Juan Andrés Gómez dejó Curuzú Cuatiá para triunfar en el fútbol. Y, tras surgir con éxito en Argentinos Juniors, lo consiguió. Pero una vez que colgó los botines regresó a su hogar, desde donde trabaja como intermediario.
La historia de Juan Andrés Gómez se parece a la de muchos futbolistas nacidos en el Interior y en condiciones humildes. A los 15 años llegó a Buenos Aires desde de su Curuzú Cuatiá natal con una mano atrás y otra adelante. De entrada, su intención era ir a probarse al club Atlanta, pero llegó tarde porque su papá no contó con el dinero para viajar una semana antes y la fecha de prueba ya había pasado. Entonces, el destino hizo que teuviera su oportunidad en River, bajo la atenta mirada de los entrenadores Federico Vairo y Martin Pando.
“Me surgió una prueba en Atlanta por intermedio de un conocido. Tenía que presentarme un lunes y mi viejo no llegó con la guita. La juntó para el viernes. Cuando llegué a Villa Crespo, de Atlanta no me contestaron. Le dije a mi tío que me quería ir a probar a algún lado. ‘Vamos a River’, me dijo. Fuimos, pedí probarme y quedé”, cuenta el Negro Gómez desde su pueblo.
Al tiempo de quedar fichado en la Sexta División millonaria se puso a trabajar en una imprenta para ayudar económicamente a su familia. Esto hizo que no pudiera ir a entrenar con continuidad y quedó libre. Después de un tiempo, se probó en Ferro Carril Oeste y luego en Argentinos Juniors, club donde debutó en la máxima categoría de la mano de José Yudica en octubre de 1991.
Tras destacarse durante cuatro años en el Bicho, el ex zaguero fue vendido al conjunto de Núñez, donde marcó historia en 1996 convirtiéndose en el único futbolista que disputó los 14 partidos de la Copa Libertadores que terminó ganando el equipo comandado por Ramon Díaz.
“Previo a la final, llegué al hotel donde concentrábamos en taxi, y de ahí nos fuimos al estadio. Cuando me fui, lo hice con Gabriel Cedrés en su auto, porque no llevé el mío. Él vivía cerca del Monumental y me dejó sobre Cabildo para tomar un taxi. Estuve 10 minutos esperando con todos los hinchas de River. Yo tenía la medalla puesta dentro del pantalón y estaba vestido con la ropa del club. Pasé mucho miedo y me decía: ‘Que no me la roben’. Ahí me tomé el taxi y el conductor no me registraba, no se dio cuenta que estaba llevando a un campeón de América. Pero llegué sano y salvo a Caballito”, recuerda muy risueño el hombre de 52 años.
Luego de una temporada en Nuñez, pegó el salto a España. Jugó en Real Sociedad, donde se convirtió en ídolo. Luego, lo buscaron del Milán y la Juventus de Italia, y terminó su carrera en el Atlético de Madrid a los 31 años, producto de una lesión en uno de sus tobillos que le generó un dolor que todavía padece.
“Los últimos dos años en el Atlético fueron de sufrimiento. Estuve 24 meses sin jugar por la lesión. En julio de 2003 le dije al entrenador Gregorio Manzano que me retiraba. Me quisieron convencer, pero no quería saber más nada. Me hicieron la despedida en un partido contra Boca Juniors y regresé a mi pueblo con mis amigos”, revela el Negro Gómez en diálogo con Infobae.
– ¿Qué es de tu vida, Juan?
– Trabajo en la intermediación de jugadores mediante los vínculos que me han quedado en Europa con la intención de darles oportunidades a los chicos que no la tienen, especialmente a los del Interior que quedan varados por falta de oportunidades. No es que no tengan talento, sino que no tienen oportunidades y yo los acerco a diferentes clubes para que logren su primera prueba.
– ¿Cuánto hace que llevás a cabo este trabajo?
– Hace cinco años. Al vivir en Corrientes me cuesta mucho llevarlo a cabo porque no me gusta salir de allí. Hace un tiempo estoy en sociedad con Sergio Campos, con quien hacemos un lindo equipo de trabajo y fue el que me animó a meterme en esto.
– ¿Qué significa Curuzú Cuatiá en tu vida, que hace que te cueste salir de Corrientes?
– Salí de mi pueblo natal a los 17 años con dos objetivo bajo el brazo: triunfar en el fútbol y regresar cuando concluyera mi carrera. Así que gracias a Dios pude lograr ambas cosas, y hoy estoy con la gente que quiero en mi lugar en el mundo y vivo como quiero, me siento un privilegiado.
– ¿Dónde tuviste tus primeros pasos con la pelota?
– En un canchita que había dentro de una escuelita ubicada frente a mi casa y a la de mi abuela. Nos criamos todos los chicos del barrio en esa escuelita y vivíamos en la cancha. Jugábamos descalzos y con un pan en la mano. Nos pasábamos todo el tiempo detrás de una pelota y costaba mucho tener una. En el pueblo, un solo chico la tenía y estábamos todos pendiente de él. Ahí di mis primeros pasos y descubrí la pasión por el fútbol.
– Viviste en Madrid, en Buenos Aires y en San Sebastián. ¿Por qué Curuzú Cuatiá es tu lugar en el mundo?
– Tiene mis raíces y mis primeros pasos en la vida. A esa canchita, que ocupaba toda la manzana dentro de la escuela, mi viejo la recorría todos los días cuando iba a trabajar como herrero y nosotros caminando detrás de él llorando porque queríamos ir a jugar a la pelota. Pero no nos dejaba ya que teníamos que ir a trabajar con él. Allí pasé los mejores años de mi vida, conocí a mis amigos de la infancia, a los que estuvieron y están siempre, y mi historia está escrita a fuego en mi pueblo, más allá de que el fútbol me llevó por otros lados.
– ¿Son pocos los correntinos que llegaron a Primera División?
– En la provincia hay un gran déficit de formación de futbolistas. No hay formadores y eso hace que todo sea un poco más difícil. Hoy está Maximiliano Salas de Curuzú, que es la nueva adquisición de Racing Club. Es un chico por el cual me saco el sombrero por su lucha y perseverancia, por todo lo que peleó para estar en un equipo grande del fútbol argentino.
Fuente: Infobae