Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Los sabios pobres de corazón.
Jesús inicia solo su misión y, de inmediato, busca entre sus oyentes a quienes constituirán sus más íntimos colaboradores.
Es entonces cuando surgen quienes serán las «columnas» de su Colegio apostólico: Santiago, Juan y Pedro.
No los ha buscado entre hombres destacados por sus conocimientos filosóficos y teológicos. Son rudos pescadores, habituados a superar las inclemencias del mar. Hombres de buen corazón, dispuestos a compartir los frutos de su combate cotidiano.
El llamado de Jesús los descoloca y les abre una perspectiva que los convierte en «pescadores de hombres».
La simplicidad es el camino a la sabiduría y lo transitan únicamente los humildes. Por ello, el Señor busca a quienes se hacen pequeños como niños, ya que -en ellos- encuentra la virtud que capacita para entender su enseñanza. San Pablo lo señala con exactitud: «Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres», (1 Corintios 1, 25).
- Maltratado por quienes deben honrarlo.
Cristo no es un seductor, que intenta someter la voluntad de sus oyentes a la suya. Es Dios, con todo su poder, que viene al mundo, para que todos los hombres lo reconozcan y vayan en pos suyo.
La salvación consiste en ese seguimiento.
Para ello convoca a aquellos hombres y los asocia a su misión. Ellos no vacilan, aunque el llamado no parece compadecerse con los criterios humanos de selección. Acepta que alguno de ellos le falle y traicione. Es un aspecto inseparable de su presencia entre los hombres. Hoy mismo, permite ser maltratado por quienes deben honrarlo. ¡Qué mal es celebrada la Eucaristía! No obstante, Él responde con su presencia al más indigno de los sacerdotes, que celebra legítimamente.
Su aproximación a nuestra vida colma de consternación nuestra mente y de amargura nuestro corazón. Pero, al mismo tiempo, enternece al más endurecido de los pecadores, siempre y cuando se deje interpelar, purificar y santificar por Él.
El Iscariote, para concretar su traición, se atreve a besar al Señor. Jesús no retira su rostro al beso que lo traiciona. Aquel indigno apóstol recibe así una nueva oportunidad para el perdón y la amistad, que no sabe aprovechar.
- Habla con autoridad, no como los escribas.
Su comportamiento es fiel expresión de lo que enseña. Por ello es escuchado con atención y, comparado con los escribas.
Quienes lo escuchan comprueban que dispone de una autoridad única e insuperable.
Es Él la misma Palabra de Dios, que se convierte en palabra humana y abre un camino sólo accesible para quienes son pobres y humildes de corazón. Los mejor dotados no logran expresar lo que no contemplan.
Un destacado teólogo, ya fallecido, me confesó que necesitaba leer varias veces -para lograr su comprensión- algunos escritos de alto nivel científico. La verdad no contemplada se vuelve intelectualmente inabordable.
Santos, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, entre muchos más, superan con su actividad contemplativa la extraordinaria actividad intelectual que habían logrado. Por ese motivo, Santo Tomás de Aquino no completa su Suma Teológica. Los Escritos de Santa Teresita de Lisieux, demuestran la fuerza expresiva de lo que ella contempla desde la pobreza y el amor. La joven carmelita no es una literata ni una teóloga. Ama a Dios y, con su lenguaje de niña, expresa lo que contempla, y lo comunica, con absoluta transparencia, a quienes se hacen pequeños como ella.
- Los pequeños contemplativos llegan a la Verdad.
Jesús se hace entender por el pueblo humilde que lo sigue; no lo entienden, o lo mal interpretan, los poderosos prejuiciosos que se empeñan en contradecirlo y juzgarlo. Descendamos a nuestra realidad.
Entonces Jesús desafía a aquellos que no quieren entenderlo, y decide no perder el tiempo con ellos: «El que tenga oídos, que oiga», (Mateo 11, 15).
Hoy, son muchos quienes cierran sus oídos a la Palabra de Dios. Pocos deciden hacerse pequeños como los Santos jóvenes. Recordemos al beato Carlo Acutis, enamorado de la Eucaristía, y transmisor de su verdad a los demás, desde el fervor y la simplicidad de la contemplación.
- Homilía del domingo 21 de enero.