Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
La pena de muerte como castigo puede resultar hoy en día una medida extrema. Sin embargo, no hace mucho tiempo esta sanción máxima era aplicada para casos considerados gravísimos como, por ejemplo, los homicidios calificados. Y, Corrientes no fue la excepción. Pero a veces, lejos de amedrentar a la comunidad mostrando lo que le podría pasar a cualquiera que cometiera esta clase de delitos, pasaba lo contrario y una vez ejecutado, el condenado se transformaba en objeto de culto y devoción. Esto fue lo que pasó con Pedro Perlaitá, un soldado fusilado en Empedrado a orillas del Paraná, que hoy es recordado como un santo popular.
Los datos concretos sobre la biografía de este personaje son escasos. Sin embargo, gracias al ya fallecido investigador y periodista saladeño Emilio Noya la historia del soldado fusilado pudo quedar registrada en el libro «Corrientes, entre la leyenda y la tradición».
Allí se cuenta que Perlaitá llegó a Empedrado en el año 1893. «Acampó en las inmediaciones del pueblo el Regimiento Nº 12 de Caballería, al mando del Coronel José M Uriburu», describió Noya y agregó que en poco tiempo los soldados entablaron amistosa relación con la gente del pueblo. Esto implicó también que surgieran romances entre las jóvenes locales y los uniformados. «Aunque nadie presentía que la tragedia andaba acechándolos», agregó en su relato.
Lo que marcó el destino de Perlaitá fue, según el investigador, que se enamoró y cortejó a la misma joven con la que estaba relacionado su superior, el oficial Julio López. «Al tomar conocimiento del furtivo idilio, el militar herido en su hombría empezó a hostigar al subalterno. En cierta ocasión lo hace objeto de castigos corporales con su sable, entonces Perlaitá enajenado de ira promete vengar el ultraje y en la primera oportunidad que el destino vuelve a enfrentarlos, la desgracia tiñe con sangre las rutinarias maniobras del cuerpo, sacudiendo a la apacible población con la triste nueva: el subordinado había dado muerte al superior», narró Noya.
Según la historia, la gente del lugar que conocía cuál fue el hecho que motivó el crimen de su superior, pidió clemencia en varias oportunidades para que el reo no fuera condenado a muerte. Incluso hay versiones de que sí le llegaron a perdonar la vida, pero ocurrió que el documento oficial llegó recién cuando Perlaitá ya había sido fusilado.
Lo que no desapareció fue la compasión que la gente tuvo hacia él y así comenzó su leyenda. Hoy, en el cementerio San Roque de Empedrado hay un altar en el lugar donde colocaron su tumba. Cada año los creyentes le dejan velas, cintas rojas, y placas agradeciendo los favores recibidos.
Devoción y apariciones del soldado
Los pormenores de la historia de Pedro Perlaitá y su trágico final como castigo por matar a su superior, originaron la leyenda y son la base del culto popular que se le tiene hasta hoy en Empedrado. Lo que se dice es que lo invocan y le piden para arreglar asuntos amorosos y lograr armonía familiar. Y que también los estudiantes que recurren a su tumba para rogarle salir bien en sus exámenes. Hace poco, el docente e investigador, Eduardo Galiana relató en un programa de Radio Sudamericana que a su paso por Empedrado, la gente le contó la historia de Perlaitá y le revelaron un nuevo dato sobre las apariciones del soldado fusilado en el hospital del lugar.
«Cuando lo fusilaron a la orilla del río, las manos piadosas recogieron el cuerpo y lo enterraron en el segundo cementerio de la localidad, que muchos no saben, pero es la base del actual hospital y entonces Perlaitá ahora aparece en el hospital», dijo el historiador y completó: «Las personas que me contaron son mayores de edad, gente grande y me dijeron que es muy milagroso».
Emilio Noya, quien dejó el registro escrito más difundido de esta historia, resaltaba también los «milagros» y «la vigencia del culto a ese hombre, cuya capacidad para obrar prodigios sobrevivió a su propia muerte».
.