Por Máximo Jurcinovic*
Del 24 al 30 de julio, tuvimos el privilegio de ser testigos de un nuevo viaje pastoral del Papa Francisco. Los viajes pastorales de Francisco son pequeñas «escuelas» donde poder aprender lo que significa, como el mismo Papa la llama, una Iglesia en salida. El Papa, con una profunda humildad, se convierte en un docente que va enseñando, no sólo en lo que hace, sino en cómo escucha y se relaciona con los pueblos con los cuales se quiere encontrar. Ya desde tiempos de Juan Pablo II, las salidas de los Papas de Roma son motivo de admiración y de curiosidad en todo el mundo.
Si tomamos los discursos y las homilías del Papa Francisco en Canadá, vemos claramente que hay una unidad; desde el Ángelus en Roma una semana antes, donde el Papa anuncia que será un viaje penitencial, hasta la despedida de Canadá con el discurso a los jóvenes y ancianos. La visita es un «libro» que se va abriendo y Francisco va dándole a cada página un sentido profundo y en cada palabra nos deja claro algo: es tan importante lo que decimos, como nuestra capacidad de ver quién está delante escuchándonos.
En todos los discursos, Francisco va tomando elementos de la cultura, va compartiendo no solo un contenido, sino una profunda empatía y resulta claro que busca extraer sabiduría de los símbolos y particularidades propios del lugar en el que está. Eso hace que los discursos no sean monólogos, sino un encuentro de dos mundos que, a mitad de camino, deciden dar fruto en una visita pastoral y evangelizadora. Un ejemplo de esto es el momento en que el Papa toma un símbolo tan propio del pueblo canadiense en el discurso a las autoridades civiles, los representantes de los pueblos indígenas y el Cuerpo Diplomático en la Citadelle de Québec, y les dice: «Me gustaría inspirarme en el símbolo por excelencia de estas tierras, la hoja del arce, que desde los escudos de Quebec se extendió rápidamente hasta convertirse en el emblema destacado en la bandera del país». El Papa toma el lenguaje y la simbología del otro para favorecer la comunión.
Vamos al centro de la reflexión de estas líneas que, humildemente, tienen la intención de poner de manifiesto la enseñanza de un nuevo viaje pastoral de Francisco. El Papa, en cada viaje, despliega lo que llamo un «magisterio de gestos» que se convierte en enseñanza y propuesta de imitación para los cristianos. El magisterio de la Iglesia es, formalmente, un conjunto de declaraciones eclesiásticas que, junto a las Sagradas Escrituras y la tradición, forman un cuerpo doctrinal. Por eso, y dejando en claro el lugar fundamental del magisterio formal de la iglesia, quiero compartir esta propuesta de ver en los gestos un camino «doctrinal».
En una sociedad muchas veces cansada de las palabras, los gestos aparecen como un camino posible y único para el encuentro entre los que están divididos. Los gestos, ante la importancia de la imagen y las percepciones, son mucho más eficaces que las palabras. Desde esta mirada, recorramos algunos gestos del Papa Francisco en Canadá:
El primer gran gesto es el silencio. Tan necesario y contradictorio en un mundo donde la contundencia de las palabras parece lo único. El viaje penitencial del Papa Francisco comenzó en silencio. Ese fue el primer gran gesto en Canadá. Francisco llego después de un viaje de más de 10 horas y lo primero que hizo fue saludar a los indígenas; ese gesto hecho en silencio dio lugar a la primera gran imagen de esos días. El Papa besando la mano de una indígena superviviente de los abusos cometidos en las Escuelas Estatales llevadas adelante por católicos se convierte en un gran gesto que recorre el mundo. Pensemos que el tradicional besa-mano que el Papa recibe como gesto de veneración (sabemos que Francisco igualmente no ha sido muy adepto a ese ritual) se dio vuelta. Es el Papa quien besa la mano de esa anciana. Ese fue su primer discurso y un gesto silencioso que superó a las «declaraciones» que muchos esperaban. Como expresa muy bien el ex director de la Sala Stampa, Alejandro Gisotti: «Todo viaje papal puede (también) contarse en imágenes».
