En 1640, los jesuitas fueron avisados de un posible nuevo ataque de bandeirantes, más numeroso que los anteriores. A fin de defenderse, con el permiso de Roma, constituyeron un ejército armado con piedras, arcabuces y flechas, acompañado de la inteligencia estratega jesuita.
La reducción de Nuestra Señora de la Asunción de la Santa Cruz del Acaraguá, reubicada por precaución sobre la desembocadura del arroyo Mbororé sobre el río Uruguay, fue el escenario de la primera batalla naval de estas tierras, según se reseña en el Centro de Interpretación de La Cruz.
El 11 de marzo de 1641, 300 canoas bandeirantes avanzaron río abajo y 60 canoas comandadas por el capitán Ignacio Abiarú, cacique del Acaraguá, los esperaban. En tierra, miles de guaraníes los respaldaban.
Tras cuatro días de defensa, la batalla culminó con la victoria de guaraníes y jesuitas, lo que sirvió para alejar el peligro paulista, estimular el orgullo de los guaraníes y favorecer una mejor relación entre guaraníes y jesuitas.
RAZA CORRENTINA
«Los padres jesuitas estuvieron 160 años en este territorio, más de un siglo. Es mucho tiempo, muchas generaciones de guaraníes nacieron bajo este régimen», apuntó la directora de Patrimonio de La Cruz, Carolina Cáceres a EL LIBERTADOR, durante la visita a la ciudad en el marco de la fam press organizada por el Ministerio de Turismo de la Provincia.
Cáceres explicó que el inicio del proceso de mestizaje se establece luego de la expulsión de los sacerdotes jesuitas en 1768, con la llegada de los administradores que se harían cargo de las misiones, entre ellos, el padre del General San Martín.
Sin embargo, aclaró que bien podría decirse que comenzó mucho antes, desde el arribo de los barcos, ya que las mujeres no viajaban al no saber si llegarían a destino o sobrevivirían, así que tomaban a la fuerza o por matrimonio a las aborígenes.
También comentó que hay muchos autores que sostienen que esta raza correntina, la del «mencho», habría surgido a partir de los guaraníes que vivían en las misiones y tenían esta tradición de cuidar ganado, a quienes dieron tierras en las zonas de campo donde pudieron instalarse y también comenzaron a ser solicitados como mano de obra calificada en ciudades como Santa Fe, Asunción, Paraguay y Buenos Aires. Para la época, que un aborigen supiera leer y escribir, y fuera oficioso, era valioso.
SAN MIGUEL: SOLDADO DE LA LIBERTAD
Frente a la plaza principal de San Miguel, se erige el monolito al «Paí Pajarito». Se cuenta que al solicitarle su baja al General San Martín y que lo hiciera sacerdote, exclamó: «Sólo te pido que mañana con la Cruz, como hoy con la espada, seas siempre un soldado de la libertad».
Después de algunos años fue ordenado sacerdote y mandado por su pedido a la diócesis de Corrientes. Allí actuó bajo el consejo y dirección de Fray José de la Quintana, en la Iglesia de la Luz. Luego fue trasladado a San Miguel con feligresía de Yaguareté Cora y Loreto.
«De allí nació su formidable acción y su popularidad fue extendiéndose con su silueta delgada y juvenil. Buen jinete, galopaba leguas y leguas para intervenir en todos los problemas que requerían su consejo», reseña el monolito del lugar.
YAPEYÚ: LEALES Y BRAVOS
Las recientes instalaciones del Centro de Interpretación y el Museo Histórico en la «Cuna del Libertador», ofrecen una rica exposición de piezas y capítulos de la historia de la comunidad, que tienen a San Martín y los guaraníes como protagonistas.
En el Museo Histórico, se destaca: «Para el General San Martín, nacido en una comunidad guaraní, los mal llamados indios, eran sus paisanos».
«En no pocas ocasiones demostró su respeto por ellos. Desde la inclusión de 300 guaraníes al cuerpo de Granaderos, a la «consulta» mantenida antes del cruce de Los Andes con los caciques pehuenches y mapuches pidiéndoles autorización para cruzar por su territorio», continúa.
El poncho pehuenche que le obsequiaron fue muestra de un respeto recíproco. «Es el poncho de un lonko o cacique, con el mismo reconocían en él a un conductor. El azul representa el color de la divinidad sublime, poco usual en el poncho de un guerrero, sólo usado en seres especiales como el cacique Kafulcurá», se explica.
GRANADEROS
Su más destacable gesto hacia los pueblos originarios fue su pedido de incorporar 300 guaraníes al Regimiento de Granaderos a Caballo, solicitud que Bernardino Rivadavia hizo llegar a los subdelegados de Yapeyú, Candelaria y Concepción.
En el combate de San Lorenzo, aproximadamente la mitad de la Primera Compañía del Primer Escuadrón eran guaraníes de las Misiones, como Siyá, Pindó, Yparabá, Ybayú, Pachoa, Mboatí Perivera, Valerio Tacurú, guiados por el comandante Juan Miguel del Río y sobre quienes eran «cortos todos los elogios que se hacían de ellos».
Otros Granaderos guaraníes de las Misiones fueron: Santiago Cuaichá y Lorenzo Napurey (de Apóstoles), Serapio Taperoví, Silva (de Yapeyú). Eran correntinos: Juan Bautista Cabral (de Saladas) y Federico Ortiz, quien luego se convertiría en Pai Pajarito.
Bartolomé Mitre afirmó: «San Martín formó soldado por soldado, oficial por oficial, apasionándolos con el deber, y les inoculó ese fanatismo frío del coraje, que se considera invencible y es el secreto de vencer. Los medios sencillos y originales de que se valió para alcanzar «este resultado, muestran que sabía gobernar con igual pulso y maestría espadas y voluntades».
LEALTAD INQUEBRANTABLE
La lealtad de estas tropas al General San Martín era firme. En un relato del coronel Manuel de Olazábal, se cuenta: «Un mes haría que los Granaderos a caballo se hallaban en Rancagua, cuando una noche como a la una, el sargento Serapio Taperovy (hijo de Yapeyú) dio aviso al capitán que una parte de las compañías habían tomado caballos de los potreros y habían desertado llevando armas».
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