Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
La corrección fraterna.
La llamada «corrección fraterna» constituye un método inspirado en las enseñanzas de Jesús. No es un camino fácil. De todos modos, es un paso seguro a la verdad.
Lo que comienza siendo un intento de corrección individual, involucra finalmente a la comunidad: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad»… (Mateo 18, 15-17).
El pecado no afecta únicamente a la persona que peca, también a quienes constituyen su entorno familiar y social. Del mismo modo la virtud de algunos beneficia a quienes no son virtuosos. Los santos, que son muchos, constituyen un pararrayos para quienes no lo son.
Existe una solidaridad en el bien y en el mal. Gracias a ese principio, Cristo se hace solidario nuestro, mediante la encarnación, para neutralizar el pecado de Adán y eliminar su consecuencia: la muerte.
- Elegidos para evangelizar.
Aquellos hombres, «rudos, ignorante y cobardes», dirá San Juan Crisóstomo, son seleccionados por Jesús para la obra sobrehumana de la evangelización del mundo. Así, la considerada «debilidad» es adoptada por Dios para manifestar su fortaleza.
Es la forma para que el mundo reconozca la necesidad de la gracia divina y encuentre su salvación. Es la «economía» que Dios, mediante su Verbo encarnado, emplea con la humanidad, afectada por el pecado de Adán.
Cristo es el nuevo Adán, vencedor del pecado y de la muerte.
Necesitaba hacerse hombre, para que una nueva solidaridad causara la Vida, se convirtiera en «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», y ofreciera el perdón a quienes estuvieran dispuestos a recibirlo.
La evangelización consiste en despertar la conciencia del acontecimiento de la Pascua y adherirse a él mediante el Bautismo. Trasciende y da sentido al Culto celebrado por la Iglesia. La universalidad del mandato misionero abarca una nueva manera de hacer la historia: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 19-20).
- El mandamiento del amor.
El mandamiento del amor, que Cristo transmite a sus principales discípulos, es la condición para ser ciudadanos del Reino. Él mismo es el modelo a imitar. Hasta el extremo de la Cruz: «Este es mi mandamiento: Amanse los unos a los otros como yo los he amado» (Juan 15, 12).
El extremo del amor de Dios, como se manifiesta en Cristo crucificado, debe ser el ideal del amor entre quienes deben amarse.
Los códigos que rigen la vida contemporánea no parecen coincidir con el mandamiento. Se producen algunos casos excepcionales, aún fuera del ámbito de la fe. Existen ejemplos heroicos que, lamentablemente, no llegan a la mentalidad ramplona de nuestra moderna sociedad.
La fe revoluciona esa situación, al inspirar un comportamiento nuevo e inaugurar un estilo nuevo de convivencia.
Es triste comprobar qué mal se tratan los hombres. En plena campaña electoral aparecen las manifestaciones de una enemistad cívica, incentivada por cierto recalentamiento ideológico. Existen valores -como la vida y la libertad- que están en la base de toda concepción humanística.
- El Deber profético de la Iglesia.
La Iglesia tiene la obligación y el derecho de expresar su doctrina, inspirada en la Palabra de Dios, que Cristo personifica.
Nadie podrá quitarle ese derecho.
Por hacerlo respetar atravesará un verdadero campo de batalla. La lejanía producida entre la Iglesia y la vida corriente adopta expresiones que suponen un lamentable desconocimiento de Cristo y de su Evangelio.
Si la fe es la clave para el conocimiento de Cristo y del Evangelio, el empeño principal de la pastoral de la Iglesia debe orientarse a su difusión. Para ello será preciso sacar a la Iglesia de la sacristía y presentarla al mundo como opción de vida.
El testimonio de santidad de los cristianos es una ineludible misión al servicio de la verdad y de la vida.
- Homilía del
domingo 10 de septiembre.
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