En una extensa entrevista con Infobae, el Sumo Pontífice se refirió a la posibilidad de un cambio en el celibato, admitió que no miró los partidos de la selección nacional. Habló además sobre el drama del narcotráfico en América Latina, la invasión de Rusia a Ucrania y sus costumbres cotidianas. Tras una década de la fumata que lo ubicó en la historia mundial, reconoció sus ganas de retornar unos días a su terruño. Hábil tiempista, como cada uno que porta esa vestidura, aguardará que pase la vorágine electoral en el país, para luego concretar su tan anhelada visita.
El Papa Francisco dijo que extraña «callejear» por Buenos Aires, admitió que no vio los partidos de la Selección en el Mundial y aseguró que tiene ganas de visitar la Argentina.
La sola entrada del Papa Francisco a la sala de reuniones de la Residencia de Santa Marta, en el Vaticano, desmiente las especulaciones sobre su salud: camina con normalidad, incluso con paso vivo. Hablará luego sobre las circunstancias que lo obligaron a usar una silla de ruedas hasta hace poco, con la misma naturalidad con que abordará todos los temas que se le presentan en esta entrevista, sin esquivar ninguno.
Se cumplen 10 años del día en que usted fue ungido Papa ¿Tiene recuerdos de ese día? ¿Qué es lo que primero le viene a la memoria?
-Quise recordar varias veces lo que pasó. Realmente yo no me di cuenta de lo que iba a pasar. ¿Cómo, usted no tenía voto? Sí, muchos tenían votos ahí, pero en el cónclave está el fenómeno de los votos depósito. A veces uno no sabe a quién votar y entonces espera un poco, y se lo da a uno que no va a salir, a ver cómo va la cosa. Es cómo el Espíritu Santo lo mueve a uno, ¿No? Yo a la mañana me vine tranquilo aquí, al mediodía, y algunos me hicieron chistes de paso, que no los entendí. Incluso cuando llegué al comedor algunos obispos del centro de Europa me decían: «Venga, eminencia, ¿Qué nos cuenta de Latinoamérica?». Me tomaron examen. Al salir del comedor un cardenal viene corriendo de atrás y me dice: «Un momentito por favor, ¿Es verdad que a usted le sacaron un pulmón?». Le dije: «No, me sacaron el lóbulo superior derecho porque tenía quistes». «Ah, ¿Y esto cuándo fue?». Y yo le dije: «En el año 573». Y dijo: «Estas maniobras de último momento…» y se dio vuelta. Y ahí me avivé. Ahí me di cuenta que había campaña a favor y campaña en contra. Fui, dormí la siesta tranquilo.
Otro recuerdo interesante es que, cuando llegué -esto es lo que dirían los psicólogos el inconsciente deshonesto-, antes de entrar a la Sixtina, me encontré con el cardenal (Gianfranco) Ravasi y empezamos a caminar en el hall grande antes de la Sixtina. Y le dije: «¿Usted sabe que yo para mis clases de sapienciales uso -usaba, ahora no las doy más-, sus libros?». Y le empecé a explicar y empezamos a hablar de los libros sapienciales, y nos pusimos en órbita los dos, hasta que sentimos un grito: «¿Ustedes van a entrar o no? Porque voy a cerrar la puerta». El inconsciente de no querer entrar. Son cosas que uno no maneja.
¿Fue muy diferente a la elección de 2005?
-No. La dinámica es la misma. Ésta tuvo una votación más. En la de 2005 fue en la primera votación de la tarde. En ésta fue en la segunda de la tarde. En la primera ya se vio la tendencia.
Y ahí quiero rendir homenaje a un gran amigo, el cardenal (Cláudio) Hummes, que estaba sentado atrás mío y se me acercó en la primera votación y me dijo: «No tengas miedo, así obra el Espíritu Santo». Me emociono porque se murió hace poquito y lo quería mucho. Y cuando en la segunda votación salí elegido -llegué a los dos tercios y seguía el escrutinio, ahí aplauden todos mientras sigue el escrutinio-, él se levantó, me abrazó y me dijo: «No te olvides de los pobres». Esto me toca. Un gran tipo, Hummes, un gran hombre. Un gran hombre. Murió hace unos meses. Silencioso, pero marcaba el rumbo. Bueno, los pobres, qué sé yo: San Francisco. Francisco, punto. Entonces cuando el cardenal (Giovanni Battista) Re me preguntó: «¿Qué nombre quiere ponerse?», le dije «Francisco, punto».
