Por Facundo Sagardoy
EL LIBERTADOR
Respeto, autenticidad, creatividad e inspiración, elementos clave para la composición chamamecera. En el segundo segmento de esta entrevista con EL LIBERTADOR, Coquimarola, hijo del maestro fundador, Mario del Tránsito Cocomarola, revela secretos del estilo que supo cultivar su familia, e invita a los nóveles artistas a indagar con pasión en su propia sensibilidad.
¿Qué momentos puede identificar dentro de su obra? Quizá para un oído menos perfeccionista, para que uno pueda apreciar mejor la obra de su padre, la suya y la de Gabriel también.
- Mirá, papá era melodista. Él hacía melodías. La música de Puente Pexoa y Kilómetro 11 la hizo él. No escribía, pero hablaba con poetas o gente que sabía escribir, y les decía lo que quería expresar en ese momento. Así nacieron temas como Fiel Paisanista y otros. Papá les indicaba lo que quería transmitir dentro de ese estilo. Pero lo que realmente distingue la obra de Cocomarola, más allá de su generación, es el orden en la música. No es solo tocar el bandoneón y el acordeón, sino la conjunción de ambos. No es contrapunto, porque el contrapunto es cuando uno toca y el otro responde, como en una payada. Lo que hacía papá era integrar el bandoneón con el acordeón, con la mano derecha y la izquierda, en una sola unidad. Uno toca una parte y el otro acompaña, después hay variaciones. Por ejemplo, en lugar de tocar hacia abajo en el acordeón, hay que hacerlo hacia arriba para que suene bien. O si no, uno toca hacia abajo y el otro en la parte grave. Todo esto se logró ordenando la música. Pero esa era una condición innata de Cocomarola. Nadie le enseñó eso. Lo hacía porque lo sentía, y ni siquiera se dio cuenta. Fue reconocido solo después de su muerte.
¿Alguna inspiración divina, de la naturaleza, del entorno litoraleño en la obra de Cocomarola? - Claro que sí. Te explico: yo soy músico, y cuando toco una parte de una canción, a veces me hace acordar a algo, una imagen que se graba. Papá, por ejemplo, veía una curva pequeña o unos árboles, y mientras tocaba, se le dibujaba un paisaje en la mente. Siempre lo mismo, en el mismo lugar, en ese momento. Ese es el poder de la mente. Después, en un ensayo, a veces olvidas una parte y empiezas a escuchar lo que no te dicta la mente, sino la mano.
Hermoso consejo para los músicos, intérpretes, bailarines y hasta coreógrafos. - Los bailarines, imaginate lo hermoso que es. Pero cuando el músico siente la música… Me gustaría mostrarte algún día lo que siente un bailarín cuando baila. No es solo zapatear, el bailarín siente la música recorriéndole el cuerpo. Como dice Julián, con los hombros, las manos, los brazos, la forma de bailar, de tratar a la dama. Cuando alguien trata de llamar la atención haciendo el «characero», con todo respeto, no es lo mismo. La danza es hermosa si la entiendes, pero hay que saber mirar. Y eso es lo que nos falta, explicar cómo se baila, pero con bailarines que realmente sienten la música. Porque hay quienes bailan solo por bailar, y la mujer se va y se va… eso no es así. El chamamé se baila como lo sientes, sin coreografía. Cada uno lo baila a su manera. Eso es lo importante. Si ves a un hombre del interior bailando chamamé, te das cuenta enseguida si lo hace con prepotencia, si es bueno, si quiere divertirse, si está medio costilloso, zapateando… lo escuchas y lo sientes.
La creación y la autenticidad
Una vez, Juancito Güenaga, explicado por Mario Bofill, decía: «Juancito se viste así porque así es, se viste en el obraje, de blanco, donde el sol pega caliente. ¿Cómo siente usted el chamamé?
- En la época de mi papá, el chamamé se tocaba en lugares no tan formales, no en teatros. Papá era músico de bailanta, y en el Chaco, a veces, las bailantas se armaban de improviso. Ibas a las 3 de la tarde y no veías nada. A las 5 llegaban, armaban todo con lona y unos postes, cerraban todo y montaban un escenario improvisado. Así empezó, luego siguió en teatros y otros lugares. Pero el chamamé siempre estuvo en su lugar, creciendo poco a poco. Ahora, gracias a Dios, con lo del patrimonio de la humanidad, estamos tomando conciencia de lo que es nuestra música y de que debemos valorarla más.
En el campo, todo Corrientes abraza el chamamé, pero en la ciudad es más difícil. ¿Cómo siente usted el hecho de que Cocomarola haya llevado el género más allá de la frontera musical? - Lo que te puedo explicar es que ellos, como Cocomarola, o El Lucero, Salvador Mequeri, empezaron a hacer cosas que identificaron a la gente, y lo hacían con cariño y respeto. En ese momento todo estaba más limpio. Papá empezó tocando el acordeón y luego el bandoneón, que no era un instrumento típico del chamamé, sino del tango. Primero tocaba con la mano derecha, luego combinó ambas manos. Buscó efectos con la mano derecha, resaltando notas, haciendo unísonos, engordando sonidos, bajando… todo lo hacía por lo que sentía, no porque lo sabía. Por eso tiene una condición innata. Ahora, los brasileños lo entienden de otra manera, porque tienen un paisaje y una forma de tocar diferentes, pero algo parecido. Ellos también tienen una cueca, aunque diferente a la nuestra. El bandoneón allá tiene un rasgueo doble. La música de nuestra zona tiene esa conjunción, y tal vez Pocho Roch, historiador, tenga razón al decir que esto viene de la época de los jesuitas. Todo eso se conjuga, y cuando lo escuchás, te entra por el oído algo que nunca habías escuchado ni sentido.
Indudablemente, el chamamé es una fuente de inspiración. ¿Qué recomienda, maestro? - Que se tomen las cosas como deben ser. Todos tenemos inspiración. Pero la inspiración no es algo que puedas buscar conscientemente. Si me decís «haceme un tema», lo puedo hacer, pero será algo superficial. La inspiración llega cuando menos lo esperas, y ahí es cuando sale lo que realmente sientes. Es algo raro, pero natural. Y hacer las cosas con seriedad. Gabriel toca los temas de papá y de otros, pero puede hacer mil cosas de papá. Pero él siente otra cosa, ya es de otra generación, y lo expresa a través de su música. Yo te hablo de mi hijo porque lo veo siempre. Hace las cosas bien. Por eso, no hay que bloquearse, porque eso no sirve. A la música, como a cualquier cosa en la vida, hay que hacerla con personalidad y respeto para que tenga trascendencia. Eso, jamás lo dudes.
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