Este martes 11, memoria litúrgica del Papa San Juan XXIII, el obispo de la Diócesis de Goya, monseñor Adolfo Ramón Canecín, presidirá una misa en la parroquia Nuestra Señora del Pilar, de Curuzú Cuatiá, la que además mañana celebra su fiesta patronal, con motivo del 60º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, motivo por el cual alentó a los sacerdotes, diáconos y religiosas a preparar una celebración en acción de gracias en sus comunidades.
El 21º Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica fue la mayor reunión de cualquier concilio en su historia, como también fue el primero verdaderamente universal de la Iglesia, el que se reunió en cuatro sesiones generales entre 1962 y 1965.
En tres años, los obispos publicaron muchos documentos sobre diferentes aspectos de la vida eclesial en el Siglo XX y los resultados de la monumental asamblea influyen en el modo en que los católicos viven y celebran hoy en día su fe en la pertenencia a la comunidad de creyentes fundada por Jesús.
El Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II junto con más de 2.500 obispos de todo el mundo, entre ellos, el primer obispo de Goya, monseñor Alberto Pascual Devoto.
Cuando comenzó, al Papa ya le habían diagnosticado un cáncer de estómago y le dijo a un amigo: «Al menos he lanzado este gran barco; otros tendrán que llevarlo a puerto».
El Concilio Vaticano II es el responsable, en muchos sentidos, de la formación de la Iglesia Católica moderna y su relación con el mundo.
El actual Pontífice, Francisco, ha convocado a un Proyecto de Sinodalidad, que se remonta precisamente al Vaticano II de Juan XXIII y que continuó hasta su finalización el Papa Pablo VI, también actualmente santo, proyecto que comparte conexiones e implicaciones para la Iglesia en el futuro y es un Sínodo que incluye a todos los miembros de la Iglesia.
El 60º aniversario de la apertura de ese Concilio, que fue el último hasta ahora, es una oportunidad para reflexionar sobre las formas en que su legado seguirá guiando a la Iglesia y a la fe en el futuro, después de estos dos mil años de su existencia tras su nacimiento en Pentecostés, es decir, con la venida del Espíritu Santo en Jerusalén.
Se pretendió que fuera una puesta al día o la «actualización» (aggiornamento) de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma de todas sus actividades. Pretendió proporcionar una apertura de diálogo con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con un nuevo lenguaje conciliatorio frente a los problemas actuales y antiguos.
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