Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
El Espíritu Santo: Don trinitario.
Para comprender quién es el Espíritu Santo, en el Misterio de la Santísima Trinidad, será preciso observar la obra de Dios en la Creación y en la Redención.
Es el Dios activo, inaccesible a toda especulación o a los andariveles de la imaginación.
El Espíritu moviliza al Verbo, por quien el Padre «hace todas las cosas» (Juan 1, 3).
Es el Misterio insondable y adorable, imposible de contener entre términos filosóficos. La virtud que le corresponde es la obediencia incondicional. Así se entiende la exhortación de Jesús a obedecer al Padre: «No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la Voluntad de mi Padre que está en el Cielo» (Mateo 7, 21).
No podemos pensar en Dios sino como Él se manifiesta al mundo: «Dios es amor», es diversas Personas; así lo revela explícitamente Jesús al ascender al Cielo: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…» (Mateo 28, 19).
- Pentecostés: la promesa cumplida de Jesús resucitado.
Pentecostés es el día fundacional de la Iglesia. Cumple la promesa de Jesús, a la que se atribuye absoluta importancia: «Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce» (Juan 14, 15-17).
Impresionante afirmación, salida de los mismos labios del Señor.
Producido Pentecostés, los Apóstoles comprenden su sentido y comprueban el estado de pecado de la humanidad, necesitada de redención. Hoy, como entonces, aparece el desconocimiento del «Otro» Paráclito, que viene a establecer definitivamente el Misterio de Cristo resucitado en la entraña misma del mundo y de sus acontecimientos.
El Pentecostés que celebramos, a continuación de la Pascua y de la Ascensión, cumplirá la misteriosa promesa de Cristo a sus creyentes: «Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20). Esta Verdad debe ser anunciada junto a la Nueva Noticia de la Pascua cristiana.
Recorriendo las páginas de los Hechos de los Apóstoles se comprueba el combate que la Iglesia debe librar en el cumplimiento de la misión encomendada el día de la Ascensión.
- Cristo es signo de contradicción.
Hablemos de su historia presente, escrita sobre páginas difíciles, tanto o más angustiantes que las sangrientas de los primeros siglos. Se cumple la misteriosa, y ahora comprensible, profecía de Simeón: «Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel, será un signo de contradicción…» (Lucas 2, 34).
Es fácil comprobar que hoy Cristo es «causa de caída y elevación» para nuestros contemporáneos. De allí, la moda diabólica de apostatar de la fe bautismal, por parte de un número significativo de bautizados.
El desconocimiento de los contenidos esenciales de la fe cristiana, entre muchos bautizados, provoca estupor y preocupación. No podemos culpar al mundo de su ignorancia sino a quienes tienen la responsabilidad de transmitirle la Verdad y no lo hacen. No nos detenemos, con espíritu alerta, en el juego de responsabilidades entre la Iglesia y el mundo: entre el desempeño de la misión evangelizadora y una reducida población dispuesta a escuchar respetuosamente lo que se le transmite de parte de Dios.
- El intrépido Ministerio apostólico.
No son los políticos, ni los comunicadores sociales quienes deben dictar a los Pastores de la Iglesia qué deben decir en nombre de Cristo.
Los Apóstoles de Jesús indican qué conviene o no, en circunstancias complejas como las actuales.
San Pablo, a quien nadie puede tildar de mediocre, ofrece directivas precisas y claras al Obispo Timoteo: «Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar» (2 Timoteo 4, 1-3).
El Espíritu de Pentecostés, que ciertamente conduce e inspira el ministerio apostólico, está activo hoy en la Iglesia. Corresponde que los pastores no desoigan los consejos del Apóstol Pablo y desalojen de sus corazones el temor y el respeto humano; estén dispuestos al martirio y a la persecución de los poderosos de este mundo. ¡Ven Espíritu Santo!
* Homilía del domingo
5 de junio.
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