Por Noel Breard*
Tras haber leído dos libros del ensayista político y novelista italiano y suizo, Giuliano Da Empoli, llegué a las siguientes conclusiones.
En un domingo de actualización de noticias, habiendo leído El ingeniero del caos y El mago del Kremlin, podemos afirmar que estos relatos ficticios nos sumergen en el corazón del poder ruso, donde aduladores y oligarcas están involucrados en una guerra sin cuartel. Es una montaña rusa intelectual, antropológica y emocional que ilumina a un personaje único: un Maquiavelo moderno y desalmado. Estos libros constituyen una gran meditación sobre la fascinación por el poder, el mal y la guerra Z (cualquier coincidencia con la realidad es pura casualidad), lo cual permite a quien los lea saborear y sentir la experiencia del poder.
Al igual que el libro de Francis Fukuyama, quien, inspirado en Hegel, escribe El fin de la historia y el último hombre, donde expone una polémica tesis: la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría con la caída del muro de Berlín y que debía extenderse por el mundo. Sin embargo, luego aparecieron la guerra de los Balcanes, Irak, los atentados del 11 de septiembre, la primavera árabe y la tesis del fin de la historia se rompió; el devenir continúa.
Analizando a nivel internacional, tenemos la derrota del Brexit en 2016, luego los conservadores en el Reino Unido son superados por los laboristas, y la derecha es derrotada el 4 de junio de 2024. El primer martes de noviembre en EE. UU. puede ver perder a la derecha nacional populista, y hoy en Uruguay la derecha pierde ante el Frente Amplio.
La nueva lógica sería la de partidos políticos, tecnología y algoritmos; terminar con el sistema binario y excluyente que aniquila. Es necesario buscar un centro racional y de convivencia democrática que, desde el poder, cree un clima de no violencia.
Debemos dejar de pensar que quien no piensa como uno es un enemigo y recordar constantemente que el pluralismo no es un veneno. Carl Schmitt, en Alemania, autor del decisionismo, convirtió a la autoridad soberana en la fuente absoluta de toda decisión moral y legal en la vida política; para él, el parlamento era un enemigo.
La teoría de los extremos es el negocio del poder; debemos democratizar el debate y defender las instituciones. Ese es el camino a transitar y el desafío del camino crítico.
Lo grave, como diría Gramsci, con la teoría del poder anarcocapitalista, es que hay que disolver el Estado. Las corporaciones sustituyen a los partidos; los grupos económicos colocan a sus CEO para trabajar desde el Estado en función de sus intereses sectoriales. Esto se observa en petróleo, energía y finanzas; todas las medidas son a favor de quienes están de los dos lados del mostrador.
*Senador UCR Corrientes.