Por Esteban Fernández
El chamamé es una música que como tal anda por su primer centenario de vida, ya que fue en la década de 1930 cuando se instala el rótulo de «chamamé» para referirse a la música correntina, aunque algunas obras de autor anónimo como «El carau» o «La caú», según algunos estudios, pueden datar de antes incluso.
Si bien cien años puede parecer poco tiempo, se trata de una música ancestral en una sociedad de tintes muy conservadora. Conforme pasa el tiempo, como todo en la vida, el progreso y el modernismo van ganando terreno en una cultura musical que tiene fuertes raíces en su modo tradicional de ejecutarse, es decir, con tres instrumentos básicos: acordeón, bandoneón y guitarra criolla. Es esta misma tradición y la mirada un poco ‘conservadora’ la que se opone al chamamé con nuevas sonoridades, con la implementación de otros instrumentos como batería, bajo eléctrico, teclado y percusión, entre otros.
Ahora bien, sobre gustos no hay nada escrito se suele decir, y es verdad. Cada oyente y cada público son diferentes. Pero más allá si ‘valen’ o no la implementación de determinados instrumentos en la música correntina, yo quiero detenerme y hacer una fuerte crítica en que en nombre del chamamé no pueden interpretarse temas que no tengan un mínimo de raíz o contenido cultural. Con esto me estoy refiriendo a canciones de origen extranjeras que nada tienen que ver con nuestra música y con nuestra cultura, y que son tomadas por algunos grupos que lo «achamamecean» (si es que vale el término para referirse al proceso de ‘pasar’ ese tema a ritmo de chamamé).
Lo arriba expresado resulta un error grave si tenemos en cuenta el contexto, donde el título del evento es «Fiesta Nacional del Chamamé».
Independientemente de la búsqueda musical que cada grupo realiza, y que celebramos que cada quien lo haga a su manera, también debemos como sociedad portadora de una música declarada «Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad» exigir que no se malinterprete nuestra música ni se la ofenda. Cualquier canción no puede querer encasillarse dentro de nuestro género, sea por la razón que fuera. Quienes infringen en esto, la mayoría de las veces, son grupos que buscan el aplauso fácil o querer congraciarse con el público desde un lugar donde «vale todo», y el chamamé merece el mayor de los respetos.
Aquí no se trata de dar nombres, pues cada quien conoce qué grupos cometen estos atropellos contra nuestra música. Se trata de reflexionar, de hacer autocrítica y pensar al chamamé como lo que siempre fue, una música folclórica de una determinada región, con letras y músicas trabajadas con un fin y un propósito. Ese fin, de alguna u otra manera, tiene raíces culturales, más allá de que se interprete con un instrumento o con otro. Pero lo que debemos separar tajantemente a todas aquellas «versiones en chamamé» que algunos grupos realizan de determinadas canciones, y a veces incluso ocupando gran parte de su repertorio.
Me permito hacer aquí la excepción con el tema «Universo paralelo», que interpretó en tiempo de chamamé Nahuel Pennisi, pues es un músico que ‘no es del palo’ y que, sin embargo, se tomó su tiempo para trabajar su hit del momento y presentarlo con respeto ante nuestro público con una sonoridad parecida a lo que estamos acostumbrados.
La presente columna apunta a grupos que por decirse «chamameceros» se permiten adaptar y tocar cualquier tema porque al parecer, mientras suene con un acordeón, ya basta para ganarse el aplauso y ‘levantar a la gente’. Repito, no se trata aquí de dar nombres, sólo de llamar a la reflexión, pues nadie aquí tiene la verdad absoluta, pero mi mirada apunta a saber distinguir lo cultural de lo comercial, de saber conectar con la gente desde un mensaje y transmitir el sentimiento de un chamamé, de todo lo otro ajeno a ello.
Por otra parte, celebro la buena búsqueda autoral y musical que se pudo notar en algunos grupos de la Fiesta. Debemos apoyar el hecho que se produzcan nuevas composiciones para que el chamamé siga nutriéndose de nuevos aires y nuevos sonidos, en algunas ocasiones con más instrumentos que otros, pero siempre teniendo un horizonte firme hacia dónde encaminarse. La mirada cultural nunca debe perderse, pues es el rumbo que marcaron quienes tuvieron que hacer camino al andar, letristas y compositores como Osvaldo Sosa Cordero, Salvador Miqueri, Ernesto Montiel, Isaco Abitbol, Mario Millán Medina, Julián Zini, ‘Pocho’ Roch, Ramón Ayala, Tránsito Cocomarola, Tarragó Ros, Blas Martínez Riera, Pedro Montenegro, Roque Librado González, Héctor y Félix Chávez, por nombrar sólo algunos.
«Me gustan los grupos que se proponen hacer cosas nuevas, porque ¿Para qué voy a grabar temas de Cocomarola o Montiel que ya lo hicieron ellos hace 50 y pico de años y que tienen cientos de versiones de eso?», me dijo una vez ‘Pocho’ Roch, otro incansable buscador de sonidos y ‘rescatista’ cultural en sus letras, cuando le consulté qué le parecía la Fiesta Nacional del Chamamé. Su respuesta encaja con el desarrollo de este escrito.
La búsqueda autoral-musical siempre será bienvenida, algunos aceptarán más unas formas que otras, pues en lo que respecta a gustos cada quien tiene sus preferencias. Lo que no se debe permitir son los atropellos a nuestra música, con adaptaciones hasta irrisorias en más de una ocasión, y el chamamé debe andar lejos de lo chabacano. No es casualidad que los grupos que optan por ese camino y que forman parte de la Fiesta casi siempre estén programados fuera del horario televisivo. Y ojo, a no encasillar estos grupos dentro del estilo ‘tarragosero’, pues don Tarragó Ros tuvo centenares de composiciones propias y su ‘levante del público’ lo hizo siempre a su manera, con sus armas, sin tener que infringir en aberraciones y atropellos, porque esto último no era lo suyo, y no estaría entre ‘los grandes’ del género si hubiera hecho esto.
La evolución que debe pregonar el chamamé pasa por otro lado, por el enriquecimiento autoral, melódico y compositivo de su repertorio, pero que siempre debe estar renovándose bajo una mirada cultural, no chabacana. Independientemente de si hay músicos con más estudios o formación académica que otros, lo importante aquí es no caer en la ofensa a nuestra música.
Cada quien hace el chamamé que cree ser su estilo propio, más no debemos ‘forzar’ que otras cosas pasen por chamamé, cuando claramente no lo son, sólo para buscar el aplauso del momento.
Debemos celebrar la cultura propia, no la mala copia.
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