En el recitado de la canción Lunita del Taragüí, de Mario del Tránsito Cocomarola, casi pasa desapercibida una referencia a unos personajes peculiares que aparecen en mitos y leyendas de todo el mundo. «Brujas en fila parecen de noche los naranjales», decía el autor haciendo una relación entre estas mujeres fantásticas y el paisaje correntino. Sin embargo, el relato de una pobladora de San Miguel, rescatado en un libro publicado en 1984, asegura que en un campo de esa localidad, había noches en las que se escuchaban la música y los cantos propios de un aquelarre.
El registro aparece en Cuentos y leyendas populares de la Argentina, autoría de Berta Vidal de Battini, una de las mayores estudiosas del folclore los dialectos del país. Allí, en un apartado en el que recoge los testimonios de distintos lugares del país sobre las salamancas, transcribió el relato de Laura Romero, una lugareña de San Miguel a la que entrevistó en 1959, cuando la mujer tenía 55 años.
Claudia aseguraba entonces que en un campo del lugar, «el de Barreiro», había una salamanca y con su lenguaje rústico detallaba lo que pasaba en las noches. «Todo saben que hay esa salamanca. De hace mucho año que toda la gente dice el lugar ande ‘tá la salamanca. É antigua esa salamanca», transcribió la investigadora.
COINCIDENCIAS
Lo llamativo, además de la precisión del relato, es que la versión de la lugareña tiene coincidencia con los detalles que en otras partes del país se les suelen dar a estas reuniones en las que, además de las brujas, también participa el Diablo. Vidal de Battini decía al respecto: «Para el pueblo, la Salamanca es el aquelarre, el lugar en donde el diablo se reúne con las brujas, realizan fiestas y atraen a los ambiciosos de riquezas, de fama y de poder; estos son los salamanqueros».
A su vez, la sanmigueleña sostenía: «Se suele ver el jardín, flor, todo muy lindo. A distancia se ve como un palacio de todo colore. É de noche que se ve eso. Se suele oír música y canto. Y como si juera fiesta, fiesta grande. Se suele oír que habla la gente, mucha gente y que ‘tan todos muy divertido parece».
También hay coincidencia en el hecho de que las personas que se unen a la salamanca hacen un trato para obtener algo a cambio. Claudia decía: «Dice que enseña música, a tocar lo instrumentos, la guitarra, la acordión, mejor que todo. También a doma lo potro má malo. Que está el demonio, dice, y que él da para ser rico y saber mucha cosa. Ése é el que hace trato y enseña».
«Se suele nombra a la persona que van a la salamanca. Esa persona son la que nadie gana en hacer mejor todo lo trabajo, en tocar lo instrumento, en cantar, en domar y manejar lo animale», terminaba su testimonio esta pobladora y se convertía en uno de los únicos registros que hacen referencia a la presencia de los aquelarres en la provincia.
SOLITARIAS
El relato de la sanmigueleña cobra relevancia porque, por lo general, en la mitología regional, las brujas aparecen más bien como mujeres solitarias y no reunidas con otras semejantes en espacios determinados.
Entre las historias más difundidas, por ejemplo, está la del suindá, la lechuza cuyo silbido particular le dio fuerza a la creencia de que anuncia un mal presagio. También, la de la séptima hija mujer consecutiva. En este caso y al contrario del séptimo hijo varón que se convertirá en lobizón, si una pareja tiene siete niñas, la última será bruja si no recibe el bautismo y el padrinazgo presidencial para cortar con la maldición.
Finalmente, no se puede dejar de nombrar a las curanderas que, por conocer las propiedades de las plantas y los animales para sanar males o para adivinar el futuro, también se las llama brujas, aunque no vuelen con escobas.
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