Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Lo primero que deben hacer los cristianos es des climatizar la sociedad, contaminada por el mal… Sintonizar sus vidas con el bien y la verdad que, aunque mezclados con la cizaña, pueden proceder a identificarla y vencerla con el “esplendor de la Verdad”… Un puñado de santos transforma al mundo, una multitud de inútiles lo lleva a la ruina.
Mis ovejas escuchan mi voz.
1. El párrafo del Evangelio escrito por Juan lo dice todo en pocas palabras. La divina Revelación no se subordina a las palabras, sino las palabras a la divina Revelación.
Existe en la naturaleza una misteriosa capacidad de identificar la voz de Dios, en el Buen Pastor, que el mundo se empeña en silenciar o desfigurar. Quienes mantienen el corazón limpio y el oído atento, acudirán al llamado sereno y dulce de Cristo Pastor: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen» (Juan 10, 27).
Lo primero que deben hacer los cristianos es des climatizar la sociedad, contaminada por el mal. Unirse a quienes no han pactado definitivamente con la corrupción -causada por el mal- y sintonizar sus vidas con el bien y la verdad que, aunque mezclados con la cizaña, pueden proceder a identificarla y vencerla con el «esplendor de la Verdad».
Surgen, sorpresivamente, buenas personas que, trascendiendo la mediocridad reinante, logran adoptar gestos y actitudes de inusitada nobleza y generosidad.
- Juan presta su voz a la Palabra.
La fe es un don sobrenatural que Dios infunde a quienes encuentra preparados. Tomar una posición definida, de rechazo contra todas las formas del mal, prepara el corazón para que la Palabra sea eficazmente recibida.
El prólogo del Evangelio, escrito por el Apóstol San Juan, desarrolla ampliamente el tema. Juan es el evangelista teólogo del Verbo encarnado. Se hace voz de la Palabra y la proclama hasta hacerla escuchar.
Los que reconocen la Palabra, en la voz de quienes la transmiten legítimamente, reciben la Vida eterna: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos» (10, 27-28). Sus ovejas son quienes lo escuchan y se dejan interpelar personalmente. Son los que se disponen a seguirlo, excluyendo la seducción de los «falsos profetas» y de las múltiples ofertas del mundo.
No es fácil, las tentaciones se multiplican en la medida de quienes, encantados, ceden a sus engaños. Si la Palabra no llega a interesar a todo el mundo, mediante su exposición auténtica, se perderá la posibilidad de recibir la Buena Nueva de la salvación.
- Cristo es el Dios Pastor encarnado.
Los datos suministrados por el Antiguo Testamento presentan a Dios como Pastor del pueblo. En el Nuevo Testamento es Cristo quien personifica al Dios Pastor, que conduce y alimenta a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa» (Juan 10, 29-30).
La identificación con su Padre lo hace Pastor del Pueblo. Las ovejas son suyas, porque lo son de su Padre, y nadie se las puede arrebatar. La prueba de su legítimo pastoreo es el don de su vida por las ovejas. En ese don estremecedor es reconocido como el Dios Pastor encarnado: «Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas» (Juan 10, 14-15). No lo conoceremos si no lo contemplamos en esa suprema ofrenda de amor.
Difícil ejercicio de la fe que, necesariamente, debe animar la vida cristiana. Su pastoreo no es una conducción autoritaria, al contrario, es un dulce silbido pastoril que llama a la conversión y a la santidad.
- La santidad vs la cantidad.
Ante la imagen de Cristo, Buen Pastor, presentada por el evangelista Juan, la Iglesia ora suplicando la gracia de santas vocaciones sacerdotales. Es preciso que esta intención incluya, obviamente, la santificación de los actuales Obispos y Presbíteros. No basta con muchos, se requieren santos. Alguna vez expresé a sacerdotes y seminaristas: «En el ejercicio del Ministerio sacerdotal no hay alternativa: o santos o inútiles». Dura pero realista aseveración, inspirada en la experiencia de siglos.
Un puñado de santos transforma al mundo, una multitud de inútiles lo lleva a la ruina.
Me parece muy bien que el pueblo cristiano rece por las vocaciones sacerdotales, también a los diversos ministerios instituidos y a la vida consagrada, pero, el número no responde siempre a los reclamos auténticos. Jesús llamó a sus seguidores «pequeño Rebaño»: «No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino» (Lucas 12, 32).
La santidad, que reduce el número, pero que potencia la acción evangelizadora, debe ser primordialmente intentada.
* Homilía del domingo
8 de mayo.
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