Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
El tributo del hombre.
La cuestión que los fariseos proponen a Jesús no es sincera, oculta una trampa. El pueblo de Israel sufre la opresión de los romanos, uno de sus signos es la obligación de pagar el tributo.
Hombres del mismo pueblo constituyen un sector económicamente beneficiado, son los publicanos. La ortodoxia judía los califica: «Pecadores». El pueblo judío siempre se había rebelado contra esos tributos, en favor de los opresores. Lo tenía claro pero, por temor a la dictadura romana, acababa pagando sin chistar.
Los fariseos ponen a Jesús contra la pared y exigen que se defina. Ellos no lo hacen y buscan que alguien con autoridad lo haga por ellos. Saben que una declaración contraria al tributo podría atraerles graves inconvenientes. Pero, en este caso, se les ofrece la oportunidad de desacreditar al envidiado Maestro: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?» (Mateo 22, 16-17).
- La trampa de los fariseos.
Jesús desactiva la trampa, con toda habilidad, y califica severamente a sus mentirosos cuestionadores.
Es preciso desenmascarar a quienes pretenden desacreditar a los buenos y honestos, que los hay. El fariseísmo de entonces se propone destruir a Quien -con sus mismas palabras- es fiel a Dios y no teme la persecución de los poderosos.
La integridad reconocida del Maestro no necesita de diatribas para denunciar el mal y la mentira. No obstante, en circunstancias como ésta, la denuncia encuentra términos precisos: «Hipócritas, ¿Por qué me tienden una trampa?» (Mateo 22, 18). Los desenmascara abiertamente.
Es preciso iluminar la realidad actual con aquel acontecimiento que tuvo a Jesús como protagonista. De esa manera el Evangelio será la Palabra que ilumine e interpele hoy al mundo. Para ello, se requiere que el mismo Jesús, en sus fieles seguidores, formule la misma advertencia y ofrezca la propuesta oportuna, de parte de su Padre. Nuestros contemporáneos lo necesitan -aún sin expresarlo- de la Iglesia, de los bautizados y de sus Pastores.
- La voz de Jesús y la misión de los ministros sagrados.
Un llamado a la responsabilidad ministerial. Es grave esa responsabilidad y compromete las energías y la vida de quienes han sido constituidos en ministros sagrados. En ellos está la gracia y la carga. No podemos ocultarlo o diluirlo en otras actividades de orden mundano.
El Pastor que no apacienta, como lo hace Cristo, dedicado a las necesidades trascendentes de los hombres y ofreciendo su vida, en esa inigualable empresa, descalifica su específica actividad pastoral. San Agustín lo reflexiona extensamente.
El Señor no elude la malintencionada consulta farisaica. Lo hace manifestando una habilidad dialéctica sorprendente: «Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto. Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: ¿De quién esta figura y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Jesús les dijo: Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22, 19-21).
Responde, sin comprometer su opinión en favor del César, tampoco en su contra. Pone las cosas en su lugar. Tendrán ellos que descubrir la verdad.
El César es una criatura de Dios, lo quiera o no, y Dios es el Señor que trasciende la frágil perspectiva humana del César.
- A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.
No es fácil mantener distancia de los asuntos temporales sin caer en el error de tratar los asuntos de Dios como extraños al mundo. Se requiere disponer de una clara visión de ambas realidades, necesariamente relacionadas, sin confundirlas. Jesús sabe distinguirlas, de manera magistral, y su respuesta enseña a lograrlo.
Lo que al César se refiere pertenece y responde a los códigos políticos y sociales establecidos por él, de su propia invención. Lo que pertenece a Dios no puede equipararse con lo que pertenece al César. Existe una distancia cualitativa innegable. Dios es Dios y el César no es más que una criatura de Dios.
Es preciso trasladar esta verdad a nuestra realidad temporal. Prescindir de Dios es una insensatez y confundirlo con imágenes y conceptos puramente culturales es una locura. «Den a Dios lo que es de Dios» supone que se da al César lo que es del César.
* Homilía del
domingo 22 de octubre.
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