Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
En agosto de 1925 una visita ilustre causó revuelo en el país. El príncipe heredero del trono de Inglaterra, Eduardo de Windsor llegó a la Argentina siguiendo las directivas de su padre, el rey Jorge V. Las celebraciones de bienvenida al miembro de la realeza incluyeron desfiles, bailes, banquetes y una recorrida por distintos puntos del territorio nacional. Así llegó a Corrientes, más precisamente a una famosa estancia de Mercedes donde, dicen, quedó impactado por el potencial productivo en la provincia.
Desde 1919, Eduardo de Windsor era el encargado de realizar los viajes diplomáticos en representación de la corona por el mundo y fue a mediados de 1925, cuando todavía se encontraba recorriendo Sudáfrica, que recibió la directiva de visitar a la Argentina. Según coinciden algunos historiadores, la misión fue más bien económica ya que el objetivo era reactivar la comercialización de carne y granos con su país.
Con ese encargo, el príncipe pisó suelo argentino el 17 de agosto de ese año y fue recibido con todos los honores que pudieron ofrecerle. Lo recibió el propio presidente Marcelo Torcuato de Alvear, quien lo buscó con una comitiva en su desembarco por el puerto. Una delegación de tropas argentinas posó e hizo un saludo oficial para el heredero británico que además era una celebridad que en ese entonces marcaba estilo hasta en la moda masculina.
La agenda era intensa y Eduardo de Windsor tenía poco más de un mes para cumplirla. Pero de todas las actividades, la principal era el recorrido de estancias productivas para cerrar acuerdos con Inglaterra.
En el país, una de las de más renombre y calidad productiva era Itá Caabó, en Mercedes, y fue por eso una de sus visitas obligadas.
En el libro Estancias de Corrientes II de, Aníbal Parera, se menciona que en ese entonces Itá Caabó era «la nave insignia» de la compañía Liebig’s, reconocida a nivel mundial por la producción de carnes. Allí también mencionan que el Libro de Visitantes, hoy guardado celosamente, se inició tras la llegada del príncipe Eduardo. «El 31 de agosto de 1925, en su primera página tiene sólo su firma ‘Edward P.’. Cualquier aclaración resultaría abundante», destacó Parera.
«En aquellos días se vivió una verdadera fiesta criolla. Su paso por Mercedes vio a la población volcada a las calles para saludar a quien por entonces era una personalidad universal», agregó.
Cabalgatas, asado a la estaca
y un ejemplar partido por un rayo
En el poco tiempo que estuvo en la provincia lo llevaron a recorrer la estancia a caballo. Una publicación del 10 de septiembre de ese año, la revista Caras y Careta publicó una edición especial con fotos y detalles del paso del príncipe por la estancia correntina. En las crónicas destacaron la admiración de Eduardo por los borregos producidos en el establecimiento. «El real huésped los admiró sin reticencias como un fiel exponente del adelanto de la ganadería en nuestro país», escribieron.
También mencionaron que en un momento, participó de una ceremonia tradicional que consistió en plantar un árbol en la estancia para dejar recuerdo de su visita. Para ello le regalaron una pala de plata con una inscripción oficial. De ese ejemplar, Aníbal Parera recordó después en su libro que lo había partido un rayo y que, en su lugar quedó un tronco con una placa que después también desapareció.
Como corolario no podía faltar el asado y fueron los paisanos que trabajaban en la estancia quienes hicieron uno espacial, a la estaca y con cuero para deleitar al príncipe con la carne correntina.
Lo demás es historia conocida, tras pasar por Corrientes, Eduardo de Windsor siguió con su agenda antes de continuar hacia Chile.
Años después, en 1936, al morir su padre, Eduardo se convirtió en rey y a los meses protagonizaría uno de los escándalos más renombrados en la realeza: su abdicación a la corona para poder casarse con Wallis Simpson, una plebeya norteamericana, divorciada dos veces antes. Pero esa es otra historia.
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