La Corte Suprema y las jubilaciones dominan la escena
VA POR TRES AÑOS MÁS. Para disgusto del Gobierno y del universo K, el presidente de la Corte Suprema, Oscar Rosatti será elegido, por tres votos contra uno, para seguir al frente por un nuevo periodo. El fin de su nuevo mandato coincidirá con el del Jefe de Estado, aunque Milei preferiría que, en la poltrona mayor de la mesa decagonal del cuarto piso del Palacio de los Tribunales, vuelva a estar Ricardo Lorenzetti, quien, desde que fue eyectado del cargo (por un golpe palaciego de los que se acostumbran en la Corte) nunca dejó de operar para volver. Ya en tiempos del menemismo fue el dos veces Presidente de la Corte, Enrique Santiago Petracchi, quien cruzó a Carlos Menem, que había anunciado la incorporación del destacado constitucionalista Horacio Oyhanarte, a quien el ex Presidente quería asumiera la titularidad del alto Tribunal. A la postre, Oyhanarte, que ya había sido ministro durante el gobierno de Arturo Frondizi, integrando la Corte más prestigiosa que se conoció y que había asumido como el ministro más joven, con solo 37 años, terminó declinando el ofrecimiento presidencial.
El Presidente controla el centro del ring sin resignar la iniciativa, mientras a la oposición le cuesta seguir el ritmo. En las últimas horas, sacó un DNU estableciendo la progresión del aumento a los jubilados. Lo hizo en medio de negociaciones fallidas con los bloques y a pesar que, horas antes, había expresado que no lo haría por decreto. Invocó la urgencia de dar una solución, algo que no deja de ser cierto. Los tiempos de la política no son los de la gente. Las idas y vueltas sorprenden, desconciertan, pero marcan un estilo al que pareciera habrá que acostumbrarse, aunque la Vicepresidente volvió a marcarle la cancha a su coequiper que, rápido de reflejos, «arrolló el lazo». A esta altura, lo que menos quiere es que sus diferencias, claras y visibles con Villarruel, se potencien hacia afuera. En el medio, «la polvareda» por la propuesta de dos jueces para completar el más alto Tribunal del país. La misma deja afuera a las mujeres en un lugar en el que, hasta hace poco, tenían dos juezas. El tema es que la decisión queda en manos del Senado, donde la representación femenina es del 46%. La posibilidad de alcanzar los dos tercios parece distante y no sólo por el tema candente de la paridad de género. Priman las desconfianzas y se hacen más que difíciles los acuerdos políticos para llegar a la mayoría calificada que se necesita.
El Presidente sigue conservando la iniciativa en todos los frentes, mientras la oposición y los llamados aliados dialoguistas no logran seguirle el ritmo con la variedad de temas que introduce en la agenda política. Abre, permanentemente, nuevas polémicas con una velocidad que sorprende y desconcierta. Lo cierto es que con cada movida altera más el tablero de un escenario cambiante que muestra, como nunca antes, una fragmentación política que se manifiesta tanto en ambas cámaras del Congreso de la Nación, como en el seno de los partidos y de los frentes. Nada ha quedado, en realidad, de lo que fue el escenario de las Primarias y luego de la primera vuelta electoral. Cada espacio ha sufrido mutaciones inimaginables seis meses atrás. El libro de pases sigue abierto, con un oficialismo al que no le tiembla el pulso a la hora de sumar voluntades, particularmente en la Cámara baja, donde es cierto que atraviesa una interna, por momentos descarnada, pero que sigue sumando sobre la dotación inicial. Ya son 41 los diputados de La Libertad Avanza. De hecho, pasó a ser el segundo bloque, superando al PRO como a la UCR, mientras tiene avanzado el proceso de coaptación de legisladores de dos provincias de Unión por la Patria. Amén de ello, pudo lograr que tres diputados del PJ tucumano pasaran a ser enteramente funcionales al oficialismo nacional de la mano del gobernador Jaldo, una de las provincias más favorecidas por el poder central.