¿Le puedo preguntar, Santo Padre, ¿Si identificó -me imagino que sí- a quienes le hacían campaña en contra en ese momento?
-No.
¿No?
-No, sinceramente no. No sé si hubo campaña en contra. Evidentemente había otros que votaban a otra gente. Es verdad que al final casi fue, no digo unánime, pero sí bastante. La votación fue masiva a lo último. Pero en contra no, no se me ocurrió quién. Y ponerme a imaginar. Corro peligro de calumniar, así que mejor que no.
Mucha gente que lo conoce hace años a veces me dice que se lo ve mucho más feliz que antes, desde que es Papa. ¿Usted siente lo mismo?
-Siempre estuve contento con mi ministerio, aún en los momentos difíciles, de dificultades, que los tuve, porque tuve que resolver problemas bastante espinosos, o ayudar a resolverlos. Pero la paz interior no me la sacó nadie. Esa felicidad. Se ve que la gente me mira más ahora, pero siempre fui así. Yo no creo que he cambiado acá. Por ahí me viene un poco de nostalgia de Buenos Aires porque no puedo callejear como hacía allá. Pero yo no sabría cuantificar la tranquilidad, la paz, la alegría interior que tengo. Para mí siempre es la misma.
MATRIMONIOS
«INVÁLIDOS»
Y REVISIÓN
DEL CELIBATO
Usted viajó a Brasil en 2013 y en el regreso le preguntaron sobre el lobby gay, y usted dijo: «Yo no soy quién». Primero desmintió que haya un lobby gay, dijo se puede ser parte de muchos lobbies, pero dijo: «Yo no soy quién para juzgar a nadie». Dejando de lado la elección o la preferencia sexual, una persona que ha cumplido con el resto de lo que la Iglesia manda, ¿Estaría en condiciones de comulgar? O le doy una vuelta y le pregunto: ¿Usted le daría la comunión?
-Dije tres cosas sobre las personas de tendencia homosexual. Una en Brasil, que es la que usted menciona, y dije así: «Si una persona de tendencia homosexual es honesta y busca a Dios, ¿Quién soy yo para juzgarla?». En el viaje de vuelta de Irlanda dije -me preguntaron- «yo les pido a los padres que si tienen un hijo con tendencia homosexual o una hija, que los tengan en su casa. (Que) No los echen como castigo. Que los acompañen». La tercera fue en la entrevista con Associated Press, donde hablé de la criminalización. Es un problema serio: hay alrededor de 30 países que de uno u otro modo tienen criminalizado esto. Y casi 10, (con) la pena de muerte. Casi 10.
Son las tres veces que hablé públicamente sobre el tema. La gran respuesta la dio Jesús: todos. Todos. Adentro todos. Cuando los exquisitos no quisieron ir al banquete: vayan ahí al cruce de caminos y llamen a todos. Buenos, malos, viejos, jóvenes, chicos: todos. Todos. La Iglesia es para todos. Y cada uno resuelve sus posturas ante el Señor con la fuerza que tenga. Esta es una Iglesia de pecadores. La Iglesia de santos no sé dónde está, acá somos todos pecadores ¿Y quién soy yo para juzgar a una persona si tiene buena voluntad? Si es más bien de la pandilla del diablo, bueno, a defender un poquito. Pero hoy día se pone mucho la lupa sobre este problema. Creo que hay que ir a lo esencial del evangelio: Jesús llama a todos y cada uno resuelve su relación con Dios como puede o como quiere. A veces (uno) quiere y no puede, pero el Señor espera siempre.