El Papa dio su primer discurso en Erminesken, un internado que fue símbolo de los abusos que ocurrieron en las llamadas Escuelas Residenciales. Recordemos que estas escuelas formaron parte de una propuesta liderada por el gobierno federal que, con la colaboración de la iglesia católica, busco desterrar la cultura aborigen nativa e integrar, a la fuerza, a los niños y las niñas aborígenes a la sociedad «blanca y europea».
En ese marco ocurre un gesto que se hace viral. El jefe indígena, Cree de Maskwacio entregó al Papa un sombrero de plumas que rápidamente Francisco se colocó en la cabeza. Esa imagen fue la tapa de los grandes portales del mundo. No fue algo estético, ni siquiera una humorada o un compartir regalos. Fue un hacerse cargo de la necesidad de que las heridas se curen compartiendo la humanidad, de recibir la autoridad del hermano que tengo adelante. Un gesto que ya había realizado Juan Pablo ll en su visita a Canadá en 1984.
Estos gestos del Papa se convierten en mensajes, sobrepasan las palabras y dejan muy atrás la eficacia de los discursos.
Se destacó también el gesto del Papa de devolver dos pares de mocasines para expresar que no hay palabras frente al dolor de los niños ni hay palabras frente al dolor de no verlos volver a casa desde las escuelas residenciales. El gesto no termina con las heridas, pero acerca herramientas para sanarlas de a poco.
Otro gran gesto del Papa en su viaje a Canadá fue el de acercarse de manera solitaria, y con el esfuerzo de hacerlo en la silla de ruedas por su molestia en la rodilla, al borde del lago Santa Ana. Esa imagen y ese gesto hablaron más que cualquier palabra, podríamos decir que es una pintura que podemos contemplar y mirar a lo profundo. En ese sitio al cual se acerca el Papa en soledad para tener un gesto, se encuentra un lugar de unidad entre los indígenas y los católicos que peregrinan. El gesto del Papa al acercarse al agua, expresa su deseo de que una «fraternidad es verdadera si une a los que están distanciados». Una vez más, imagen y gesto unidos para convertirse en mensaje, enseñanza y magisterio. Francisco bendijo las aguas del Lago de Santa Ana siguiendo la usanza indígena y bendiciendo hacia los cuatro puntos cardinales.
Este lago es la meta de una peregrinación anual en la fiesta de Santa Ana, la madre de la Virgen y abuela de Jesús. Tiene una gran importancia para los católicos y para los indígenas. De hecho, muchos llevan el agua del lago para sus enfermos, porque se le atribuyen propiedades curativas. Lo que genera la postura y el gesto del Papa en ese lugar no es sólo una imagen conmovedora, es una «encíclica» que marca un camino. La fraternidad para el Papa no se construye solo con palabras, se construye con gestos. El agua que purifica, la naturaleza que integra, la soledad que reza pidiendo comunión entre los hermanos y hermanas.
Podemos ver muchos más gestos de Francisco; por ejemplo, muchas veces en el viaje eligió las rondas para conversar y no los auditorios. En un gesto de colocarse como igual, como hermano de todos.
Los gestos se convierten en «magisterios y encíclicas» del Papa Francisco. El alcance de los gestos no tiene medida, siempre se pueden convertir en fuente donde poder encontrar los caminos necesario para la unidad y la transformación de la sociedad. A los hombres y mujeres de hoy nos interpela la pedagogía gestual de Francisco y los actuales líderes religiosos, políticos, sociales, etcétera deben descubrir en los gestos un renovado modo de comunicar. No sólo son imágenes, son páginas de libros que se nos abren para mejorar el mundo en que vivimos.
En la Audiencia pública del miércoles 3, Francisco compartió con los fieles un resumen de su viaje pastoral y lo dividió en 3 etapas: memoria, reconciliación, y finalmente sanación.
Ese itinerario tuvo palabra, presencia e imágenes. Pero, sobre todo, quedó grabado en todos nosotros porque tuvo gestos. Gracias Francisco, porque siguiendo la tradición de los Papas de las últimas décadas, cada viaje se convierte en un magisterio de gestos que nos interpelan y renuevan en la esperanza.
- El autor es Sacerdote y director de la Oficina de Comunicación y Prensa de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
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