LA UCR SIGUE «EN TERAPIA»
La voltereta del senador Martín Lousteau ha causado «un cimbronazo» en el partido de Alem, que recién comienza a ver que una cosa es un dirigente para la marquesina y otro el que, con trayectoria, prestigio, organicidad y predicamento puede ordenar una tropa que venía ya conflictuada a partir de la presidencia de un Gerardo Morales históricamente operador de Massa, y luego del kirchnerismo. El voto de Lousteau, alineado a los K, terminó siendo su Waterloo. Una hipoteca difícil de levantar para quien venía «siendo cascoteado» y al que le costaba mucho sacudirse el estigma de su paso por el kirchnerismo con la autoría de la resolución 125, algo que recurrentemente le enrostran, ahora, con mayor razón, cuando votó en contra de su propio partido y de su bloque. El radicalismo tiene por delante superar «el efecto Lousteau», más allá de que tiene otro cabo suelto que se llama «los hermanos Manes». A uno de ellos se le dio, nada menos, que la Presidencia de la Convención Nacional, algo tan incompresible como lo fue investir en la jefatura del Comité Nacional a un recién llegado, con más rulos que pergaminos. Errores que no son políticos, que, por sí, prescriben, sino que son históricos y, como tales, se pagan. En este contexto, la coyuntura que enfrentan los cinco gobernadores del radicalismo que lidian con las realidades del día a día, que no terminan de entender a Milei y que luchan contra la incomprensión de sus propios legisladores y de un partido que no los contiene, con la preocupación que les genera el calendario electoral. Antes de 2027 está 2025, tan lejos y tan cerca a la vez, con una perspectiva preocupante como lo es la alianza que, se descarta, concretarán los libertarios con el macrismo. En la otra vereda, el justicialismo, como cabeza de un frente que volverá a cambiar de denominación. Y un tercer espacio que está en pañales, con figuras sueltas con mucha prensa, pocos votos y que, a la hora de la verdad, le quedan pocas opciones. ¿Qué harán en este marco los cordobeses, que tienen votos y no pocos? Hoy por hoy es un enigma, más allá de que para 2027, está claro que harán bailar su propio trompo con la mira puesta en la Presidencia de la Nación: Miguel Pichetto, «Lilita» Carrió, Margarita Stolbizer, Emilio Monzó, Nicolas Massot. Figuritas sueltas a las que, en términos electorales, les cuesta ubicarse en una oferta electoral potente. Como habitualmente se dice, muchos caciques, pocos indios.
MACRI RECUPERA CENTRALIDAD
Con un pie en el avión, el ex Presidente logró, antes, enhebrar un acuerdo interno que lo reposiciona como la cabeza visible, en términos institucionales, del PRO. No fue fácil. Le costó la negociación con Patricia Bullrich quien, en realidad, ya está más con Milei que en el partido. También debió resignarse a que su delfín, Horacio Rodríguez Larreta, se mantenga al margen, sin sumarse ni tampoco irse. El ex Jefe de Gobierno porteño apuesta a su segundo tiempo. No tiene fe en el éxito de Milei y menos en la conveniencia de un acercamiento con La Libertad Avanza. Queda como la reserva del PRO. Macri, no es un secreto, apuesta a que los vientos cambien y a que las encuestas vuelvan a sonreírle. Para eso quiere tener poder de fuego desde un posicionamiento institucional, con la banca que le da el control del principal bastión del PRO, que es la Ciudad Autónoma en manos del primo Jorge. A su regreso, apuesta a ir avanzando en el siempre complicado diálogo con un Milei del cual lo separan las recurrentes operaciones en su contra, tanto de Nicolás Posse como de Santiago Caputo, dos de los integrantes de la mesa chica que no lo quieren demasiado cerca. Lo cierto es que ambos, Milei y Macri, se desconfían. En el caso del Presidente, no está dispuesto a darle «un tranco de pollo» ni a permitir que se crea que hay un doble comando, derecho a veto o derecho a ubicar nombres de manera directa. Milei, cuando incorpora macristas prefiere hacerlo «puenteándolo» al ex Presidente. Los libertarios presumen: «Los votos del macrismo ya los tenemos». Dirigentes del PRO hacen cola para sumarse. Patricia es más mileisista que el propio Milei, algo que pareciera nunca el Presidente va a lograr de Victoria Villarruel, cuya figura no para de crecer no sólo en imagen, sino en círculos del poder político, económico y mediático.