Tengo amigos de mi misma generación que van por lo que se dice su segunda administración, su segundo matrimonio, están muy felices. Se casaron muy jóvenes y tal vez no funcionó. Y tienen hijos y quizás los educan en colegios católicos o en universidades católicas. Y muchas veces tienen dudas sobre si pueden comulgar ¿Me podría ayudar a entender?
-Sí. No podemos reducir una situación humana a una preceptiva. El Papa Benedicto -que sabía de estas cosas y era un gran teólogo, no iba a tocar el violín en teología, sabía- dijo tres veces, en el Alto Adige una; en Piamonte, dos; y la tercera, en Roma, que gran parte de los matrimonios por Iglesia son inválidos por falta de fe. Y fíjese usted: a veces uno va a un casamiento y parece más bien que es una recepción social y no un sacramento. O sea, se casan sí. Cuando los jóvenes dicen «para siempre», andá a saber qué entienden por «para siempre». Mientras dure el rollo, no sé. Y Benedicto decía que por esa falta de conciencia gran parte son inválidos. Y hay que tener en cuenta eso. No tienen conciencia de lo que es para siempre. Una señora muy sabia una vez me dijo: «Ustedes los curas son muy vivos. Para ordenarse curas tienen que estar seis, siete años en el seminario. En cambio, a nosotros para casarnos, que es para toda la vida -porque un cura puede dejar, en cambio para nosotros es para toda la vida-, nos arreglan con cuatro conferencias». Muy sabio. Por eso se habla siempre de un catecumenado hacia el matrimonio y los primeros años de matrimonio.
Vuelvo a esto, para no caer en la disciplina de la comunión: gente que el matrimonio es inválido. Quizás no lo puedan probar, y ahí ya entra la conciencia del obispo. Aconsejo a los matrimonios separados que vayan a su obispo, que vayan y le presenten su situación.
Le dije que era la última de algo teológico o vinculado a la Iglesia y me equivoqué. Pero en estos tiempos se habla, y no sé los números, de que no hay tantas vocaciones. O quizás sí y no trascienden. Pero, en el caso que el celibato no fuese obligatorio -no que desaparezca- ¿Usted imagina que la existencia de sacerdotes con la posibilidad de estar casados, como hay en otras iglesias, podría colaborar para que más gente se sume al sacerdocio?
-No creo. De hecho, en la Iglesia Católica hay sacerdotes casados: todo el rito oriental es casado. Acá en la Curia tenemos uno -hoy mismo me lo crucé- que tiene su señora, su hijo. No hay ninguna contradicción para que un sacerdote se pueda casar. El celibato en la Iglesia occidental, es una prescripción temporal: no sé si se resuelve de un modo o de otro, pero es provisoria en este sentido; no es eterna como la ordenación sacerdotal, que es para siempre, te guste o no te guste. Que dejes o no dejes es otro tema, pero es para siempre. En cambio, el celibato es una disciplina.
O sea que podría revisarse.
-Sí. De hecho, todos los de la Iglesia oriental están casados. O los que quieren. Ahí hacen una opción. Antes de la ordenación, la opción por casarse o por ser célibes.
Posible visita
Yo vi la final de fútbol. No estoy viviendo en la Argentina, estoy viviendo en los Estados Unidos, pero viajé especialmente porque quería ver, si ganaba Argentina, ese festejo. Y fue un momento de una catarsis maravillosa en una sociedad muy sufrida. Cuando hablo con amigos, a veces escucho que algo similar podría llegar a ocurrir si el Papa Francisco visitara la Argentina ¿Piensa en eso, sueña con eso? ¿Tendremos la posibilidad?
-Pensé en eso. Estaba planeado en diciembre de 2017. Se iba a ir primero a Chile, después a Argentina y Uruguay. El plan era ese ¿Pero qué sucedió? Que Michelle Bachelet terminaba su gobierno y las elecciones eran precisamente por esa época. Entonces tuvimos que pasar Chile a diciembre y ya ir en enero a Argentina y a Uruguay. En enero no encontrás ni al gato, ¿Viste? Entonces se cambió el programa. Se hizo Chile y Perú. Y quedaron Argentina y Uruguay para después. Y ese después es lo que estamos esperando de la coyuntura. No hay una negación de ir. No, de ninguna manera. Estuvo planeado el viaje. Estoy abierto a que se dé la oportunidad.
