Por Laura Benbenaste
Cómo piensan y actúan las personas que, al emprender, no sólo responden a una demanda del mercado, sino que intuyen cómo serán las necesidades del mundo que se viene para así construir una sociedad más justa e igualitaria.
¿En dónde se encuentra lo deseable con lo que conviene? Quizás la pregunta sirva como puntapié para pensar el emprendimiento social, concepto que en los últimos 40 años ha recorrido un largo camino, pero aún hoy no tiene una definición aceptada de manera unánime. Creo que debemos empezar haciendo una aclaración: los emprendedores son aquellas personas que desarrollan iniciativas capaces de dar respuesta a oportunidades o demandas del mercado, con productos o servicios. Existe sin embargo un grupo de emprendedores especialmente potente, aquellos cuya visión y entendimiento de los problemas los hacen capaces de pensar y ejecutar soluciones a los grandes desafíos que enfrenta el mundo: son los emprendedores sociales. Desde Ashoka, organización que reúne la red de emprendedores y emprendedoras sociales más grande del mundo, con unos 4.000 miembros, los definimos como personas que empatizaron tan profundamente con un problema social al cual le encontraron una solución innovadora (por lo menos, a una capa del problema).
Un emprendedor es aquella persona que tiene una visión y una estrategia de solución, que implementa de manera proactiva, sorteando dificultades y riesgos. Cuando reducimos la mirada al emprendedor de negocios (y por lo tanto calificamos a los otros emprendedores de sociales o ambientales o de impacto), estamos achicando un espacio que en realidad nos pertenece a todos. Esta perspectiva deja de lado el foco en lo más importante que hace a un emprendedor (solucionar un problema) para hablar del medio por el cual lo hace (un modelo de negocios).
Los emprendedores sociales miran el mundo y a partir de esa perspectiva anticipan oportunidades, instalan conceptos, usan la innovación para generar soluciones y abrir mercados. El paradigma que crean tiene el potencial de generar un cambio sistémico, modificando la forma en que se conciben y se amplían derechos.
Como ejemplo, cuando comenzó Couchsurfing, la plataforma que conecta viajeros con anfitriones locales de todo el mundo, no muchos se dieron cuenta de su misión social subyacente. Su fundador, Casey Fenton, Fellow de Ashoka en Estados Unidos, decía: «Nuestro propósito tiene que ver con cultivar la confianza, la inclusión y la apreciación de la diferencia dentro de la comunidad global de viajes facilitando interacciones individuales de personas, organizadas a gran escala. Es central en nuestra visión apreciar las diferencias y responder a la diversidad con curiosidad y respeto, difundiendo así la tolerancia y creando una comunidad global». El modelo revolucionó el mercado e incluso dio origen a muchísimas otras plataformas que se basaron en aquel formato conceptual, como el gigante Airbnb.
El caso de Alison, creada por el Fellow Ashoka Mike Freerick en Irlanda, es otro gran ejemplo. Como un pionero del movimiento Mooc (cursos online masivos abiertos) en 2007, la visión de Alison fue ser el proveedor líder mundial de conocimiento libre de alta calidad. Mike se basó en el principio de que la educación tiene el poder de sacudir al mundo, y que se debe poner a disposición de cualquiera, en cualquier lugar, sin restricciones. «Sabía que si íbamos a permitir que muchísimas personas accedieran a educación gratuita y a la formación de habilidades para el trabajo, en todos los niveles, para cualquier persona en cualquier lugar, en cualquier idioma, tendríamos que construir un modelo de negocio que fuera autofinanciado y enormemente escalable. Me di cuenta de que el cambio necesario en la educación no era posible a través de la filantropía y la caridad solamente». Hoy la educación online está completamente incorporada en nuestras vidas mediante plataformas gratuitas y pagas que han escalado, especialmente con la coyuntura pandémica, y superado cualquier tipo de barrera geográfica.
En la esfera local, muchos recordarán a Alex Freyre por haber sido una de las dos personas que integraron el primer matrimonio igualitario en Argentina el 28 de diciembre de 2009. El Fellow de Ashoka impulsó la conquista de un derecho civil que reflejó, según considera, «una foto del estado de evolución de la sociedad con respecto a la igualdad», convirtiendo a Argentina en el primero de la región y el segundo de todo América en legalizar el casamiento entre dos personas del mismo género.
El hito (la ley 22.618 se sancionó el 15 de julio de 2010, pocos meses después) proyectó una imagen del país hacia el mundo. «Se transformó en un derecho que Argentina exporta. Una pareja de personas del mismo sexo en cuyo país aún no está permitido casarse, pueden hacerlo acá y volver a su lugar de origen con la posibilidad de iniciar un litigio estratégico», señala y alude al efecto dominó que provocó, generando que otros países persiguieran proyectos similares y facilitando otros debates que se venían presentando con dificultad (ley de identidad de género, cupo laboral trans, reproducción médica asistida, por ejemplo). La conquista jurídica permitió también conquistar otros espacios. Nuestro país, y especialmente la ciudad de Buenos Aires, dio un salto exponencial como uno de los principales destinos turísticos del mundo para el público Lgbt+ luego de la sanción de la ley. Y en datos más recientes, según el reporte elaborado por Pablo Singerman, director del Observatorio Económico de Turismo Lgbt+ que realizan la UBA e Inprotur, con el apoyo de Ccglar, en 2018, el segmento de esta industria representó el 9 por ciento del ingreso de divisas por turismo en el país.
Para entender esta historia es clave resaltar que, en general, no son los emprendedores sociales los que escalan estas ideas. Al perseguir el beneficio económico a toda costa, lo que ocurrió en muchos casos, fue que el propósito social detrás de la idea se perdió en su mayor parte porque no hay incentivos de mercado o políticos para mantenerlos. Por ejemplo, no creo que sea posible pensar en Airbnb y no reconocer la brecha de acceso a la vivienda que creó en tantas ciudades. Es decir, el espíritu por el cual fue creado se diluyó en el tiempo.
Muchos de los modelos de negocio que modificaron los mercados más importantes nacieron o se probaron antes en modelos sin fines de lucro. Y aquí, en lo importante, me detengo: si no valoramos la profunda innovación que traen las organizaciones e iniciativas creadas por las y los emprendedores sociales, perdemos la oportunidad de aprovechar esa perspectiva mejorando vidas, ampliando derechos y creando y expandiendo mercados.
Entonces ¿Cómo aprovechamos estas perspectivas? ¿Cómo creamos oportunidades para que más de éstas se creen y crezcan? Las ideas de los emprendedores sociales enriquecen nuestro quehacer diario. Sea cual sea. Tenemos que incorporarlas y aprovecharlas. Desde Ashoka creemos que todas las personas tenemos la potencia de ser agentes de ese cambio que queremos ver y es por eso que trabajamos para disponibilizar «puertas de entrada» a este mundo: empresas, gobiernos, escuelas, jóvenes, emprendedores sociales, organizaciones sociales, academia, docentes, financiadores y la lista puede seguir.
Los emprendedores y emprendedoras sociales son expertos en comprender a la sociedad, y están a la vanguardia cuando se trata de detectar y descubrir oportunidades de manera temprana. Escuchar su opinión y compartir sus perspectivas no sólo es muy enriquecedor sino que es astuto. Estas formas de pensar y actuar están a nuestro alcance.
Si querés pensar en clave de innovación social, Ashoka te ofrece estos tres cursos gratuitos en academy.vc4a.com.
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