Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
El bautismo de Juan y el bautismo de Jesús.
De tal modo Jesús se baja a nosotros que se mezcla con los penitentes, como uno más.
La humanización de Dios, en su Verbo encarnado, nos resulta intelectualmente incomprensible, como a Juan Bautista recibir el pedido de Jesús. Aquellas aguas se constituyen en el signo de la nueva Creación. El día de la Ascensión el mismo Cristo resucitado, establecerá su validez.
La voluntad del Padre, que lo ha enviado, logra -hecho hombre su Hijo- la recuperación de la santidad perdida por el pecado de Adán y Eva. Juan sumerge a Jesús en el Jordán como a uno más, superando, por obediencia, el rechazo interior que le causa nivelarlo con los pecadores.
El Bautismo que recibe Jesús en el Jordán adquiere un valor de inauguración del Bautismo que los cristianos recibimos. Quien no necesita ser bautizado, lo instituye para que quienes crean en Él sean perdonados del pecado heredado y de los pecados personales. Hoy trascendemos el signo que pone San Juan Bautista. El bautismo de Juan es como el Antiguo Testamento con respecto al Nuevo; como es el Bautista mismo con respeto a Cristo.
- Miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
Hablamos del Precursor, y de su bautismo de penitencia, como preparación: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Isaías). Gracias al agua penitencial del Jordán, se produce el Bautismo que nos redime: «Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego» (Mateo 3, 11).
Con ese Bautismo fuimos regenerados.
Juan es grande porque se ha hecho digno de la elección divina que lo convierte en Precursor de Cristo. Por el Bautismo, que la Iglesia administra, nos convertimos en miembros del Cuerpo Místico y auténticos testigos del Salvador.
San Pablo lo expresa con claridad: «Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres – y todos hemos bebido de un mismo Espíritu» (1 Corintios 12, 13). No existen estrategias diplomáticas que logren esa unidad. Si lográramos hacer que el Bautismo recibido fuera nuestra vida, la paz se establecería efectivamente en nuestra agrietada sociedad.
- Dolorosa realidad.
Casi todos nuestros conciudadanos argentinos deciden que sus hijos sean bautizados en la Iglesia Católica. El porcentaje es muy elevado, dicen que más del 80 por ciento, en algunas regiones. A pesar del empeño pastoral de nuestros párrocos y catequistas, es pobrísima la fidelidad al Bautismo, por parte de quienes fueron ungidos por él. Es decir, una mayoría de esos bautizados vive al margen de las exigencias bautismales, y algunos llegan a renegar abiertamente de su Bautismo.
No podemos ocultar esa dolorosa realidad.
Las causas son variadas y de difícil clasificación. Las más importantes, de mayor gravedad que los desórdenes morales que conforman nuestro entorno actual, son: el descuido de la predicación y la falta de testimonios de santidad. La era apostólica se caracteriza por los santos predicadores: los Apóstoles, sus sucesores y abnegados misioneros. Esta visión, algo pesimista de la realidad eclesial, tiene sus excepciones. Siempre hay un resto que mantiene encendida la lámpara de la fe, siguiendo las huellas de los santos.
La pastoral de recuperación de los bautizados, para una vida coherente con el sacramento recibido, ha inspirado la predicación y la catequesis en épocas cercanas al Concilio Vaticano II.
- Volver a Cristo para medir la importancia del Bautismo.
La Solemnidad del Bautismo del Señor nos ofrece la ocasión de una profunda reflexión.
Descuidamos la importancia de nuestro Bautismo, despistados por la búsqueda de sensaciones pseudo místicas, sin referencia a la Palabra de Dios.
Como muchas veces lo hemos afirmado: debemos volver al Evangelio, como fuente nutritiva de nuestra vida cristiana. Vale decir, debemos volver a Cristo y dimensionar la importancia del Bautismo, guiados por su palabra: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Juan 3, 5).
Recuerdo el cuestionador interrogante de un antiguo pastor protestante: «Bautizados, ¿Son ustedes aún cristianos?»
- Homilía del
domingo 8 de enero.
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