VICTORIA, CON JUEGO PROPIO
El Presidente intentó hacer, con su Vicepresidente, lo mismo que con otros. A esta altura, Milei ya tiene en claro que deberá «bajar un cambio» y, de hecho, así ha actuado -en los últimos días- luego de tomar prolija nota de las definiciones de muy alto voltaje de su número dos en las que le marcó la cancha de manera muy clara, más allá de que haya tenido la diplomacia de revalidar la lealtad y la defensa del proyecto. La Vicepresidente no está «a tiro de decreto». No es de callarse y mantiene sus posiciones «a pie juntillas». Está claro que es la única dirigente que ha sido capaz de poner en caja al primer mandatario, quien no ha dudado en dar señales muy fuertes para bajar la tensión e incluso indicar -de manera inequívoca- que nadie salga a cuestionar sus posiciones, muchas de ellas, en abierta contraposición a las líneas trazadas públicamente por el Presidente. Villarruel se ha mantenido en que no considera desacertado el haber llamado a sesión especial para analizar el DNU, aun sabiendo la posición en contrario de la Casa Rosada. La Vice ha sido inequívocamente clara al cuestionar la propuesta de Ariel Lijo. En primer término, remarcó que el lugar de Elena Highton correspondía fuera ocupado por una mujer y, en segundo término, puso en duda el acierto en el nombre, recordando que no le quedó un buen concepto sobre el Juez por la intervención que le cupo en la causa por la muerte de Ignacio Rucci. También, reivindicó a los senadores en orden a las dietas, considerando un error la posición de Milei de cuestionar los montos. Y tampoco se privó de considerar un error la convocatoria a las fuerzas armadas para la lucha contra el narcotráfico. Expresó su disgusto con el hecho de que no se cumplió el compromiso de darle la supervisión de las áreas de Defensa ni de Seguridad. Marcó sus reservas hacia Patricia Bullrich. Las diferencias son tan claras como públicas. Aun así, ambos, Villarruel y Milei, parecen contestes en la necesidad de seguir tirando juntos, sólo que cada uno lo hará a su modo, con esferas de acción y decisión muy marcadas.
¿Y EL PJ?
El peronismo asumió la decisión, por un lado, de correrlo a Alberto de la Presidencia del partido. Por otro, abrir el debate interno y la autocrítica, así como avanzar en un proceso de normalización para tener una conducción legitimada y representativa que actualmente no existe. El tiempo dirá si se logra avanzar para recomponer el principio de autoridad y el funcionamiento orgánico que hace tiempo el justicialismo no tiene. El Congreso de Ferro del último viernes pareció ser el principio de un nuevo tiempo. Hay que procesar el tenor de lo que se dijo. Las presencias y, sobre todo, las ausencias. Así como el hecho claro de que Sergio Massa seguirá haciendo la propia, más allá de que su poder de fuego, conforme a lo que se vio en Parque Norte, no le permite nuevas aventuras. Lo que está claro es que, en lo inmediato, en una elección de medio tiempo, el Frente Renovador deberá hacer bailar su propio trompo. En el peronismo, por lo que se vio, la alianza será hacia adentro, para contener a los distintos espacios.
UNA TRANSICIÓN «SIN CABEZA»
Alberto Fernández fue corrido, pero no desplazado. Ello porque no hay, de momento, nadie con peso propio como para asumir la delicada tarea de conducir el proceso de renovación que necesita el peronismo luego de la peor derrota electoral de su historia. A la postre, son todos responsables, los que estaban en la cabecera, de haber encumbrado a Alberto en la Presidencia del partido. Algo tan absurdo como lo sucedido en el radicalismo, otra fuerza con historia en la que, de la noche a la mañana pusieron a un «out sider» sin pergaminos en la cabeza del Comité Nacional, donde brillaron, en otros tiempos, destacadas personalidades. Las afinidades son evidentes. Alberto era, hasta el momento de ser designado al frente del PJ nacional, el principal referente de otro espacio político llamado Parte y no había tenido, nunca, una participación mínimamente preponderante en el ámbito del justicialismo capitalino. Al momento de su mágico encumbramiento sólo hubo la voz disonante de un ex Diputado nacional por Corrientes que se opuso y anticipó el error que se cometería. Los propios peronistas correntinos lo comprobaron días después, cuando llegó a Yapeyú en el marco de una reunión institucional con los gobernadores del Norte Grande. Allí mostró que no era un hombre de partido, sin el respeto mínimo