Por Roberto Cachanosky
El porcentaje de gente que está en la pobreza en Argentina se estima, en forma sistemática y a nivel nacional, a partir de 2016. Antes sólo se medía para Capital Federal y el Gran Buenos Aires y con anterioridad hubo relevamientos esporádicos.
Por ejemplo, en 1974 se estimó que la pobreza llegaba al 3,8 por ciento de la población. En 1980 llegó al 8 por ciento, en 1985 al 16 por ciento y recién aparece una serie constante a partir de 1988, salvo el período en que el kirchernismo quiso esconder la pobreza que había generado, argumentando que publicar la tasa de pobreza era estigmatizar a los pobres. De manera que decidieron esconder los datos para no tener que reconocer que habían hecho un verdadero destrozo social.
En rigor, se destruyeron todos los índices del Indec, porque también hubo manipulaciones en el IPC, el PBI y otros indicadores, una forma de romper el termómetro de la economía para ocultar que la fiebre estaba subiendo.
De todas formas, tomando la serie histórica de empalme de la pobreza según el Indec que elaboró el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, se puede ver que la explosión más violenta de la pobreza se produjo con la salida de la convertibilidad.
La improvisación con que actuó el gobierno de Eduardo Duhalde para salir de la convertibilidad y el salto inflacionario de ese momento llevó la pobreza al 55,3 por ciento de la población. Tasa que luego fue disminuyendo en la medida que iba reduciéndose la tasa de inflación.
La pobreza del segundo semestre de 2022 alcanzó el nivel de 1989, cuando se produjo la hiperinflación, al margen del pico máximo de la serie en la salida de la convertibilidad. Es decir, un nivel de deterioro inédito en las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto.
El dato relevante es que la pobreza crece, al igual que la indigencia, a pesar de tener un «estado benefactor» que crece más rápido. Si se miran los datos de gasto social consolidado, es decir sumando nación, provincias y municipios, que incluye jubilaciones, educación, salud, planes sociales, etc. Se ve que, en 1983, año en que volvió la democracia, representaba el 11,4 por ciento del PBI y en 2021 llegó al 29,1 por ciento del PBI. Y, sin embargo, la pobreza no paró de crecer.
Son varios los factores que pueden explicar el aumento de la pobreza, pero claramente los políticos se arrogaron el monopolio de la solidaridad, y para eso «mataron» al sector privado con impuestos para redistribuir el ingreso.
Obviamente que pueden mencionarse varios factores de carácter económico, como la falta de inversiones que generen puestos de trabajo y mayor productividad para aumentar los salarios reales; la emisión monetaria que genera inflación y destruye los ingresos reales; la carga impositiva que hace inviable las inversiones productivas; la sistemática confiscación de ahorros que hizo el estado (plan Bonex 89, corralito, corralón, pesificación asimétrica, estatización de los fondos depositados en las Afjp) y tantos otras violaciones de la propiedad privada.
La pregunta que hay que formularse es: ¿por qué se adoptaron semejantes disparates económicos? Y ahí la respuesta tiene que ver con la cultura de la dádiva que nace de meterle en la cabeza de la gente que la riqueza de unos genera la pobreza de los otros.
En otros términos, unos son pobres porque otros son ricos. Si a los chicos se les inculca este tipo de argumentos desde que van al colegio, el resultado final va a ser que van a votar a todos aquellos populistas que prometen hacer «justicia social» quitándole a unos para darle a otros.
Se generó una sociedad de envidiosos del éxito de aquellos que trabajan, se esfuerzan, arriesgan y progresan. Las personas exitosas en Argentina, por producir algo que sus semejantes necesitan, son vistas como sospechosas.
Basta recordar el gracioso, pero errado chiste de Mafalda que decía: «Nadie amasa una gran fortuna sin hacer harina a los demás». Quino pone en boca de Mafalda, personaje del que disfrutamos generaciones, una frase que parte del supuesto que sólo se puede ganar dinero estafando, robando o explotando a los demás. No cabe, en la concepción de esa frase, la posibilidad de que alguien gane plata porque produce algo en la calidad y al precio que otros necesitan.
Una sociedad que forma sus valores y reglas de juego en base a la envidia hacia el exitoso va a terminar eligiendo políticos que castiguen al exitoso y eso se va traducir en políticas públicas que espanten la inversión, con lo cual cada vez habrá más impuestos, menos puestos de trabajo, menor productividad y salarios reales tan bajos que la pobreza dominará el panorama social.
En definitiva, el problema de la pobreza, si bien tiene sus raíces en groseros errores de política económica, su última explicación es un problema de valores, en particular en muchos de la dirigencia política que tanto odia a los que son exitosos porque se esforzaron, salvo ellos que viven como verdaderos monarcas.
Mientras ser exitoso en Argentina sea mal visto, la pobreza seguirá creciendo. No hay forma de cambiar esta creciente pauperización si no es cambiando la cultura de la dádiva por la cultura del trabajo. O, dejar de envidiar al exitoso y empezar a trabajar para superarlo.
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