Por Jorge Raventos
El domingo 19 de noviembre se consumó en las urnas del balotaje un capítulo relevante de la reconfiguración del sistema político. Ese proceso, que venía desplegándose en los últimos años bajo la forma de la disgregación de las coaliciones y del ocaso de los principales liderazgos, se precipitó con el triunfo del candidato de La Libertad Avanza sobre el peronismo y la previa derrota (y posterior ruptura) de Juntos por el Cambio.
Si Sergio Massa representaba como camino hacia la reconfiguración una reforma del sistema desde dentro, con la promesa de dejar atrás la grieta inmovilizadora y convocar a un gobierno de unión nacional con representantes de diferentes fuerzas políticas, sociales y empresariales, el voto ciudadano prefirió el camino que ofrecía Milei: barrer el escenario con un outsider y dar paso, a suerte y verdad, a una experiencia diferente, aunque luciera aventurada.
Irónicamente, al convertirlo en Presidente electo, ese voto empieza transformar la naturaleza de outsider de Milei antes aún de hacerse formalmente cargo del Gobierno: naturalmente recaen sobre él responsabilidades que no tenía como candidato y que se le han traspasado con una elección que lo empoderó en la misma medida en que desarticuló, desflecó y desempoderó al Gobierno saliente.
Por otra parte, el resultado de las urnas, al proyectar a los libertarios a funciones de Gobierno, incorpora a su propia fuerza al proceso de reconfiguración: lo que se proclamaba durante la campaña (consignas y candidaturas a cargos y responsabilidades en el escalafón) se modifica en las vísperas de la etapa de Gobierno.
En la noche de su victoria (conseguida además por una diferencia notable, que ni él ni su círculo imaginaban), Milei no había aún avanzado en la mutación desde el rol de candidato a la condición de Presidente. Su discurso fue todavía el de jefe de una parcialidad que hablaba con y para los suyos (a quienes suele definir como «argentinos de bien»). Pero a las pocas horas hubo evidencias de que el realismo que impone el compromiso presidencial empezaba a operar sobre él.
En verdad, la reconfiguración plena del sistema reclama una estrategia de unidad nacional (para usar la formulación de Massa o la que supo emplear Juan Schiaretti), de «ampliación de la plataforma de Gobierno» o «nueva mayoría» (según el fraseo de Horacio Rodríguez Larreta, entre otros).
Que el voto haya preferido un cambio exógeno no cambia la importancia estratégica de aquel objetivo: la unión nacional es una política de convergencia y participación colectiva, más indispensable aún, si se quiere, para un Gobierno que puede ostentar el fuerte respaldo de la opinión pública (un respaldo que, no obstante, se canalizó por otras vías a la hora de renovar el Congreso y poderes provinciales, lo que determina desafíos al Ejecutivo libertario).
Casi en vísperas de la asunción del binomio libertario, se puede comprobar que, como ha ocurrido en otras ocasiones, el aprendizaje de la gestión y también los rasgos finos (y no tan finos) que le darán carácter y hasta parte considerable del personal a convocar son cuestiones que terminarán de definirse después de tomar el mando, aunque luzca como muy improvisado. Y tal vez lo sea. Por ahora lo único permanente es el cambio.
También queda claro que Milei, sostenido en el apoyo de la opinión pública y en una votación excepcional (si bien favorecida por la circunstancia del balotaje), está dispuesto a obrar con una amplitud y un pragmatismo que no se le reconocían a priori. Los empieza a mostrar con las designaciones que va produciendo, que no responden a la idea de dar por muerto al peronismo que propugna Mauricio Macri. La búsqueda plural permite conjeturar que Milei entrevé la necesidad de una convergencia nacional que, sin renunciar a ideas y objetivos propios, ofrezca gobernabilidad y contribuya a perfeccionar prioridades y determinar los ritmos y formas adecuadas para su concreción. Milei ejerce un liderazgo que no parece dispuesto a compartir.
El Presidente electo desafectó, inmediatamente después de ser elegido, al economista que él mismo había entronizado y recién conchabó al futuro ministro en vísperas de su viaje a Estados Unidos. De las ocho carteras que -si no hay cambios de último momento- constituirán el Gabinete, él se ocupó de nominar a todos sus titulares.
El Gobierno en ciernes no tiene ningún gobernador de su divisa y cuenta con una porción poco significativa de representantes en el Congreso; por otra parte, la erosión que han venido sufriendo partidos y coaliciones políticas se traduce en una diversidad de ofertas con mucha predisposición a ayudar al vencedor, pero insuficientes para resolver las necesidades del inminente Poder Ejecutivo.
En unas semanas podrá entenderse mejor cómo ha quedado el mapa de las fuerzas que hasta hace tan poco encarnaban «el oficialismo» y «la oposición» y protagonizaban la grieta.