hacia una dirigencia y militancia del peronismo a la que dejó al sol, en el descampado, sin tener el gesto de dedicarle unos minutos. No fue sino la primera muestra hacia el PJ de la Provincia y hacia los correntinos en general, a los que discriminó durante los cuatro años de gestión. El peronismo vivió otro tiempo complicado sí. Fue el que sucedió a la derrota de la fórmula Luder-Bittel, en el 83, en manos de Raúl Alfonsín. La diferencia fue que, entonces, había dirigentes de talla formados en la lucha militante, con claros conceptos de lo que debe ser un partido nacional y un funcionamiento orgánico. Antonio Cafiero, José Manuel de la Sota, Carlos Grosso y hasta el propio Carlos Menem representaban lo que dio en llamarse «la renovación». Eran otros tiempos. El fin del proceso militar produjo un reverdecer de las sanas prácticas democráticas con un pueblo movilizado que buscaba su destino y con dirigentes a la altura de las circunstancias que abrían un Norte de esperanza. Hoy le toca al peronismo interpretar los nuevos tiempos, tanto en el discurso como en la acción, pero, antes que nada, entender que debe reconciliarse con un pueblo que le dio la espalda. Para ello se torna necesario volver a las fuentes y recrear las prácticas democráticas, abiertas y participativas, que posibilitaron, merced a una interna nacional, la única que tuvo el peronismo, elegir a sus candidatos. El 2 de julio de 1988, la fórmula Menem-Duhalde se impuso en todo el país a Cafiero-de la Sota, quienes eran claramente los favoritos, como que eran apoyados por todos los gobernadores, con excepción de La Rioja y Catamarca, y por casi todos los intendentes con honrosas excepciones. Una altísima participación popular, una movilización sorprendente y un resultado que lo decía todo: 52 a 48 por ciento, todo coronado por la actitud ejemplar de los derrotados que, rápidamente, reconocieron el triunfo del riojano y cerraron filas con quien -ni lerdo, ni perezoso- les abrió las puertas para integrar los cuadros de Gobierno con personas de talento como Carlos Corach, que cuidaba la firma de nuevo presidente. José Luis Manzano, promovido a la jefatura del bloque de Diputados nacionales; De la Sota, designado embajador en Brasil; con un Antonio Cafiero, que siguió por un tiempo al frente de un Consejo Nacional que funcionaba orgánicamente, con reuniones semanales, cada miércoles, en el primer piso de la avenida Callao, casi Santa Fe. Hoy le cabe al justicialismo la responsabilidad de asumir que es un partido nacional y no una confederación de cacicazgos provinciales, donde cada uno hace su juego, alambrando sus provincias y rascándose para adentro. Sí, sorprende que se haya catapultado a la presidencia del PJ nacional a un hombre sin antecedentes, militancia ni pergaminos que era parte de otro partido como Alberto Fernández. También debe llamar a la reflexión que para nada menos que la cabeza de la fórmula presidencial, se haya optado por un hombre también de otro partido, el Frente Renovador, como si el justicialismo no pudiera sostener un candidato propio. La opción es clara. El PJ es, y deberá ser siempre, la cabeza de cualquier frente electoral, acorde a su política frentista, pero nunca debiera siquiera analizarse la posibilidad de resignar la responsabilidad de ser la cabeza de una propuesta electoral en la que se juega su destino. La derrota de Sergio Massa, exponente de otro espacio, fue interpretada, no sin razón, como la derrota del peronismo, la peor en sus casi 80 años de existencia. Un punto de partida para el análisis del tiempo que se viene, que no exime de la autocrítica descarnada y necesaria para no cometer los mismos errores. Lo propio cabe para el peronismo del Chaco. Más para el de Corrientes que, el año venidero vota Gobernador, la única provincia junto a Santiago del Estero. El justicialismo de Corrientes camina hacia su normalización, a fines de año, como lo anticipó este medio hace tiempo. Algunas definiciones asoman y parecieran ser saludables. La normalización se hará, exclusivamente, con la participación de sus afiliados, diferenciando claramente los que han sido y podrían llegar a volver a ser sus aliados. Ellos deberán encarar sus propias internas. Y pareciera claro que hay consenso en que el justicialismo irá por el premio mayor, descartando ser «cola de ratón» y resguardando, como no ha ocurrido la última vez, las cabezas de lista, siendo exigente en la conformación del resto de la grilla.