¿De qué dependería eso?
-Miles de factores. Miles de factores.
¿Le puedo pedir dos o tres?
-Primero, la voluntad de que yo vaya. Creo que eso está. Segundo, la coyuntura sociopolítica. A veces la visita de un Papa puede ser usada, en todos los lugares. Que no sea usada ni para un lado, ni para otro.
Después de una elección podría pasar.
-Podría pasar. Después de una elección ciertamente que sí. Por eso en tiempo electoral no se hacen viajes en los países, para evitar que la presencia sea usada por el partido gobernante para una reelección o algo por el estilo. Yo quiero ir a Argentina. Quiero. Pero…
¿Se anima a darle un rango? ¿Entre cuánto y cuánto tiempo?
-No. No sé, porque son estas cosas que se arman ahí. Pero ciertamente estuvo planeado, y si no se fue es por el mes.
Las resistencias al papado de francisco
Santo Padre, ¿Sintió al principio, no sé si ahora, resistencia de parte de la iglesia o de los obispos de Roma ante algunas ideas o algunos cambios que usted impulsa?
-La resistencia es, como decía Sandro Pertini, ese gran presidente italiano que siempre hablaba de la resistencia. Y lo llamaba el «chufi-chufi», es decir el que calienta el agua con una resistencia. La resistencia es como una actitud de autodefensa, siempre, ante cualquier novedad, ante cualquier cosa. Yo sospecharía de decisiones en las cuales no hay ninguna resistencia. Ahí sospecharía. Puede darse alguna que otra evidente, pero si no hay resistencia está demasiado envaselinada la cosa, no va. La resistencia es normal. Yo sospecharía de un Congreso, por ejemplo, donde no se pelean entre ellos. Que no hubiera diversas opiniones. Que se resistieran a cosas del Ejecutivo y le votaran en contra. Un Congreso pasivo no es Congreso, es una escuela primaria, o menos todavía.
Voy a leer textualmente porque me parece que cada palabra es fuerte; lo dice Julián Herranz, creo que el cardenal más antiguo que tiene el Vaticano.
-Un tipazo.
Está como hace 60 años acá en el Vaticano. Y dijo textualmente: «He trabajado para seis papas y todos han sido criticados. De los seis pontífices quizás el diablo se ha cebado con dos, con Pablo VI y con Francisco. Siempre para dividir a la Iglesia y obstaculizar la difusión del evangelio.» ¿Qué siente frente a esto?
-Herranz tiene experiencia. Herranz es médico, después entró en el Opus Dei, se ordenó sacerdote. Tiene 92 años. El otro día me escribió una carta muy simpática. Soy muy cercano a Herranz, muy amigo. No sabía que había dicho esto alguna vez. No puedo juzgar si es verdad o no. Pero a veces hay sí resistencias, pero de las malas. No las buenas. Porque la resistencia buena es que, si yo hago un proyecto bueno, veamos un poco, que se discuta. La resistencia mala es la que se discute por acá y se va por atrás buscando la traición también. Pero o soy ingenuo no les hago caso.
Se han resuelto las que ha habido. Y si hay alguna está ahí, en el rincón, escondida, y se hablan entre los que la sostienen. Cuando llevan al borde del cisma, eso es lo feo. Por ejemplo, el caso de algún obispo americano, uno muy conocido, que fue nuncio. Uno no sabe si ese hombre es católico o no es católico, está ahí en el borde. Esas resistencias mal manejadas. En la Iglesia, desde el inicio hubo resistencias. Cuando San Pablo cuenta: «Y yo me le encaré a Pedro y le dije que era un hombre sinuoso, que no hablaba…». Sinuoso es una palabra como si fuera de dos caras ¿No? «Y que por qué se hacía con los judíos que no comía carne y con nosotros sí. Lo encaré». Eso no es resistencia, eso ayuda al gobierno. Cuando me hacen críticas de frente las agradezco. Por ahí no me gustan, pero las agradezco.
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