Entre enero y diciembre de 1912, los crímenes de tres niños horrorizaron a Buenos Aires. Cuando descubrieron al asesino, la sorpresa de saber que era también un menor de edad se mezcló con la bronca y el pedido fue uno solo: la pena capital. Se trataba de Cayetano Santos Godino, a quien desde entonces se iba a recordar como El «Petiso Orejudo». En ese entonces, la responsabilidad de decidir qué iba a pasar con él quedó en manos de profesionales que evaluaron si era o no consciente de sus actos. Entre ellos estaba un correntino que tuvo un papel decisivo.
Cuando detuvieron a Godino, tenía 16 años y no sólo confesó los tres infanticidios, sino que dijo ser el autor de otros ataques y de incendios en la ciudad. De todo, lo que más llamaba la atención de la prensa y los especialistas era su aspecto físico, ya que parecía mucho más chico de la edad que figuraba en sus documentos. Precisamente entre los evaluadores estaba el doctor Domingo Felipe Cabred, psiquiatra nacido en Paso de los Libres, de prestigio internacional y director del Hospicio de las Mercedes, que fue una de las instituciones de salud mental más destacadas del país.
Los archivos de las entrevistas con Cabred y los otros expertos evaluadores se guardan como registro para la historia del crimen nacional. Varios de estos encuentros en los que el correntino también trabajó con un colega de apellido Estévez son recopilados en el libro de la escritora y periodista María Moreno llamado justamente el «Petiso Orejudo». La autora le dedicó varias páginas al trabajo del psiquiatra libreño de quien describió en una entrevista como un «progresista que creía en el manicomio como un espacio de educación».
VEREDICTO
«¿Siente usted tristeza o pena por la muerte de los niños?», le preguntaron Cabred y Estévez al Petiso. «No, señor», les respondió. Al cerrar esa entrevista, transcripta en el libro de Moreno, entre otras cuestiones vinculadas a sus crímenes, lo interrogan: «¿Dónde le gustaría más a usted vivir? ¿En este asilo o en la cárcel?». Godino les dice: «En la cárcel». Y cuando lo cuestionan agrega: «Porque acá están todos locos y yo no soy loco».
El dictamen del correntino y su colega, quienes trabajaron casi dos años estudiando al «Petiso», fue que se trataba de un «alienado mental» con carácter de «imbecilidad incurable». Coincidían con sus pares que esta condición lo hacía irresponsable de sus actos. Sin embargo, lo consideraron sumamente peligroso. «Tiene conciencia y memoria del impulso destructor», sostenían los dictámenes, pero era un «degenerado hereditario», lo cual lo volvía un sádico.
Dos años después de su detención, en 1914, el juez en lo penal de sentencia, doctor Ramos Mejía absolvió a Godino considerándolo «penalmente irresponsable», y ordenó su internación por tiempo indefinido en el Hospicio de las Mercedes, en el «pabellón de alienados delincuentes».
Parecía que iba a terminar sus días allí, pero no pasó mucho tiempo y comenzaron los problemas. Atacó a dos internados, uno inválido y el otro postrado, luego intentó escapar.
La sociedad, que reclamaba justicia y no estaba de acuerdo con el método con el Cabred trataba a sus internos, comenzó entonces a reclamar que el «Petiso» fuera llevado a una cárcel. Hubo una apelación y se resolvió por unanimidad que Santos Godino fuera confinado en una penitenciaría.
Así ocurrió y el temido criminal estuvo casi diez años en el Penal Nacional antes de que se resuelva su traslado a la Cárcel del Fin del Mundo en Ushuaia donde murió en 15 de noviembre de 1944.
Del final del «Petiso Orejudo» se puede decir que cumplieron dos cosas. Por un lado, el pedido de los psiquiatras de que estuviera recluido indefinidamente, y por el otro, el suyo, de vivir en una cárcel.
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