El peronismo, que con Massa pudo acariciar una victoria en la primera vuelta, terminó sufriendo una derrota dura, de la que sólo zafaron cuatro distritos. Hace 40 años atrás, cuando Ítalo Lúder fue vencido por Raúl Alfonsín, el peronismo sólo pudo reponerse a través de un profundo debate interno, una renovación muy amplia de cuadros y criterios políticos y a través de una puja interna que le dio la legitimidad de base al inmediato triunfo de Carlos Menem en las presidenciales de 1989. La nueva etapa tuvo que hacerse cargo de los desafíos que imponía el espíritu de la época que Alfonsín supo encarnar en 1983. Parece razonable que un proceso análogo de renovación, adaptado a esta época, acontezca con el fin del ciclo actual. Una clave, entre otras, la dio esta semana el intendente electo de Córdoba, Daniel Paserini: «La forma que entendemos el peronismo que pregonamos con Martín (Llaryora, el gobernador electo), que viene de la escuela de De la Sota y Schiaretti, tiene que ver con que el peronismo sea parte de algo más grande. No planteamos un peronismo exclusivo, sino un peronismo inclusivo».
Si el peronismo salió maltrecho del actual proceso electoral, la coalición rival, Juntos por el Cambio, fue si se quiere la gran derrotada: ni siquiera pudo llegar al balotaje y terminó rota en varios pedazos, algunos de los cuales quizás terminen federándose para desempeñar una oposición constructiva, fuera de la tutela de Macri.
Si bien Macri había prometido un apoyo sin condiciones, sus voceros rápidamente empezaron a ponerle precio a ese respaldo. Hasta hace una semana declaraban: «Si no lo ponen a Christian Ritondo a presidir el Congreso, que no esperen apoyo automático; tendrán que pedir nuestra ayuda proyecto por proyecto». De todos modos, el «frente de derecha», panliberal, con el que Mauricio Macri buscó tentar al Presidente electo no prendió en el terreno político y tampoco alcanzaría, en el escenario legislativo, para constituir una mayoría en Diputados (mucho menos en la Cámara alta).
En rigor, Milei parece empeñado en demostrar que, si bien aceptó de muy buen grado la colaboración del macrismo en la fiscalización del comicio y se ha mostrado dispuesto a seleccionar a algunos hombres o mujeres de esa matriz política para cubrir puestos en la estructura de su Gobierno, en modo alguno está dispuesto a consentir formas de cogobierno como las que pretendían y deslizaron a sus medios amigos ciertos cuadros del PRO macrista.
El Presidente electo tomó desde el principio al pie de la letra la idea de que la ayuda que le prestaba ese sector era «incondicional», como juraron tanto Macri como Patricia Bullrich después de cerrar el «Pacto de Acassuso», y se mostró dispuesto a hacerla realidad.
Varios políticos sugeridos por el expresidente para puestos prominentes (Federico Pinedo para Cancillería, Javier Iguacel para la presidencia de YPF, Germán Garavano para Justicia, Guillermo Dietrich para Infraestructura) quedaron fuera de esos destinos (y quizás de otros de reemplazo).
Milei ha reclutado cuadros principalmente entre ex compañeros de trabajo en Aeropuertos Argentina 2000, la plataforma empresarial de Eduardo Eurnekián, y entre ejecutivos de otras grandes empresas nacionales e internacionales (caso Techint).
En un asunto central, como es la política hacia el sector agroalimentario, Milei mostró su preferencia por un técnico de mucho prestigio y de fluidos vínculos con esa actividad. Se trata de Fernando Vilella, ex decano de la Facultad de Agronomía de la UBA. Vilella es el autor de la expresión «Vaca Viva», para subrayar que en la bioeconomía la Argentina tiene una fuente de crecimiento y exportaciones análoga a lo que Vaca Muerte significa en el campo energético. Vilella propuso rebautizar esa secretaría, para que pase a llamarse «de Bioeconomía», apuntando simultáneamente a una ampliación de su incumbencia y a un sentido más sistémico de la actividad. Vilella asegura que las retenciones que afectan a los principales cultivos (soja, maíz, trigo) serán paulatinamente eliminadas hasta quedar en cero al final del período presidencial de Milei. El horizonte de la solución económica del país es la consolidación de lo que Pablo Gerchunof llamó «coalición popular exportadora». A ella hay que confluir desde distintos puntos.
El Presidente electo sondea también en una pecera política más amplia que la que le aconseja Mauricio Macri. La idea de atarse a una alianza predominante o exclusiva con el macrismo no parece ser una solución práctica para Milei para ampliar decisivamente la base operativa del Gobierno.
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