Por Guillermo Sueldo *
La Argentina celebró sus primeros doscientos años de la declaración de Independencia en momentos especiales, pues en todos los recordatorios se mezclan entusiasmos patrios, emociones diversas, discrepancias, análisis de un pasado que, aún virulento, supo proyectar un futuro; y otro pasado más reciente que nos mantiene anclados sin posibilidad de proyección alguna.
Nuestra historia está plagada de gestas patrióticas y ejemplos de grandeza humana, a la vez que de miserias, rencores y envidias; sangrientas guerras internas que duraron muchos años y, por fin, una organización que, con sus imperfecciones, fue el inicio de un próspero futuro, basado en una moderna Constitución cuyos principios daban solidez a los ideales de unión, justicia, paz, bienestar e igualdad, lo que llevó a la Argentina a figurar entre las naciones más prometedoras de entonces.
Así fuimos llegando hasta los primeros años del siglo XX, que nos encontraron con prosperidad, aunque también con muchas cuestiones pendientes, que, a su vez, precipitaban un cambio necesario en la estructura social y económica, lo que puede, tal vez, resumirse como el tiempo en que estaba asentado el sistema republicano, pero imperfecta la auténtica representatividad por ausencia de democracia real. El país crecía y se proyectaba hacia el futuro, incluso a expensas de las terribles guerras internas que había padecido y que habían quedado atrás. Eran otros los problemas, pero existía la posibilidad de planificar una próspera Nación.
Al amparo de los movimientos sociales y políticos surgidos con las primeras inmigraciones, se consolidó la idea de una auténtica representatividad electoral, lo que dio paso al voto universal que se instauró en el Gobierno de Roque Sáenz Peña y que posibilitó, en elecciones posteriores, la llegada al poder de Hipólito Yrigoyen.
UN PROCESO DE DECADENCIA
Pero todos aquellos logros culturales que, al menos, dejaron las bases para que la Argentina se destacara en América Latina como una Nación progresista, con una clase media aspiradora de ideales, bien formada culturalmente y que duró varias décadas, se vieron alcanzados por un proceso de decadencia cívica y cultural que llega hasta nuestros días. Si lo positivo sembró la semilla de lo que se cosechó durante años, lo negativo se sigue cosechando hasta hoy. Mientras no se retome una nueva siembra de valores éticos, cívicos y culturales, más se tardará en volver a cosechar lo que alguna vez brilló.
Los sucesivos atropellos y las interrupciones del sistema constitucional, con mesianismos nacionalistas y la intelectualización acerca de la necesidad de una lucha popular armada desataron un caos político, económico, cívico y cultural, hasta llegar a lo que todos ya conocemos y padecimos durante los años setenta, desde 1976 hasta el retorno al sistema constitucional, en 1983.
DE DEMOCRACIA Y LIBERTAD
Al tiempo de lo que debería haber sido el tránsito hacia una república, poco a poco comenzamos a ver cómo el país retrocedía en cultura cívica, pues se habla mucho de democracia, pero olvidándose de la república, se confunde democracia y libertad con la posibilidad de hacer lo que se plazca sin consecuencias legales para nadie. Se profundiza la idea de que todo vale, de que todo es igual y nada es mejor; no hay valores que se destaquen porque eso pertenece a otra época. Ahora es el tiempo en que se demuelen los conceptos de autoridad, porque se confunde con autoritarismo; de orden, porque se confunde con dictadura; de respeto, porque se confunde con un falso disenso; de límites, porque se confunde con falta de libertad; de educación, porque se confunde con sometimiento. La libertad de expresión se confunde con el ejercicio de la descalificación hacia la opinión ajena, cuando su esencia trasciende el libre ejercicio de la opinión y consiste en el reconocimiento del otro y la posibilidad de enriquecernos con su opinión. El pluralismo viene a ser, así, algo distinto a la diversidad, pues se confunde con la unificación de un pensamiento universal, es decir, parecería que para algunos lo plural consiste en la mayor cantidad posible de un único pensamiento, lo que significa que dejemos de pensar. Y así, sucesivamente, jugando a la ruleta rusa con el orden constitucional, como si nunca hubiéramos transitado la experiencia de la república perdida.
UN PASADO SIEMPRE EN HOY
La memoria de la violencia pasada, que no merece ser sesgada por nadie, se usó por algunos para la venganza y no para la justicia, para la revancha y no para el análisis, al buscar instalar ese pasado como un presente continuo, tal vez por la carencia intelectual de idear un futuro, lo que no es exclusivo de un sector, sino que involucra a casi todos los protagonistas de la vida institucional de 1983 a la fecha.
INMADUREZ Y DOGMATISMOS
Los doscientos años de nuestra Independencia nos encuentran con situaciones favorables, pero también con realidades complejas, con inmadurez política y dogmatismos que estrechan la capacidad de pensar el presente y el futuro. Tenemos niveles culturales que han descendido mucho, existe mayor aglutinamiento demográfico, mayor marginalidad y desnutrición infantil.
ES MOMENTO DE APORTES
No es este el momento para realimentar el rencor y la división manipulando los descontentos sociales, sino de aportar ante el presente preocupante y un posible sombrío porvenir si no se retoma un rumbo de sensatez, cordura, serenidad, estudio, trabajo, respeto y dignidad.
Pero es algo que nos compete a todos, porque mientras nos mantengamos ajenos, sin sentirnos miembros de una sociedad, sino tan sólo individuos desparramados en un territorio, los doscientos años de nuestra Independencia no tendrán un digno destino y seguiremos viviendo en la sucesiva repetición de lo más nefasto de nuestra historia.
@guillermosueld5
- Publicado en Infobae.
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