El Presidente demostró que no está dispuesto a dejarse llevar por delante. En sus primeros días de gestión soportó llamativas manifestaciones de sectores que durante cuatro años, a pesar del descalabro socioeconómico latente, permanecieron en sugestivo silencio. Los piqueteros, la CGT y ahora el kirchnerismo en su vertiente legislativa. A todos le marcó la cancha.
Fue con el mega DNU. Sí, un decreto de necesidad y urgencia de más de 660 artículos, cuyo objetivo primario es la desregularización de la economía argentina. Sobre la marcha, aplicó otro golpe de efecto con el envío de la “ley ómnibus”, proyectada para la reforma del Estado.
En el medio, una arremetida sindical por el andarivel judicial, donde funcionarios señalados por una cierta afinidad con la oposición aprovecharon para complicar el escenario oficialista, avalando cautelares en contra del articulado laboral del decreto.
A pesar de ello, el DNU entró en vigencia en toda su otra extensión, abarcando distintas temáticas y sectores, promoviendo un cambio que fue bien aceptado por los mercados y por la gente, más allá del impacto inflacionario que, en realidad, viene con la inercia de la etapa de Alberto (Fernández) y de Sergio Massa. También avanzó con los planes sociales, desplegando una auditoría a cargo de Capital Humano que expuso un sinfín de falencias en el otorgamiento de beneficios como el Potenciar Trabajo.
Se trata de una de las prioridades de Milei, establecer de forma fehaciente que los planes sean dirigidos a personas que en realidad lo necesitan y de manera temporal, con la idea de insertarlos en el ámbito laboral.