En agosto, la costanera capitalina se colorea de rosado con el florecimiento esperado de los lapachos que se puede apreciar de un lado y del otro de las orillas del río Paraná, en estos días siendo un hilo debilitado de agua. El lapacho, desde la vera, le comparte una metáfora interesante sobre florecer tras el frío del invierno y de la vida. Sus ramas secas se cubren de capullos rosas, y se sabe que cuánto más intensas son las heladas pasadas, mayor será la cantidad de estos brotes y más intenso su color.
LA LEYENDA DEL LAPACHO
Según los mitos guaraníes, el dios superior de estos llamó a los hermanos Tupí y Guaraní cuando iban a separarse para emprender cada uno su viaje y les vaticinó un destino como conquistadores de tierras. “El símbolo de sus conquistas será el Tajy”, les encomendó, entregándoles las semillas de las cuales crecerían árboles grandes y de distintos colores, y a su vez, la madera de estos sería utilizada para canoas, cubiertos, armas, flechas, casas.
“Desde ese tiempo, los guaraníes afirman que el lapacho siempre trae la fortaleza de Tupã a todo el pueblo, pues, al mirarlo y tocarlo, el árbol les transmite una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a esta tribu. Por esto los guaraníes lo llaman ‘El árbol de Yvaga’, el árbol de Tupã Tenondete”, explica el portal Ser Argentino.
“Por ser tan humilde y valeroso, tendrás diferentes colores y texturas y tu linaje será enorme”, reza la leyenda de esta admirable belleza que pone a la costanera en flor.
Fotos: Luis Gurdiel || Fuente: Ser Argentino