Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
«Vengan para descansar un poco».
- El breve texto evangélico de San Marcos nos ofrece hoy la oportunidad de adentrarnos en la intimidad de Jesús con sus principales discípulos.
La tarea apostólica puede ser extenuante.
La necesidad de Dios, y de su Palabra, exige que muchos hombres y mujeres reclamen, de los ministros sagrados, una atención sin tiempo cronometrado.
Es comprensible y atendible que se produzcan pausas para el descanso y la oración: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco» (Marcos 6, 31).
Sabremos, en otro párrafo del mismo texto, que también el descanso se subordina a la misión. Es legítimo y recomendable frenar la marcha, cuando se vuelve vertiginosa y arriesga la salud mental y espiritual de los «pescadores de hombres».
No obstante, las graves necesidades de las personas pueden crear situaciones que exijan, de sus pastores, un compromiso de extrema generosidad.
- Todo converge en el amor. El descanso que Jesús intenta con los Doce, recién llegados de una misión, consiste en un tiempo privilegiado de intercambio con Él y entre ellos. No son horas vacías, dedicadas al vacío. La vida apostólica debe constituirse en modelo de vida para todos.
Es el propósito del descanso dominical y, para el pueblo de Israel, del Sabbat. Se lo pierde cuando se lo dedica, de manera indiscriminada, a entretenimientos frívolos, o muy deplorables por sus contenidos de baja calidad moral.
Un Obispo, ya fallecido, llegó a afirmar: «El trabajo de toda la semana es para gozar de un fin de semana en familia». Su lectura exacta es: «Todo converge en la comunión con los seres amados». Todo converge en el amor.
En Dios se logra el descanso verdadero.
La vida toda, y sus empeñosos esfuerzos, logra su perfección en el cumplimiento de los dos principales mandamientos que, según Jesús, se asemejan y son inseparables: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo».
La Iglesia no se ha cansado de predicarlo y preceptuarlo, con poca comprensión, aún por parte de algunos creyentes. - Dios Amor es el descanso.
El descanso de Dios es el cumplimiento de la vocación de toda persona humana. Hemos sido creados y redimidos para lograr la perfección del Padre: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (Mateo 5, 48).
La perfección del Padre Dios es el amor: «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él» (1 Juan 4, 16).
El «descanso» consiste en llegar a Dios Amor y permanecer eternamente en Él.
Este verdadero ideal no es entendido por el mundo, sumergido en un trajín alocado, sin rumbo y sin metas trascendentes.
La tarea cotidiana, intensa y por momentos muy tensa, necesita ser orientada a la comunión familiar -con Dios y con los hermanos-, o sea al Amor auténtico.
No sé si siempre entendemos lo que, en la vida cotidiana, repetimos con ocasión de la muerte de una persona: «Que descanse en paz». Le deseamos el cumplimiento de su vocación al amor, en los brazos de Quien es el Amor.
- La oración como descanso. Jesús descansa cuando pasa horas y días «en oración con Dios» (Lucas 6, 12).
Ese encuentro con el Padre constituye lo más importante para Él.
Debiéramos examinarnos y comprobar qué importancia atribuimos a la oración en nuestra vida.
Me temo que algunos nunca han pronunciado una sola oración en sus vidas. No sabrán qué hacer y decidir cuando se produzca el encuentro con su Creador y tengan que optar por Él o rechazarlo.
Se ha perdido la bella costumbre de enseñar a los niños a orar. Mi abuela, italiana analfabeta, enseñaba a sus nietos a rezar persignándose: «Por la señal de la santa Cruz, de nuestro enemigos líbranos Señor Dios nuestro; en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén». Nadie podía acostarse o levantarse sin esta persignación.
En Dios hallamos nuestro descanso definitivo.* Homilía del domingo 18 de julio.