A mediados del siglo pasado existió un correntino capaz de resolver los casos policiales más difíciles. Llegó a tener trascendencia nacional y fue interpretado incluso en el cine y la radio. Se trataba del comisario Don Frutos Gómez, un héroe ficticio al estilo Sherlock Holmes, cuyas mejores armas eran el profundo conocimiento del campo, la selva y las tradiciones regionales. Fue la máxima obra del escritor Velmiro Ayala Gauna, otro correntino que con las hazañas de su personaje hizo uno de los aportes más importantes al género policial moderno de la literatura argentina.
«Bastaba su sola presencia para restablecer el orden y la justicia y, si ella no alcanzaba, ahí estaban su coraje y su brazo fuerte para imponerlos», lo describía el autor en el libro que lleva el nombre de su personaje «Don Frutos Gómez, el comisario», publicado en 1960. Pero fue unos años antes, con «Los casos de Don Frutos Gómez», que el autor ya había presentado a su brillante investigador.
Su sentido común, su don de gente, por conocer a fondo de la tradición litoraleña y sobre todo, por su buen corazón, el Comisario se volvió un personaje de culto para los lectores argentinos. Otra gran escritora argentina, como lo fue Angélica Gorodischer se refirió también al entrañable policía ficticio.
«Un tipo con el que usted y yo nos sentiríamos no del todo cómodos porque lo averigua todo casi sin preguntar, pero con el que dan ganas de seguir estando para verlo moverse entre la gente, estudiar los yuyos y los jugos que sueltan los árboles, mediar en alguno de esos conflictos que se encienden entre dos cabezas que son más duras de lo conveniente, sentarse a la puerta de la comisaría a mirar el río, vigilar, sin que se le escape un solo detalle», dijo de Don Frutos Gómez en una entrevista con un diario de alcance nacional.
NO MENOS
POR SER CRIOLLO
En la introducción de una de las ediciones del libro, se cuenta que la intención del escritor correntino fue crear un personaje criollo que, sin embargo podía estar a la altura de Jules Maigret, Hércules Poirot, Sherlock Holmes o el padre Brown, personajes mundialmente conocidos como los referentes del género policial. Y lo logró.
Este comisario, «considera que para hacer bien su trabajo es imprescindible conocer antes que nada la idiosincrasia de los lugareños, cómo viven, cuáles son sus costumbres, ritos, tradiciones, leyendas y todo aquello que organiza su existencia, tanto en lo material como en lo simbólico», anticipa el libro. Y es en este punto donde Ayala Gauna le abre a los lectores las puertas de entrada al mundo las tradiciones y la gente de la provincia que lo vio nacer.
Por supuesto que al igual que los grandes héroes literarios, el comisario no está solo. Resuelve sus casos gracias a su brillante inteligencia, pero también lo hace acompañado del oficial Arzásola y el cabo Leiva. El primero, el complemento perfecto de Don Frutos, un personaje culto, salido de la academia que llega de la ciudad a Capibara Cué. El otro es descrito como «un paraguayo apenas alfabetizado, enamoradizo, algo lento para comprender los razonamientos de su superior, pero óptimo cebador de mates cimarrones».
Rescatar y volver a hablar de las hazañas del comisario Don Frutos Gómez, que se convirtieron en clásicos del género son maneras de conocer y revalorizar las producciones de los escritores de toda la región.
La tierra natal, siempre en el corazón
Velmiro Ayala Gauna nació en 1905 y vivió en Corrientes hasta que cumplió los 22 años. Para entonces, ya tenía título de maestro normal y se mudó a la localidad santafesina de Rufino, donde comenzó a trabajar como docente. También fue periodista radial y fue entre una y otra actividad que comenzó su celebrada carrera como escritor. Rufino, Rosario y más tarde la ciudad de Santa Fe fueron sus hogares; pero el Litoral del Alto Paraná y la selva correntina, su patria literaria.
De hecho, aun cuando se tratara de un pueblo ficticio como el Capibara Cué de su entrañable comisario, todos los paisajes y ambientes de sus cuentos y novelas, remiten siempre a Corrientes. Una vez contó que comenzó a escribir como por casualidad, después de quejarse con un amigo por un relato que, según él, tenía datos erróneos. El amigo le dijo: «Y si tanto sabés, por qué no lo escribís». Y él siguió ese consejo.
La temática folklórica sería también el eje de su obra literaria; en 1944 publicó su primer libro, el ensayo histórico-cultural La selva y su hombre, en el que recopilaba fábulas e historias mitológicas de la región correntina.
En 1950 editaría Litoral, que obtuvo el premio Mesopotamia de la Comisión Nacional de Cultura, y en 1952 Rivadavia y su tiempo. Abordó la ficción a partir de este último año, con la publicación de los «Cuentos correntinos», que marcaría el inicio de su etapa más prolífica. Cuentos correntinos volvió a granjearle el premio Mesopotamia, y sus obras vieron la luz en numerosas revistas.
En 1955 publicó su obra más ambiciosa, la novela Leandro Montes, y más ficción breve recogida como Cuentos y cartas de correntinos y Los casos de don Frutos Gómez, donde introdujo al más exitoso de sus personajes. En los años siguientes daría a la imprenta Paranaseros (1957), Don Frutos Gómez, comisario (1960), el tercer volumen de Cuentos correntinos (1964), la obra de teatro ¿De qué color es la piel de Dios? (1964) y Provinciano y del interior (1965).
Falleció en Rosario el 29 de mayo de 1967.
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