La demorada designación del nuevo interventor obliga a que la propuesta de Alberto Fernández deba ser analizada y -en su caso- homologada por el pleno del Consejo Nacional, única autoridad facultada estatutariamente para definir el reemplazo. En Corrientes, hay temor de que salgan con un «martes 13». Extraña paradoja, abril lo tiene. Puertas adentro del PJ hay desconcierto. Más allá del nombre, sobrevuela la preocupación de hasta dónde el poder central pondrá toda la carne en el asador. Las conjeturas están a la orden del día. Hace ruido la relación Alberto-Valdés, así como las idas y vueltas en cubrir un cargo vacante formalmente desde hace 40 días, pero en los hechos desde principios del año, en que Julio Sotelo dejó de marcar presencia en la sede que permaneció cerrada.
El nombre de Aníbal Fernández sigue en el bolillero, quizás el único con un perfil apropiado y espaldas suficientes para comandar el tiempo que se viene en el PJ. La cuestión más que por el nombre pasa por determinar las coordenadas y el margen de acción que tendrá el nuevo Interventor. Aníbal es un peso pesado que -como ya lo expresó- si viene es para ganar. Es un dirigente con peso propio que se allanará a discutir las propuestas, pero que no será un mandadero del poder central.
En el peronismo, su nombre cobró rápida aceptación sin resistencias, al menos de peso. Hay conciencia de la necesidad de ordenar el medio campo y está claro que para ello el peso de la figura elegida es determinante del éxito o fracaso. De hecho, una jugada de altísimo riesgo para Alberto, que estrena su rol de flamante timonel partidario.
El Presidente no desconoce Corrientes. Es conocida como el «cementerio de los interventores». Siete han sido los que han quedado en el camino en las dos últimas décadas. Entre ellos, el llamado «León Blanco», que terminó saliendo -como le auguraron- reculando y en chancletas, con el agravante de que la pelea en Corrientes lo dejó sin territorio propio y sin la banca en el Senado que le debía guardar una incondicional (Ani Peña) que al momento de cumplir el acuerdo prefirió atornillarse a la poltrona.
Julio Sotelo, chaqueño como Vicente Joga, no siguió mejor camino. Estuvo un año y medio, y no logró siquiera organizar un proceso electoral interno que brinde garantías e igualdad de oportunidades. Apostó por la «Cooperativa», pero no pudo soportar el vendaval de un peronismo que lo dejó hacer hasta que le bajó el pulgar.
Definición de candidaturas, alianzas, comandar la campaña electoral y particularmente asegurar la disponibilidad y buena administración de los recursos sigue siendo el rol fundamental del interventor que se designe. Con Aníbal eso estaba garantizado, como la interlocución directa con el poder central y el resto de los gobernadores peronistas, que quieren apostar por un triunfo, pero requieren alguien que desde el terreno brinde garantías. Con otro, temen en el PJ que esta campaña sea la más «poriahú» de todas, en que faltó plata, en parte porque el dinero llegó, pero no a los dirigentes del Interior, eternos postergados que deben enfrentar un oficialismo provincial avasallante sin los medios mínimos necesarios.
Algo está claro. Un dirigente regional no es el más apropiado para un desafío de esta naturaleza, como no lo es quien, sin pergaminos propios pueda venir desde la Capital Federal o de una provincia sin peso, como para meterse en una pelea de fondo.
No es cuestión de venir, asumir y perderse. Hay que estar en el terreno, conocerlo, recorrerlo y marcar presencia. Un rol incluso mayor al del propio candidato, porque muestra la decisión del poder central de pelear y genera la expectativa de un polo de poder que, por sí, ningún candidato está en condiciones de proyectar al cuerpo electoral de la Provincia.
En Yapeyú, donde los dirigentes peronistas no pudieron tener un mano a mano con Alberto, se les dejó en claro que el interlocutor en el partido sería Juan Manzur. Éste, a los pocos días resignó la responsabilidad.
Máximo Kirchner, «Wado» De Pedro y Santiago Cafiero parecieron querer involucrarse. De estos, Cafiero pareció quedar en línea con Alberto para encontrar una salida, acuciado por los tiempos. Uno de San Isidro, otro porteño, si los hay. Quizás les cueste entender las particularidades de una Provincia a la que muchas veces la hacen difícil los llamados dirigentes nacionales que no terminan de respetar la territorialidad.
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