Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia.
El valor de la Cuaresma.
Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma. Un tiempo fuerte que conduce a la práctica de la fe y prepara la celebración de los principales misterios de nuestro Credo.
La Iglesia nos introduce en su memoria, reproduciéndolos sacramentalmente, para hacernos hoy partícipes de los mismos. En años sucesivos nos hemos detenido para reflexionar el texto de San Mateo, en el que se nos narra las misteriosas e inexplicables tentaciones del desierto.
El Verbo divino, al someterse a la condición humana, excluido el pecado, es interceptado por el demonio. La humildad toca los límites de su acercamiento a cada persona humana.
Parece que Dios ocultó al demonio la identidad divina de su Hijo encarnado. Por ello el enemigo se atreve a tentar a Jesús, hambriento y cansado. ¡Qué ejemplo nos ofrece al destruir las argucias demoníacas! Si Él no quiso eximirse de los ataques que padecemos todos, nos ha mostrado cómo debemos proceder en similares circunstancias.
- El tentador vencido.
La Palabra de Dios sostiene, con su poder, la personal decisión de optar por el Padre. A cada tentación, Jesús manifiesta en qué apoya su fidelidad: «Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
Y el tentador, acercándose le dijo: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.
Jesús le respondió: Está escrito El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». (Mateo 4, 2-4).
Las diversas tentaciones, unas más atrevidas que otras, son respondidas con la misma fundamentación bíblica. Indica la opción humana de Jesús por su Padre, Quién, como a hombre verdadero, le expresa su voluntad en la Escritura Santa.
Durante este tiempo, se nos ofrece la posibilidad de revisar nuestra vida de fe, continuamente asediada por las mismas tentaciones diabólicas.
Nuestra opción por Dios quizás se encuentre debilitada por la mediocridad que campea en los diversos ámbitos de nuestra sociedad, teóricamente cristiana. La Cuaresma nos invita a una renovación profunda de nuestra opción por Dios. Para ello nos ofrece la Palabra de Dios y la gracia de los sacramentos.
Los confesores se encuentran con un estado de fragilidad que se expresa en la reiteración de algunos pecados.
- Creer es optar por Dios.
La decidida opción por Dios responde a la esencia misma de la fe. Si no se da un amor a Dios que comprometa realmente la vida, es imposible la observancia de los mandamientos divinos.
La causa de la reiteración de los pecados es la fragilidad o ausencia del amor a Dios. En un examen sincero de conciencia, nos es posible identificar la causa de los pecados denunciados por nuestra conciencia. Me refiero a la falta del amor a Dios.
La inquebrantable decisión de no ceder a las diversas tentaciones, procede del amor que Jesús profesa a su Padre: «Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto» (Mateo 4, 10). He aquí el secreto para ser fieles a los mandamientos.
El tiempo de Cuaresma constituye la ocasión para renovar nuestro amor al Padre y, por tanto, para serle fiel hasta la muerte. Por ello, la Liturgia de la Semana Santa nos permite comprobar hasta qué grado nos ama Dios.
La crucifixión ablanda los corazones más endurecidos. Es preciso representarla en todo su realismo.
Muchos hombres y mujeres se dejaron enternecer por el espectáculo doloroso de la Pasión y cambiaron de vida.
- Cuaresma y gracia que posibilita la fidelidad.
El tiempo de Cuaresma no facilita la fidelidad a Dios, la posibilita. Allí se dispensa la gracia, son ilustradas las mentes más preciadas de sí y construye una vida auténticamente virtuosa.
No aparece así en las expresiones principales de la sociedad contemporánea. Y ¡cuán necesaria es una dirigencia virtuosa, ante conflictos que únicamente se resuelven con humildad y honestidad! La formación filosófica y técnica no basta para llevar a cabo un proceso que conduzca al éxito político y empresarial deseado.
Esto suena a una quimera inspirada por teorías ingenuas e inalcanzables. Dios no exige lo imposible, hace que sea posible.
Para ello, se requieren corazones dóciles y confiados en la gracia divina. Para lograrlo, la Iglesia celebra la Cuaresma.
*Homilía del domingo 26 de febrero.
.