Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Cuaresma y llamado a la conversión.
La Cuaresma y el llamado universal a la conversión se interconectan. Porque estamos enlazados en el pecado, debemos sentirnos llamados a unirnos en la conversión.
Todos, sin excepción.
Los santos, a pesar de su dedicación al ejercicio de las virtudes cristianas, se perciben como grandes pecadores. Su acercamiento a Dios les otorga la perspectiva de la enorme pobreza moral que los distancia de la perfección del Padre. No fingen cuando se declaran «pecadores», ni exageran.
El reconocimiento de la distancia existente entre su actual situación y la perfección divina suscita en ellos la humildad, virtud clave que despeja el camino a la santidad.
La exhortación de Jesús así lo confirma: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el Cielo» (Mateo 5, 48).
El ideal del hombre es la perfección del Padre. La perfección de Dios es el Amor. Los hombres deben amarse, como Dios los ama, y así lograr conformarse con su auténtico ideal de vida. No serán dioses pero, se asemejarán a Dios, alcanzando la perfección del Padre que está en el Cielo.
- Las consecuencias indiscriminadas del pecado.
Descendiendo de la especulación doctrinal a la ruda realidad, Jesús manifiesta su gran sentido práctico: «¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera» (Lucas 13, 4-5).
Los diversos infortunios descritos por el Señor revelan las dolorosas consecuencias del pecado, como mal que afecta a todos, sean directamente responsables o no. Así los entiende Jesús y concluye con una severa advertencia: «Si no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
Él mismo, siendo absolutamente inocente, al hacerse hombre, carga con las trágicas consecuencias de los pecados que cometieron, cometen y cometerán todos los seres humanos. Esta verdad, triste y muy dolorosa, debe ser expuesta a todos, quieran oírla o no. - El mal y sus responsables.
Cuando comprobamos la responsabilidad de todos, tanto en el pecado como en la conversión, dejamos de juzgar, aunque advirtamos dónde está el mal y quiénes, ocasionalmente, son sus ejecutores. No se opone a la justicia bien administrada por jueces y fiscales, legítimamente designados.
Respetadas las leyes de los hombres, mientras éstas respeten la Ley de Dios, se contribuirá al establecimiento del auténtico orden social. De otra manera el declive hacia el caos será inevitable.
Lo estamos observando en nuestra exhausta sociedad, maltratada por muchos de sus dirigentes. La situación bélica ocasionada por Rusia en perjuicio del pueblo de Ucrania pone en vilo la paz mundial.
El Papa Francisco, sin dejar de elevar su autorizada voz de condena a la guerra -siempre injusta- causante de la supresión de innumerables vidas inocentes, puso a la Iglesia Católica en estado de penitencia y oración. Agotados los frágiles recursos de la diplomacia y de la política, queda, como única y poderosa instancia, acudir a Dios. Medio comprensible únicamente por los creyentes.
El debilitamiento de la fe, o su pérdida, desconecta de Dios, formal o informalmente, a muchas personas y sectores de la sociedad. El descarte de lo religioso ha laicizado la vida social y, en sus principales expresiones, la ha divorciado de su perspectiva sobrenatural. Observemos su legislación, su investigación científica, su práctica de la docencia y su cultura general.
- La conversión.
El cambio, que necesariamente debe darse en situaciones de crisis, dispone de un sinónimo extraído de la predicación apostólica: conversión.
Radica en una decisión personal que causa un giro de 180 grados y se proyecta en las relaciones interpersonales y en sus principales expresiones. No se la entiende al margen de la historia.
Su cualidad de leer y aplicar los signos corresponde a la presencia de lo divino en lo humano, de la eternidad en lo temporal.
Desde la Encarnación del Hijo de Dios, todo -en ella- obtiene la facultad de expresar y transmitir la presencia y la acción salvadora de Dios. De allí la importancia que tiene lo sacramental en la Iglesia.
Todo lo visible es como sacramento de lo divino. Es un velo, destinado a rasgarse para dejar al descubierto “la realidad consistente”, según la expresión de San John Henry Newman.
Es preciso que consideremos la Cuaresma 2022 como singular ocasión de conversión personal. No sabemos si tendremos otra.
* Homilía del domingo
20 de marzo.
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