Cristo ha resucitado y permanece vivo entre los hombres», resaltó el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su homilía de ayer, Domingo de Pascua o de Resurrección, quien entre otras afirmaciones sostuvo que «el mundo dirigencial, que hoy aparece decidiendo los destinos de los diversos pueblos, necesita -lo apetezca o no- que se le anuncie el Misterio de la Pascua. Un anuncio mediante el testimonio de la santidad de los cristianos, según lo afirmaba San Juan Pablo II. Es, sin dudas, la hora de los santos», dijo, y apuntó que «Dios se muestra solícito, ante el despropósito moral de innumerables contemporáneos, al suscitar santos en diversas situaciones y edades».
Advirtió en ese sentido, que «la presencia de los mismos (de gente santa), a veces silenciada por cuestionables intereses mediáticos, no puede ser excluida de la vida corriente. Está, y es preciso descubrirla e identificarla, en medio de un mundo polifacético como el nuestro». Indicó que «el Espíritu de Dios no es tímido, se planta en nuestra frágil existencia, infundiéndonos su fortaleza, sin anular nuestra libertad. La Pascua consiste en ponernos en marcha, trascendiendo nuestras limitaciones y purificándonos de las miserias de nuestros pecados», y recordó que «para sacarnos de la esclavitud, Jesús se somete al suplicio de la Cruz, así inicia el ‘paso’, a través del desierto de nuestra vida temporal y logra nuestra venturosa llegada a la tierra prometida de la santidad. Jesús resucitado es la anticipación de la nueva Vida, que Él ha prometido y participa con quienes deciden seguirlo». Y es aquí, cuando monseñor Castagna espetó: «No es un cuento de hadas, en el que la imaginación inspira relatos fantásticos con poco o ningún sustento en la realidad».
Por eso mismo, señaló que «en Cristo todo es verdad, imposible de reemplazar con las creaciones de los más destacados intelectuales del momento. Adueñados de los medios de comunicación y con poca resistencia en los más vulnerables, pasan a comandar el pensamiento y los sentimientos de quienes terminan rindiéndose a su influjo. Pensemos en la juventud, flotando a la deriva en medio de las más violentas tempestades del amoralismo y del relativismo, alimentadas por la inseguridad y la falta de referencia a la Palabra de Dios. Nos encontramos con una depresión generalizada, que impide toda reacción en la realidad circundante», alertó.
PASCUA Y
LIBERACIÓN
Ante eso, «Jesús vino a cambiar al hombre, modelando una novedad que es obra del Espíritu. Al infundir su Espíritu, en quienes creen en Él, reproduce en ellos su propia y original novedad. Es ella la santidad, una verdadera artesanía, porque hace de cada persona redimida un ser irrepetible. Los santos no son calcos de otros santos, por ello son calificados verdaderas «artesanías». El desconocimiento de Dios -el divino Artesano- reduce, la vida del hombre, a una pobre imitación de los frágiles modelos, propuestos por el mundo. Cristo, el Hombre nuevo, se constituye en ideal que inspira, y, al mismo tiempo, que rechaza toda inútil mimetización. Dios es el más respetuoso del don de la libertad, que otorga a los hombres. En la Carta a los Gálatas, el Apóstol Pablo sintetiza su pensamiento de esta manera: «Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud», (Gálatas 5, 1).
Consecuentemente, ratificó, «la Redención es la liberación del pecado. Y, por tanto, de todos sus derivados», y por ello «el anhelo de libertad -de las personas y de los pueblos- halla en el Evangelio su exacta interpretación y su capacidad de realización. Pascua y liberación están relacionadas», puntualizó.
«Celebrar la Pascua es comprometerse en la liberación del pecado, y, por ende, de todo tipo de atropello a los derechos del hombre. La Iglesia, por esa razón, se presenta como adalid de la auténtica libertad. Por ello acepta los riesgos de ser agredida y perseguida por las fuerzas que hoy lideran las diversas dictaduras. La libertad -saneada por la gracia de la Redención- es el don de Cristo resucitado, otorgado a quienes intentan vivir de la fe en Él. El mundo es orientado a la plena vigencia de los valores que proceden del don divino de la libertad. La evangelización no termina entre los estrechos muros de un templo. Capacita, a quienes son evangelizados, a emprender toda obra que conduzca al logro de la auténtica libertad. El núcleo de ese admirable don es el amor. Sin libertad es imposible la práctica del primer mandamiento y sumerge en la esclavitud, a quienes no lo adoptan. El predominio del odio aleja, a muchos hombres y mujeres, de una verdadera vivencia de la fraternidad y del establecimiento de la justicia y de la paz. No existe otro método que el predicado y vivenciado por Jesús, mediante el don de la propia vida en el Misterio que acabamos de celebrar durante la Semana Santa. Trascendiendo el calendario, cada instante de la vida cristiana constituye el tránsito hacia la Pascua definitiva de la eternidad», manifestó, entre otras consideraciones gravitantes que emanan de los acontecimientos que se acaban de conmemorar en estos días.