Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
La universalidad del amor de Dios.
Hoy debemos introducirnos en lo más hondo del Misterio de Dios: la Santísima Trinidad.
Dios nos amó de tal modo que nos dio a su Hijo unigénito para que seamos su imagen.
Nos resulta imposible lograrlo si no lo vemos realizado en su Hijo encarnado. Él es nuestro único modelo de vida. La Encarnación es la conmovedora expresión del amor de Dios por nosotros: «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Juan 3, 16).
Cuando Juan utiliza el término «mundo» indica el amor universal de Dios. Nadie queda al margen del Amor divino. Gratuito y, por lo tanto, no merecido. Somos, desde nuestra creación, don divino, regalo impensado, de ninguna manera retribución o recompensa. Queda más de manifiesto esa gratuidad en la gesta de la Redención, ejecutada por Cristo. Tampoco somos pordioseros sin dignidad. Cristo nos ha hecho merecedores de la predilección del Padre, y de la acción artesanal del Espíritu Santo.
- El Bautismo nos familiariza con la Trinidad.
San Juan lo aclara: «Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Juan 3, 17).
En el Bautismo hemos sido familiarizados con la Trinidad, gracias al Misterio de la Pascua, de allí la fórmula trinitaria en la celebración del primer Sacramento.
Nos persignamos invocando a la Trinidad, recibimos la bendición en Nombre de la Trinidad. Es preciso que sea nuestra principal devoción. ¿Lo es?
El texto bíblico de la creación de la pareja humana es por demás significativo: «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer» (Génesis 1, 27). En este sublime Misterio está fundada la institución del matrimonio y de la familia. Por ello, Jesús reivindica su indisolubilidad y trascendencia.
Es trágico violar el propósito del Creador.
El ser humano contemporáneo comete un error incalificable al pretender «reinventarse» eliminando esa institución original, remplazándola por otra de su caprichosa invención. Se lo llama «matrimonio igualitario» al legislar la unión homosexual como natural opción.
La Iglesia, en la enseñanza de San Pablo, es imagen de la Familia trinitaria y el matrimonio heterosexual es su «Gran Sacramento».
- La sacramentalidad del matrimonio.
El amor de Dios por sus hijos se hace sacramento, signo de la Verdad significada.
El creador de los sacramentos es Cristo; San Pablo, cuando habla del matrimonio, lo define como gran sacramento: «Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo… Este es un gran misterio y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia» (Efesios 5, 29-32).
La sacramentalidad del matrimonio cristiano hace que quienes se aman constituyan la expresión del amor que Cristo tiene por su Iglesia, o que Dios tiene por la humanidad. Con ocasión de esta Solemnidad, es oportuno que nos refiramos al matrimonio, instituido por Dios al crear la pareja humana.
Dios es amor, es relación entre las Personas divinas, es Familia, y así se presenta como causa y modelo de toda familia humana. Así Cristo nos lo revela. Este Misterio busca expresarse en quienes han celebrado el Sacramento del Matrimonio. Lo hace en las castas relaciones de los esposos y en su providencial capacidad de crear una auténtica familia.
La oportunidad de vivir este misterio no puede ser mejor. Se ha producido un deterioro alarmante, por negación o por deformación.
- Poner en cuestión la incredulidad imperante.
Está en nuestras manos detener el deterioro y lograr que la pareja humana sea imagen de la Trinidad. Para ello se nos exige dar lugar a Dios en nuestra vida o redescubrir la originalidad de la creación del hombre «varón y mujer».
La elección para ser imagen de Dios, no es resultado de una teoría teológica. La fe nos ofrece reconocer como verdad el relato del Génesis 1, 27.
Mientras no pongamos en cuestión la incredulidad imperante, no avanzaremos un ápice. Se considera al agnosticismo como una opción natural. No lo es. No se entiende que una cuestión tan crucial para la existencia humana, como es el misterio de la vida, sea irresponsablemente desatendida o traicionada.
- Homilía del
domingo 4 de junio
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