Por Juan Boubée
En los últimos tiempos, y ante el rápido avance que han tenido las billeteras digitales, la «inclusión financiera» se ha convertido en un tema recurrente en la agenda social.
Pero a pesar de ese crecimiento, el uso de medios de pago digitales aún es sumamente bajo en nuestro país. En la red que conformamos las empresas de cobranzas extrabancarias (que es, con 25.000 puntos, la red financiera más extendida del país), el pago en efectivo representa alrededor del 70 por ciento de las operaciones. Esto da la clara señal de que esta penetración no es tan grande como podríamos prever.
El alto nivel de uso del efectivo se debe a varios factores. En primer lugar, tenemos una baja tasa de bancarización, dado que a muchas personas no les es fácil acceder a una cuenta. A lo que se suma también una desconfianza o falta de costumbre a utilizar el sistema financiero tradicional por parte de la mayoría de los argentinos.
Por otro lado, son los propios comercios quienes, a causa de lo inconveniente que resultan las comisiones y términos comerciales de operar con tarjeta en una economía tan volátil como la nuestra, fomentan el uso de efectivo a fuerza de promociones y descuentos.
Una última explicación para este alto nivel de uso del cash es que, dada la alta informalidad de la economía y el trabajo, muchos no cobran sus sueldos completos a principios de mes, lo que los obliga a poner en práctica toda una «ingeniería» de pagos que se corresponda a esta forma de percibir sus ingresos.
Ahora bien, ¿el alto nivel de uso de efectivo, es algo que atenta contra la «inclusión financiera»? La respuesta es, un rotundo «no». Si bien el uso del efectivo ciertamente tiene inconvenientes (fruto de cuestiones como la inseguridad y la inflación) no es, en sí, algo negativo y, mucho menos «poco inclusivo».
Naturalmente, cada persona tiene sus gustos. Además, somos un país sumamente diverso, con idiosincrasias distintas según se viva en grandes ciudades o en pequeños pueblos. Con esto me refiero a que no existe una respuesta única sobre cuál es el medio de pago más adecuado. Cada uno tiene que poder decidir cuál es el más adecuado a sus circunstancias y preferencias.
Lo más deseable (y viable) es llegar a una situación más equilibrada en cuanto al volumen de operaciones que se dan en efectivo y por medios electrónicos y digitales. Sin embargo, para que esto suceda, es fundamental que las variables económicas e institucionales sean sólidas a largo plazo. Esto se logra poniendo en práctica políticas públicas que ayuden a que esto suceda.
Dichas políticas deben referirse a simplificar la estructura de costos que implica el uso de la tecnología, brindando beneficios que muevan a los comerciantes a aceptar medios de pago distintos al efectivo. Cuanto más barato sea el proceso de digitalización, más actores querrán y podrán acceder a él.
Tanto en lo que respecta al uso de tarjetas como en el pago a través de códigos QR, hay una gran cantidad de costos asociados en cuanto a adquisición del equipamiento, transacción, comisiones y tiempo de liquidación de los fondos.
Mientras los costos por el uso de la tecnología se mantengan altos, no solo se continuará teniendo un enorme porcentaje de uso de efectivo, sino que, además, será inevitable el traslado a precios de los gastos que este tipo de medios de pago le representa a los comercios.
Todos los actores públicos y privados (tanto entidades bancarias como comercios) deberían poder avanzar en brindar cada vez más opciones y soluciones para que todos puedan pagar de la forma que les resulte más conveniente. Solo de esa manera podremos caminar hacia una real inclusión financiera.
Publicado en Infobae
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