Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
El amor vence al odio.
Jesús nos enseña que para ganar el Cielo se debe estar dispuestos a perderlo todo en la tierra. Al que te ofende y maldice no le respondas con una maldición sino con una bendición.
El espíritu vengativo se opone al precepto y al ejemplo del Maestro divino. No se puede vencer el mal con más mal: «No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien». (Romanos 12, 21).
Los Apóstoles transmiten, con asombrosa fidelidad, el Espíritu y enseñanza del Señor. Cuando Jesús dice: «Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores, así serán hijos del Padre que está en el cielo…» (Mateo 5, 43-45), lleva a su cumplimiento el mandamiento del amor.
Cristo logra que el hombre sea síntesis de toda la creación. El Concilio Vaticano II despliega su concepción antropológica con precisión y simplicidad: «En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador». (Constitución Pastoral Gaudium et Spes N° 14).
- Cristo, es el Hombre que Dios quiere de los hombres. Jesús vino a restaurar al hombre, en la carne que Él toma de María. Gracias a Él todos podemos acceder a esa restauración; el original y único modelo, que proviene del Creador, es el que Cristo revela con su presencia y comportamiento humano.
Por ello podemos afirmar, con todo el énfasis de la verdad: «El hombre que Dios quiere de los hombres es Cristo». Cuando el Padre nos manda escucharlo entiende que debemos imitarlo.
Con sus palabras humanas expresa la verdad, que confirma con el testimonio de su vida. Su enseñanza es única, como su comportamiento entre nosotros es único.
No hay otro Maestro, ni otro Modelo para quien se proponga lograr la perfección de su condición humana. Los hombres, en los mejores, intentan la perfección.
Algunos la alcanzan parcialmente. Sólo en Cristo Jesús la hallan cumplida en su totalidad. Escucharlo y obedecerlo es el método para obtener la perfección que anhelan.
No hay alternativa: o como Cristo, aún en estado embrionario, o el mayor fracaso existencial. - Crímenes incalificables.
La criminología actual descubre verdaderas aberraciones morales. Somos testigos consternados de algunos crímenes incalificables: las muertes del niño Lucio y del joven Fernando Báez.
Existen los extremos en este mundo contradictorio, del que somos parte: Los santos y los monstruos de la maldad.
La gracia de Cristo es aprovechada por unos y rechazada por otros. Seres humanos ambos, con la misma vocación y posibilidad de santidad, no obstante, el mal uso de la libertad hace delincuentes a unos y, el buen uso de la misma, hace santos a otros. Como Iglesia de Cristo debemos testimoniar, a todos, la presencia real del Salvador.
Y de esa manera abrir las puertas de la salvación a todos. Jesús carga las tintas sobre el principal de los mandamientos, en sus inseparables acepciones: amor a Dios y amor al prójimo.
La práctica del mismo reclama que todos los hombres se consideren hermanos e hijos del Padre Dios. Jesús muestra en su propia conducta cómo se debe ser «hermano», aún en un clima, como el nuestro, contaminado por el odio y el egoísmo.
La vida personal y social está marcada por una grieta profunda, sostenida por la soberbia y la mezquindad de muchos.
- Cristo Salvador.
La acción salvadora de Cristo no está lejos de la realidad, al contrario, se constituye en camino despejado, aunque estrecho, para que sea transitado por quienes lo deseen de verdad.
Es preciso despertar ese deseo. Existen otras fuerzas, ciertamente diabólicas, que intentan aletargar el hambre y la sed de Dios, y en parte lo logran.
Pero el mal, abiertamente instalado en nuestra sociedad, ha sido vencido por Cristo. La santidad de los cristianos constituye la prueba de la victoria del Redentor sobre el pecado y la muerte.
Por ello San Juan Pablo II afirmaba, proféticamente, que el mundo actual espera de los cristianos el testimonio de la santidad.
El Evangelio no puede ser amordazado por las más crueles persecuciones, de que es objeto hoy la Iglesia, con el protagonismo de diversos sistemas destructivos de la fe religiosa, como en Nicaragua.
Su presidente acaba de declarar a la Iglesia Católica «enemiga número uno» de su régimen totalitario.
- Homilía del
domingo 19 de febrero.
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