LA CORTE SUPREMA, UNA PELEA EN LA QUE MILEI LLEVA LAS DE PERDER
En el 94, los máximos líderes, Carlos Menem y Raúl Alfonsín, gestores de lo que dio en llamarse «el núcleo de coincidencias básicas», tras el cual estuvieron -por ambos lados- dos personajes centrales, como lo fueron Enrique «Coti» Nosiglia y Luis Barrionuevo, en una historia nunca contada, acordaron ubicar un ministro cada uno en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por entonces con nueve miembros. Dicho acuerdo debía plasmarse con la salida anticipada de los ministros Ricardo Levene, por entonces presidente de la Corte y Carlos Fayt. Para ello acordaron introducir una cláusula que establecía un tope de 75 años para ser ministro del alto Tribunal, esto implicaba la eyección automática de los dos ministros que, para entonces, superaban ese tope. El acuerdo, urdido en las sombras por Menem y Alfonsín, se cayó en pleno debate, cuando un convencional nacional por Corrientes anticipó su voto en contra, señalando que la Corte no podía «ser moneda de cambio de acuerdos políticos». Ello originó un acalorado debate en el cual quedó al desnudo la trama del recambio pactado. Luego de fuertes intervenciones de convencionales de distintas bancadas, Carlos Corach pidió un cuarto intermedio que, concedido por el pleno de la Convención, concluyó con una declaración conjunta de los presidentes de bloque de las bancadas mayoritarias, estos fueron el propio Corach y Raúl Alfonsín, que dejaron en claro que la reforma regiría para el futuro, por lo cual los jueces, por entonces en funciones, no quedaban alcanzados. Así fue que Levene y Fayt siguieron, como también Enrique Petracchi, cuando cumplió los 75. Ahora, una vez más, la integración de la Corte Suprema quedó en la vidriera. No es tarea de improvisados. Hoy, funciona con cuatro miembros. En realidad, desde 2021. Y, a partir de diciembre, quedará reducida a tres, con la renuncia de Juan Carlos Maqueda, que llega a los 75 años. Esta Corte tuvo, hasta no hace mucho, dos ministras, Carmen Argibay y Estela Highton. En este marco, pareciera lógico el reclamo que, en verdad, no debiera haber existido en cuanto a que es obvio que debe haber un equilibrio no sólo en lo que hace al género, sino a su composición por materias y por zonas geográficas del país. En la actualidad, hay cuatro varones. Si se diera lo anunciado, se pasaría a tener cinco hombres y ninguna representante femenina. Por el contrario, si los dos nuevos integrantes fueran mujeres se pasaría «a un tres a dos», dándose entonces que en los espacios de Argibay y Highton serían respetados la participación del género. La definición y la responsabilidad ya no pasa por Milei. Él se ha limitado a proponer. Lo hizo con parámetros que generan controversia. La «mbopa» ha quedado por las mujeres del Senado. Representan el 46 por ciento del total del cuerpo. Ellas, que llegaron por la vigencia de la ley de paridad, deberán mostrar hasta qué punto son consecuentes entre sí. Todo indica que, en esto, habrá una posición transversal que atravesará los distintos espacios políticos. No hay que olvidarse que, en sus respectivas provincias, el voto de la mujer es mayoritario. En este marco y más allá de otras desconfianzas propias de lo complejo, así como lo trascendente del tema, la posibilidad de alcanzar los dos tercios pareciera remota. La lógica indica que la Corte Suprema, tal como lo anticipó este medio en 2021, cuando salió por la puerta de atrás la ministra Highton, recién se completará con sus cinco miembros en el primer semestre de 2025, cuando se pongan sobre la mesa de negociación las dos vacantes en el alto Tribunal y el cargo de Procurador General de la Nación, tanto más importante que el de Ministro de la Corte. Sólo así se podrá llegar a anudar un acuerdo que garantice los dos tercios necesarios para convalidar la propuesta del Poder Ejecutivo. En el medio, la elección del nuevo Presidente. En septiembre o la primera semana de octubre. El actual titular será reelecto por otros tres años, por tres votos contra uno. El fin de su mandato coincidirá casi con el de Javier Milei. A la postre, la política es el arte de lo posible. Nadie descubre la pólvora.