado en las urnas de la mano de Raúl Alfonsín, el peronismo, todavía no recuperado del gigantesco vacío político provocado por la muerte de Perón, quedó políticamente invertebrado y sin rumbo. En esa encrucijada, un grupo de dirigentes, encabezado por un triunvirato compuesto por Cafiero, Menem y Carlos Grosso, con el aporte de figuras nuevas, entre ellas José Manuel de la Sota y José Luis Manzano, promovió el proceso de «renovación», con la intención de volver a colocarlo en sintonía con la época.
Aquel esfuerzo por armonizar con el clima de la sociedad hizo que la renovación peronista no se planteara de entrada como una oposición frontal al gobierno de Alfonsín sino como una fuerza dispuesta a cooperar en la consolidación de las instituciones democráticas recién recuperadas. La primera manifestación de esta actitud cooperativa fue en 1984 el apoyo al «sí» en la consulta popular sobre el laudo del Papa Juan Pablo II sobre el conflicto del canal de Beagle, que en 1978 había llevado a la Argentina al borde de una guerra con Chile. Mientras la conducción oficial del Partido Justicialista impulsaba una campaña por la abstención en ese referéndum, la incipiente corriente renovadora cerró filas a favor de la propuesta del Gobierno, hasta el punto que Menem en La Rioja y Eduardo Duhalde en Lomas de Zamora encabezaron sendos actos junto a Alfonsín. Esa misma actitud colaborativa con el Gobierno se reprodujo incluso en la Semana Santa de 1987, cuando ante la primera sublevación «carapintada», liderada por el mayor Aldo Rico, Cafiero apareció junto a Alfonsín en el balcón de la Casa Rosada en la movilización convocada en defensa del orden constitucional.
Con las características propias e intransferibles de este nuevo escenario nacional e internacional, el peronismo enfrenta un desafío de reinvención semejante a que afrontó exitosamente en 1983. La situación le exige una nueva renovación, a través de una actualización de ideas y propuestas para dejar atrás al «kirchnerismo», con una actitud política que demuestre un cabal reconocimiento de la voluntad popular expresada en las urnas, acompañada de una adecuada comprensión de este nuevo «espíritu de la época» y de la asunción del pragmatismo necesario para impulsar los consensos necesarios para avanzar hacia reconfiguración del actual sistema de poder y la creación de un clima de unidad nacional, que en la presente situación de emergencia económica y social más que un imperativo ético o una simple expresión de buena voluntad constituye un requisito ineludible para la gobernabilidad de la Argentina.
.