Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
Nos falta el bautismo de Juan para recibir el de Jesús. La humildad de Belén es un presagio de lo que será la presencia de Jesús y su ministerio mesiánico. San Juan Bautista lo intuye y habla de Él, para señalar la superioridad del Señor, ante un pueblo impresionado por su personalidad profética: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo». (Marcos 1, 7-8) Cuando Jesús se acerca, con el insólito gesto de mezclarse con los pecadores, con la intención de recibir el bautismo de Juan, éste lo reconoce. Se sorprende, ante el esperado y anunciado Mesías, pero se somete humildemente a su decisión. El Bautismo de Jesús reemplaza al de Juan, o hace que el de Juan sea una preparación para recibir el Bautismo en el Espíritu Santo. Nos falta el bautismo de Juan para recibir el de Jesús. No somos simples penitentes, al acudir al llamado de Juan, sino hemos sido regenerados por el Bautismo de Jesús y encaminados a la santidad.
Desandar un sendero olvidado. Es preciso recuperar la conciencia de nuestra condición de bautizados. Para ello, debemos desandar un sendero olvidado, o quizás jamás iniciado: el de la conversión y la penitencia, a las que el Bautista nos convoca. Jesús revela su asunción de la naturaleza humana haciéndose -sin necesitarlo- penitente entre los penitentes. De esa manera, Él y Juan, se someten a la voluntad del Padre. La vida cristiana logra su perfección en la obediencia a la voluntad de Dios. Jesús lo repite constantemente en su predicación. La oración, que Él crea como respuesta al pedido de sus discípulos, así lo manifiesta: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Es el deseo de quienes creen y, así, adoptan un verdadero compromiso de vida. La simple resignación no posee el alcance que el Señor imprime a su súplica al Padre. Existe un pacto que vincula a los hijos con el Padre. La vida es un esfuerzo de conformación con la voluntad divina -que define un comportamiento personal y social- y que, inevitablemente, gravita en las culturas de los pueblos. Nosotros, con una mayoría de ciudadanos bautizados en la Iglesia Católica, comprobamos horribles contradicciones. Existe una oscilación entre la fe y la incredulidad, que se ha hecho cargo, de manera escandalosa, de la vida en sociedad de muchos bautizados.
Las responsabilidad de los padres cristianos. La presencia de Jesús en el Jordán es una invitación a prestar atención a la palabra profética de Juan. Quizás se ha descuidado incluir, en la predicación y en la catequesis, el explícito llamado a la conversión. De esa manera se debilita la vivencia de las virtudes cristianas, hasta su desaparición. La fe bautismal, como la vida, se transmite de padres a hijos. De allí, la responsabilidad de los padres cristianos de educar a sus hijos bautizados, en las virtudes infundidas en el sacramento. El propósito generalizado de bautizar a los niños indica la convicción, en los padres, del valor que atribuyen al Bautismo. La Iglesia está empeñada en actualizar la catequesis del Bautismo y difundirla. Es lamentable que el deseo de bautizar a los hijos no vaya acompañado por una tarea pedagógica adecuada, fundada en el testimonio de vida de los padres y padrinos. La pastoral del Bautismo es parte de la pastoral general de la Iglesia. No es suficiente una catequesis sistemática, impuesta como condición para proceder a la celebración del sacramento.
Fuerza y sabiduría de Dios. San Pablo insiste en la necesidad de una predicación esmerada y humilde: «Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos». (1 Corintios 1, 22-24) Hemos insistido en la eficacia irremplazable de la predicación, para suscitar y crecer en la fe. La tradicional costumbre de pedir el Bautismo para los hijos se halla, con mucha frecuencia, desvinculada de la práctica familiar de la fe. El pedido del Bautismo, por parte de los padres, y el padrinazgo, ha caído en una tediosa formalidad social. Es preciso volver a la Verdad.
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