Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Creo en la resurrección de la carne.
Las respuestas de Jesús, a quienes niegan la resurrección, o que la vida sea un don para siempre, aportan definiciones concluyentes.
Los saduceos pretenden tender una trampa al Señor. Se valen de la Ley mosaica para plantearle una cuestión que incluye la creencia en la resurrección, que ellos niegan: «Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda» (Lucas 20, 28). Siete hermanos se mueren sucesivamente y les ocurre lo mismo, por fin muere la viuda de los siete: «Cuando resuciten los muertos ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?» (Lucas 20, 29-33).
La pregunta capciosa de los saduceos incrédulos no logra confundir al Maestro. Al contrario, le ofrece la ocasión de exponer la cruda verdad sobre la vida. No deja lugar a dudas: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles» (Ibídem 20, 34).
- El pecador no cree en la Vida eterna.
El pecado ha hecho de los hombres tristes incrédulos, en el momento de reflexionar sobre el misterio de la vida. Don de Dios que se inicia en el tiempo, pero, que no acaba con el tiempo. Al dejar su etapa temporal, produce su propia trascendencia.
Jesús habla, con mucha frecuencia, de una dimensión que denomina «Vida eterna». Se piensa poco en ella y se la borra, como perspectiva, aunque se la pretenda formular valiéndose de elementos mágicos, o ideas pseudo intérpretes del misterio de la vida y de la muerte.
El santo joven jesuita San Juan Berchmans, ante las propuestas seductoras del mundo, se preguntaba: «Qué valor tiene esto para la eternidad». El Santo sabía trascender sus pocos años con madurez.
La santidad produce equilibrio y madurez, hasta en niños y adolescentes: San Francisco y Santa Jacinta de Fátima, Santo Domingo Savio y el Beato Carlo Acutis lo atestiguan.
Los psicólogos y psiquiatras han descartado el poder sanador de la santidad. Sin embargo es entonces cuando se producen las auténticas sanaciones.
- Purificar la fe del pueblo.
La búsqueda ilusoria de un falso acceso al milagro, desorienta hoy el auténtico sentido de la fe cristiana.
El «por si acaso» de algunas peregrinaciones a Santuarios, y a personas carismáticamente dotadas, confunden la fe que Jesús descubre y pondera en su predicación: «Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado. Y desde ese instante la mujer quedó curada» (Mateo 9, 22).
Es preciso purificar legítimamente la fe del pueblo, mediante la Palabra, por el humilde servicio de la predicación. Es comprensible la fe de un pueblo que quiere creer, pero que no sabe creer. Es responsabilidad de los evangelizadores llenar de Evangelio las expresiones de la llamada «fe popular».
¡Iglesia de Dios, cuán grave es tu misión en el mundo! Descuidarla constituye un pecado gravemente sancionable por parte de Dios.
No nos es lícito rasgarnos las vestiduras cuando aparecen cultos no registrables, como «el Gauchito Gil», «la Difunta Correa» o el maléfico «San la Muerte». La Palabra de Dios está a nuestra disposición cuando se la administra como es debido. La Iglesia acaba de regalarnos a un Santo Cura Gaucho: San José Gabriel Brochero, que empaña la figura legendaria del Gauchito Gil. Es preciso promoverla.
- El estado angélico: perfección de la vida humana.
Volvemos a la respuesta de Jesús a los saduceos. En ella se nos revela que el destino final, y estado de perfección del ser humano, es la vida angélica: «Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles».
Es fácil verificar el estado actual, de mal versión y exacerbación, de todo lo referente a la sexualidad humana. Su propagación se vale del lenguaje y del espectáculo, y de la enfermiza situación de grandes sectores de nuestros contemporáneos. La pornografía, que acedia a nuestros jóvenes, y adultos mentalmente enfermos, requiere una contrapropuesta por parte de los sectores sanos de nuestra población.
Es lamentable que esté promovida -convertida en una droga- por parte de notables irresponsables, identificados en los medios populares: prensa, TV, teatro y cine.
Ciertamente necesitamos un saneamiento oportuno e inmediato.
* Homilía del
domingo 6 de noviembre
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